Las vidas privadas de los candidatos: por qué Sánchez parece de derechas y Feijóo de izquierdas
Seguimos a los dos candidatos en campaña con el libro de Hemingway que narró el antagonismo Ordóñez-Dominguín como telón de fondo.
–Pero, ¿cómo vas a encontrar ahí la clave sobre las elecciones? Te has vuelto rematadamente loco.
Suena Wagner en la librería de Pepe. Es por la mañana en una habitación inundada de libros, muchos de ellos taurinos. Estoy rebuscando entre un montón de revistas del siglo pasado. Amarillas, crujientes. Es una pena que no se pueda describir el olor con palabras.
Aparece un cartel, esvástica incluida, de aquella corrida en Las Ventas a la que asistió Himmler. Le preguntaron qué le pareció la Fiesta. Respondió que no le había gustado. Mucha sangre, mucho martirio. Como dijo Antonio Lucas, aquel hombre supo separar vida y trabajo. Sigo revolviendo entre libros y carteles.
Pepe, que es muy paciente conmigo, se acerca y, como es un experto, encuentra el tesoro antes que yo. Un tomo en piel con los números de Ruedo correspondientes al año 1959, el verano peligroso. Le confieso el motivo de estas crónicas: la asimilación de la rivalidad de Luis Miguel y Antonio Ordóñez al antagonismo Sánchez-Feijóo.
Pepe sigue pensando, supongo, que estoy rematadamente loco. Pero empieza a divertirle la idea. La revista Ruedo era el Hola de los toreros. Están las fotos, las novias, las noches, las copas, las juventudes, el dinero…
Y yo pretendo contar ahora a Sánchez y Feijóo a través de las fotos, las novias, las noches, las copas, las juventudes y el dinero. ¿No es esa la mejor manera de explicar a un hombre? Dibujar por medio de los vicios, que son el camino para averiguar las virtudes. Me lo dijo Pedro Herrero: “Sospecha siempre de alguien hasta que sepas qué es lo que le hace perder el control”.
En Ruedo, lo primero que encuentro son unas notas de ambiente que me valen para 2023. Esta es una campaña atípica, donde se ha cuestionado más que nunca la ética de los medios y se han puesto sobre la mesa distintas conspiraciones. La última, que quizá se queden sin votar muchos de los que han pedido la papeleta por correo.
Fíjense qué maravilla. ¡Es una maravilla rebuscar aquí dentro, Pepe! “Esta temporada, las aguas no están quietas y lo que no se sabe se inventa. A puro de querer explicarse todo, hasta con minuciosidad casi morbosa, se está acabando por dudar de todo. Y no es bueno ese estado que, referido a cosas de mayor altura, definió un ilustre político como perder la confianza en la confianza”.
¡Hay más! ¡Hay más! Aquí el cronista taurino parecer ser uno de nosotros, uno de esos que piensa que el país se está echando a perder por culpa de la gobernabilidad puesta en manos de los extremos: “Ellos pueden [Sánchez y Feijóo], y están en el deber, de clarificar un ambiente en el que ya se llega a dudar hasta de las cornadas. A puro de saciar la curiosidad por ver lo que tiene dentro el juguete [la Democracia], se nos puede hacer pedazos lo que nos queda de ilusión. Todavía nos resistimos a abandonarla porque acaso, ingenuamente, pensamos, como Benavente, que no todo es farsa en la farsa”.
Los vicios
Pero voy ya con los caracteres, con las pulsiones incontenibles de nuestros protagonistas. A Pepe le parece que tiene su lógica la comparativa de Luis Miguel con Sánchez. Un hombre que se crece en la plaza, un hombre osado capaz de todo por no perder el escalafón. Vuelvo a Ruedo: “Cultiva celosamente a sus enemigos. Tal es su seguridad en aguantar cuando le embisten. Tiene un deseo constante de actividad y triunfo”.
Pepe tiene más dudas –a mí también me pasa– con la asociación Ordóñez-Feijóo. Veo a Antonio, en una foto de la revista, bailando las jotas con las cuadrillas de San Fermín. Pero, ¿quién nos habría dicho que Feijóo repartiría esas leches en el debate? Lo estamos descubriendo. Se trata de mirar bien.
Para construir lo que sigue he llamado a buenos amigos de los dos. Los he llamado ya desde casa para no arruinar el ambiente libresco y wagneriano de Pepe. Me topo, cuando releo las notas, con una gran noticia. No hay nada en la vida privada de Sánchez y Feijóo que encaje con la ortodoxia de sus partidos. Y es una gran noticia porque nos ayuda a romper la dinámica de bloques, que lo pone todo perdido de dogmas. Nos ayuda a separar entre autor y obra, cosa que se nos da cada vez peor.
A lo largo de esta campaña, hemos asistido a la censura de obras ¡de Lope de Vega! En algunos ayuntamientos gobernados por PP y Vox. Pero el PSOE viene callando esta legislatura cuando sus socios han evitado las lecturas de “autores fascistas”. Verdaderos fascistas. Verdaderos licenciosos como Lope. ¿Qué nos importan sus antecedentes penales si escriben como los ángeles? Cervantes evadía impuestos, Gil de Biedma era un pederasta y González-Ruano un amoral.
El epítome de la peligrosa dinámica que hemos comenzado a recorrer podría alcanzar la estocada final con miles de votantes del PSOE negándose a apoyar a Sánchez por burgués y con miles de votantes del PP negándose a apoyar a Feijóo por tener un hijo sin estar casado.
Uno quería, el otro no
Así que vamos a disfrutar de esta enorme paradoja, la que consagra a un hombre de vida conservadora como candidato de la izquierda y a un hombre de vida progre como candidato de la derecha.
–Cuando lo conocí, pensaba que estaba loco.
Me lo dice un amigo de Sánchez. Lo conoció hace veinte o treinta años –no afino la fecha para no dar más pistas–. Le dijo, al poco de confraternizar, que sería presidente del Gobierno. Y no era entonces más que un concejal raso del Ayuntamiento de Madrid. “¿Tú qué piensas si alguien, con treinta años, te dice algo así? Pues eso, que está pirado. Pero luego vas viendo cosas y te das cuenta de que…”.
Este hombre, que era un chaval, preguntó a más gente en el partido: “Oye, que Pedro me ha dicho esto”. Le contestaron: “¡Pero si lleva diciéndolo desde los 18 años!”.
Feijóo no dijo que intentaría ser presidente del Gobierno casi hasta que fue nombrado candidato. No había manera de sacarlo de Galicia. Cuando la moción de censura destronó a Rajoy, en 2018, los medios y sus compañeros miraron a Santiago. Era su momento. O eso parecía. Lo rechazó: “Mi mayor ambición es ser presidente de Galicia”.
Aceptó el cargo de presidente del PP cuando no le quedó más remedio. Se le planteó una especie de chantaje político tras la caída de Casado: “Alberto, o vienes a Madrid o esto se hunde. No hay otro”. No había ningún liderazgo alternativo, ya que Ayuso formaba parte de uno de los dos bandos en guerra.
Pedro Sánchez es gato. Es decir: hijo y nieto de madrileños. “Joder, es el único que conozco”, reseña otro colega suyo. Su padre estuvo vinculado al PSOE, pero nunca en posiciones de primera línea.
Alberto Núñez Feijóo nació en una aldea de Ourense. Como está de moda la España vacía, no deja de repetir: “Voy a ser el primer presidente rural”. Yo, si fuera Sánchez, diría desacomplejadamente: “Soy el primer presidente gato”. Porque las ayudas a los pueblos no deben pasar por la destrucción del casticismo. ¡Unamuno, manifiéstate!
Las mujeres
Pedro responde al arquetipo que dibujó Umbral de “niño de derechas”. Creció en una familia acomodada, más bien burguesa. Dos buenos sueldos, una buena casa. Acostumbrado al servicio, él lo tuvo ya poco después de casado. Su última residencia antes de ir a Moncloa estaba en Pozuelo.
“No le he conocido otra novia que Begoña. Siempre juntos. Muy unidos. No te creas que es cosa de cara a la galería, ¿eh? Si este hombre aguanta lo que aguanta es porque en casa encuentra apoyo y comprensión”, me dice otro íntimo de Sánchez.
Begoña, no tengo el gusto, debe de ser mucha Begoña. De hecho, cuando iban a los sitios, “la extrovertida era ella”. Porque Pedro tiene “un punto de introvertido”. No es importante, no le impide relacionarse con los demás, pero sí le empuja a situaciones incómodas cuando le toca hablar de sí mismo.
Feijóo nunca imaginó que su primer amor largo y adulto lo encontraría en Madrid. Fue la periodista Carmen Gamir. Estuvieron juntos –ponen los confidenciales, yo de esto no tengo ni idea– unos quince años. La cosa se torció cuando él se volvió a Galicia. Después, se le empezó a ver con Eva Cárdenas, una directiva de Inditex, la factótum de Zara Home. Padre soltero a los 55. Feijóo es amigo de Julio Iglesias.
Sánchez tuvo a sus dos niñas en la treintena. Un poco tardón, si se mide con el crucifijo, pero encuadrado en lo que podríamos llamar una familia tradicional. El candidato del PSOE, con sus obras y no con su programa, defiende lo que la iglesia llama “familia”. Con Feijóo sucede al contrario. He encontrado algunos artículos donde se le atribuye la siguiente frase: “Una boda es un coñazo”. Cierto que Sánchez se casó por lo civil, pero Feijóo vive –como diría mi tío Canuto– por lo criminal.
“Alberto dedica a su hijo el poco tiempo que tiene. Le encanta jugar con él”, me cuentan casi desde la puerta de al lado de su despacho. La última vez que ganó unas elecciones por mayoría absoluta habló de Eva, “que está ahí aunque nunca aparece”. Pero que no, que no se casa. Y punto.
Es verdad que la manera de comprender la familia se hereda. Pero al final lo que importa, como decía Azorín, es “la voluntad”. Tanto Sánchez como Feijóo crecieron en casas de matrimonios indisolubles. Pero Sánchez lo puso en práctica y Feijóo no. “Pedro es de esos que está pensando en acabar a una hora prudente para comer y cenar con la familia”. De Feijóo me dicen lo mismo. Pero Pedro, el aparente católico-burgués, lleva haciéndolo veinte años.
Abstemios
Dice un número cualquiera de la revista Ruedo que Luis Miguel, cuando no torea, se mete en el campo y no sale más que para tomar un avión que le lleve a cualquier parte del mundo. Sánchez, que aquí es Pedro, apenas sale. No ahora que es presidente, tampoco antes.
“No era un tío al que le gustara irse de copas. Lo suyo era el deporte. Y la política. Es que te insisto para que lo comprendas. ¡Ya de chaval dirigía sus planes a ser presidente del Gobierno! Sus lecturas, sus amigos, las películas… ¡Todo!”, me insisten.
Feijóo, en cambio, llegó a la política por la parte menos política de la política: la gestión, la administración pública. Salía más que Sánchez de joven, pero bebía lo mismo: entre poco y nada. Su carácter abstemio, en este país de borrachos, los convierte en sospechosos.
“Pedro no sabe distinguir un vino de otro. Si le ofreces ir a un restaurante o a casa, prefiere ir a casa”. “Alberto casi siempre pide cerveza sin alcohol. Hombre, si le sacan un vino para que lo pruebe, lo prueba”. Palabra de sus amigos.
A Hemingway lo vemos en las fotos de Ruedo con los cigarrillos, las gafas de aviador, su petaca. Franco, que era quien gobernaba, también lucía ese ascetismo. Pero, ¿qué habría dicho Ernesto si le hubieran contado que los candidatos a la presidencia de la democracia española preferirían el agua al vino? Cuando llegó a Las Ventas en aquel San Isidro de 1959, le hicieron una entrevista. ¿Qué le han parecido los toros? ¿Qué le parecen Sánchez y Feijóo? “Toros enfermos”. ¿Por qué? “Lamento no ser veterinario para poder decírselo con palabras científicas”.
Otra de las sospechas tiene que ver con el fútbol. A ninguno de los dos parece gustarle realmente. Sánchez lo explicita, también sus amigos: “Es un hombre de baloncesto. Con una carrera corta pero intensa en el Estudiantes”. Al otro lado: “A Alberto le gusta el fútbol por inercia. Su padre era muy, muy futbolero. ¿De qué equipo es? ¿Del Dépor? Bueno, es de todos los equipos gallegos”. Si alguien es de todos los equipos, no le gusta el fútbol.
El Deporte
Llevan tiempo sin hacer deporte. Se cuidan más con la dieta que con el ejercicio. A Feijóo, me cuentan, le gustaba salir a correr un par de días por semana. También hace “algo de máquinas”. Sánchez, si corre, no baja de los diez kilómetros. Pero últimamente, desde que está en Moncloa, se ha aficionado a la bicicleta de montaña. Entre la propia montaña, la indumentaria, el casco y las gafas, no lo reconoce nadie.
Comidas: a Sánchez, la paella de su madre. A Feijóo, una ensalada de tomate, unos huevos fritos. Son de fácil conformar. Sánchez, por educación. Feijóo, por obligación. Desayunaba el “pan de ayer” del ultramarinos de su abuela. “El de hoy” era el que se vendía. Luego, interno con los maristas, como para decir que no a un plato.
Les gustan a los dos el cine y las series. A Feijóo, un poco de todo. Al ser de otra generación, tenía la costumbre en Galicia de ir los domingos por la tarde. Sin escolta ni nada, me aseguran. Feijóo ya no va al cine. Ve dibujos animados con su hijo Alberto. Sánchez lleva toda una vida tragándose las pelis y las series que hablan de política. Formaba parte del plan.
Parece que Sánchez ha leído más novela que Feijóo. Le gusta el género noir. Se le nota: la manera de regresar al PSOE y de estabilizar el partido fue toda una escabechina. Feijóo, que es opositor, se pasa las horas leyendo los papeles que le prepara su gabinete.
Un día, hace mucho tiempo, un amigo le dijo a Sánchez: “¿Estás seguro de que quieres intentar ser presidente? Van a ir a por ti. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?”. Él contestó más o menos esto: “Hasta el final. No tengo nada que perder”. Si se refería a lo material, era verdad. No le había costado demasiado alcanzar la comodidad.
Feijóo, en cambio, cuando dijo que sí a presidir el PP, se lo estaba jugando todo de veras. De ahí que uno –en palabras de sus amigos– navegue siempre la frontera entre lo competitivo y lo temerario; y el otro exhiba una contención jesuítica.
Todo esto es una manera de combatir los absurdos estereotipos con estereotipos más absurdos. Pero si asumimos la dinámica de bloques que ellos mismos han instaurado, podríamos concluir que Sánchez es un burgués de derechas y Feijóo un revolucionario de Mayo del 68.