Carlos Aragonés, cerebro del PP, sale a la luz y pide "una relación preferente con el PSOE" post Sánchez
"El miedo a los pactos con Vox sigue existiendo en el electorado, pero es un miedo que ya no paraliza ni resta votos al PP" / "Los partidos no intentan transmitir ideas, sino comentarios de posición política. Por eso casi todo lo que sale en los medios es caduco" / "La gente echa de menos a la derecha cuando hay incertidumbre, desorden público o empobrecimiento económico".
15 julio, 2023 02:49El entrevistado no quiere ser entrevistado. De hecho, la negociación para tomar este café parecía inevitablemente abocada a convertirse en un homenaje castizo a la "misión imposible" del agente Hunt. Porque el entrevistado, como en la película, desea que la conversación se autodestruya cinco minutos después de ocurrir.
Es la primera entrevista del entrevistado. En Google, si uno pone su nombre seguido de la palabra "entrevista", sólo aparece un vídeo de dos minutos relacionado con una materia que no es la suya; la de conseguir que sus asesorados sobrevivan en la cúspide del poder. "No es mi primera entrevista porque no creo que acabes escribiendo nada. Voy a hacer todo lo posible para que mis palabras no tengan ningún sentido", insiste él.
Se llama Carlos Aragonés. Nació en Leganés hace 66 años. Aparece con mocasines marrones, una camisa azul celeste y unos periódicos color salmón debajo del brazo. Los votantes –la gente que está alrededor de esta mesa en la cafetería de Casa de América– no tienen ni puñetera idea de quién es. Los directores de periódicos, los políticos y los empresarios lo conocen perfectamente.
Es filósofo. Llegó a la política a través de don Antonio Fontán, uno de los ministros más cultos de Adolfo Suárez. Luego se enamoró de lo que a la postre sería un imposible: el liberalismo kennediano que Joaquín Garrigues intentó sembrar en España hasta su muerte. Después, conoció a José María Aznar y se convirtió en su jefe de gabinete. En su "Iván Redondo" habría que decir hoy, aunque al entrevistado pueda darle un infarto.
Fue el hombre que escribía las ideas de ese PP que llegó al poder por primera vez. Luego siguió en primera línea asesorando a Rajoy. Ahora es diputado raso. La conversación que sigue –si conseguimos que siga– es una manera de asomarnos a esos personajes que no suelen aparecer: los jefes de gabinete, aquellos que insuflan la materia gris a los presidentes. Pero también es un modo de analizar el presente con alguien cuyo trabajo ha sido, durante tantos años, reescribir las cosas para que beneficien a los suyos.
Vox, el PSOE, Sánchez, los extremos. España. ¿Cómo se piensa todo eso? ¿Cómo se pasa por la batidora de Gorgias y Maquiavelo? En resumen, y por si este encuentro se torciera, ahí van algunas claves que nacen en el prólogo: Aragonés cree que el electorado de la derecha, incluso el que está en contra de pactar con Abascal, ya ha asumido que habrá que hacer ese experimento si no queda otro remedio. "Existe el miedo a Vox, pero es un miedo que ya no paraliza. No resta votos al PP". A Aragonés le gustaría estrenar, cuando caiga Sánchez, una buena relación con el PSOE, algo que jamás ha existido.
Antes que nada, hemos intentado averiguar si Aragonés nos engaña. Podría ocurrir –lo hacen mucho los políticos– que Aragonés se estuviese haciendo de rogar sólo aparentemente. Y que aprovechara la ocasión para mostrarse; para conseguir algo con esta publicación.
No parece. Saldrá diputado por Madrid pase lo que pase –va de número 9–, su situación económica no es boyante, pero sí desahogada. Y el máximo nivel en lo suyo –jefe de gabinete del presidente del Gobierno– ya no está a su alcance porque Feijóo ha llegado a Madrid desde Galicia con su propio clan.
Además, a ratos, de veras parece que esta charla se va a ir a la mierda. Aragonés sólo permite a las fotógrafas disparar si él no sale mirando a la cámara. Aragonés se levanta y se cambia de mesa tres veces durante la presunta entrevista. Aragonés arroja respuestas de quince minutos con el objetivo de que desistamos. Este texto es, en realidad, una traducción del torrente de palabras que verte en la grabadora.
–Oiga, es que el jardinero hace mucho ruido con el cortacésped.
–Mejor, así no se graba.
Los conspiradores
–Bueno, entonces puedo citarle con nombre y apellido.
–Ya que he venido, prefiero que dé usted mi nombre. No me gusta eso de "un alto cargo" dice que...
–¡Pero si ustedes, los jefes de gabinete, viven de eso!
–De qué.
–De filtrar informaciones y opiniones a cambio de que los periodistas no les citemos.
–Bueno, en cierto modo, pero... Mire, ahora todo es más transparente. Por eso, tales filtraciones han dejado de tener sentido. Uno lee la descripción con la que se encubre a la fuente y está bastante claro quién habla. Se transparente. Puedes dudar, a lo sumo, entre dos o tres. Y las cosas que se transmiten desde dentro son consignas, argumentarios oficiales. No me convence.
–¿No son los jefes de gabinete autores intelectuales de esas consignas?
–Eso ha cambiado mucho desde mi época. Antes, nosotros pensábamos y los periodistas hallaban la mejor forma de transmitirlo. Hoy, casi todo el proceso está en manos de profesionales de la comunicación. Se nota en la formulación y en la fraseología.
–Lo que quiere decir es que eso va en contra de las ideas, que todo es más superficial.
–Más o menos. Pero tampoco vamos a platonizar la política. Las ideas en política, como poco, pretenden ser movilizadoras. Son poco contemplativas.
Aragonés toma café con leche sin lactosa. Acaba de tirar a la basura uno de los periódicos con los que venía encima. No parece un hombre obsesionado con guardar. No conserva tampoco –o eso dice– papeles ni notas de su tiempo en Moncloa. Reitera que no escribirá memorias ni nada por el estilo.
Un jefe de gabinete –insiste– es un "consejero político" que, pertrechado de esa condición, se convierte en uno de los espectadores más privilegiados del poder. El político es otra cosa. El político tiene una vocación que le empuja a asumir el "sufrimiento". Porque dispara, pero también le disparan. Y muere. Todo a ojos del público.
–Usted, entonces, es un hedonista.
–Sólo en ese sentido que usted apunta, pero no en general. De hecho, un buen jefe de gabinete debe ser bastante asceta. No deben gustarle demasiado la buena vida ni el dinero. Pero todo eso ha cambiado.
Aragonés pone como ejemplo la analogía de la "guerra" para diferenciar al jefe de gabinete del presidente del Gobierno. Uno apuesta el pecho; el otro lo guarda. Lo cuenta con la siguiente anécdota. Estaba reunido el búnker de Aznar. Un asesor propone como genialidad: "¡Es ahí cuando le dices 'Váyase, señor González'!". Y Aznar llama a la calma por el riesgo que todavía entrañaba una frase así: "Sí, claro, pero tengo que decirlo yo".
–¿Por qué ha cambiado tanto la figura del conspirador? ¿No sigue siendo su trabajo el de conseguir que los periódicos cuenten lo que ustedes quieren que se cuente?
–No. Antes no era así. Antes, eso era el cometido de los gabinetes de prensa. Nuestro trabajo era el de la documentación y el asesoramiento en políticas. También las relaciones con determinadas esferas. Pero eso de la promoción pública no nos correspondía. Hasta que llegó Iván Redondo.
–Explíquese.
–Ya en el gabinete de Rajoy empezó a haber muchos periodistas. En los ochenta y parte de los noventa, ganaba la resistencia a la exposición pública. Se entendía que era muy importante controlar los tiempos y las apariciones. Callar era una virtud. Rafael Arias-Salgado, que también había asesorado a Suárez, le reprochaba a Aznar que hiciera tantas declaraciones. Todo eso se ha volatilizado. Por eso, es natural que sean jefes de gabinete periodistas como Miguel Ángel Rodríguez y expertos en posicionamiento como Redondo.
–¿A quién beneficia la preponderancia de la comunicación sobre las ideas? ¿A los políticos? ¿A los medios?
–Es malo para todos. El periodista tiene la función de fiscalizar al poder. Es como si hubiéramos hecho desaparecer el Código Penal. Si un político habla cada cuatro horas, el trabajo de hemeroteca no tiene sentido. Hoy todo es una tertulia. El cara a cara de Sánchez y Feijóo fue una tertulia.
–¿Los periódicos, las teles y las radios son una tertulia?
–Ha aumentado el espectáculo. Los partidos no intentan transmitir ideas, sino comentarios de posición política. Por eso casi todo lo que sale en los medios y se escribe en los periódicos es contingente y caduco.
La relación con el PSOE
Ha llegado el momento de analizar la actualidad. Aragonés suele partir de conceptos abstractos que acaban explicando las cosas que suceden. Por ejemplo, le parece fundamental como matriz "el miedo a la derecha" que "existía y existe" en España: "Es un peso que siempre está en la mochila del político del PP".
Dice que a la derecha "sólo se le echa de menos" cuando "hay desorden público", "incertidumbre ante posibles cambios" y "empobrecimiento económico". Él ha sido uno de los estrategas que más ha tenido que pensar cómo vencer ese "miedo"... de una manera práctica.
–¿Y cómo se hacía?
–Aznar no era un candidato simpático, no se podía contar con su sociabilidad para lograrlo. Era un hombre de obras, y no de palabras. Se buscaban reportajes de cercanía, que saliera de vez en cuando junto a la familia... Y luego se buscaban relaciones con las minorías vascas y catalanas.
–Eso hoy es imposible. Esas minorías son independentistas casi todas.
–Es verdad. Por eso, el gran capítulo pendiente de la democracia española es la normalización de las relaciones PP-PSOE. En 2016, se intentó malamente con la abstención de los socialistas para que gobernara Rajoy, pero salió muy mal: el PSOE se partió en dos.
–En su época, ustedes no hicieron nada para buscar esa normalización.
–Claro, porque tanto el PSOE como nosotros nos bastábamos a nosotros mismos. Gobernábamos en solitario y si acaso se pactaba con las minorías que le mencionaba. El antagonismo estaba servido.
Aragonés apremia a realizar ese experimento de "normalización" de las relaciones cuando caiga Sánchez porque concibe que templaría al país el hecho de que, en el futuro, la agenda de los dos grandes partidos estuviera "sujeta a la negociación" con el tradicional adversario.
Concibe como acicate que el electorado "ya ha comprendido" que los gobiernos de coalición tienen más de "inestabilidad crónica" que de "avance democrático": "La gente sabe que las coaliciones no son buenas para Sánchez o Feijóo, pero sobre todo que no son buenas para el sistema".
Insiste: "A España le falta ser laboratorio de una relación preferente PP-PSOE". Menciona, no obstante, "ilustres excepciones": "Nosotros hicimos Defensor del Pueblo al socialista Enrique Múgica". Y mantuvieron como ministro de Defensa a Eduardo Serra, que lo había sido con González.
Los pactos con Vox
–Ese "miedo a la derecha" del que usted habla se ha acrecentado con la irrupción de Vox.
–Sí, pero ya estamos en otra fase.
–¿A qué se refiere?
–El miedo al pacto con Vox ya está asumido por buena parte del electorado, incluso por los que lo rechazan. Creo que la gente sabe que se trata de un matrimonio de conveniencia, y no de un entendimiento profundo. Eso hace que el miedo permanezca, pero ya no paralice. Se ha asumido como un peaje necesario. El electorado del centro derecha está dispuesto a ensayarlo y hemos pasado a la siguiente fase. No pienso que quite votos al PP [habla en los casos en que no quede otra alternativa, la misma tesis que Feijóo].
La cuestión es: ¿un liberal puro discípulo de Joaquín Garrigues puede asumir esos pactos con Vox? Aragonés rebaja esa caracterización y aduce que su cristianismo le impide ser todo lo liberal que quisiera. Como perfil de Whatsapp, exhibe un retrato de su santo, San Carlos.
Vamos a pincharle un poco. A ver cómo sale del paso.
–¿Un liberal como usted puede asumir ese "ensayo"? ¿Pactar con Vox?
–Vox es una escisión del PP. Le queda mucho tiempo de decantación y veremos si lo consigue. No lo han logrado Ciudadanos ni Podemos. Porque para que un partido sobreviva no basta sólo con responder a una verdadera necesidad social. Mire esa Coca-Cola [hay un botellín sobre la mesa].
–¿La Coca-Cola?
–¿Lo ve? No sabe de qué le estoy hablando. Con un poco de suerte, se olvida de todo esto y no lo escribe.
–Venga, no me joda. ¿Qué pasa con la Coca-Cola?
–¿Se han ido ya las fotógrafas? Pero, ¿cuántas fotos necesitan ustedes?
–¡Oiga!
–Sí. La Coca-Cola, vamos a ver... Un empresario puede detectar que a la gente le gustan las bebidas azucaradas. Pero pasa mucho tiempo hasta que nace la Coca-Cola y se consolida. Cs y Podemos no han tenido tiempo. Veremos qué pasa con Vox.
–¿A usted esos pactos le generan problemas en su conciencia liberal?
–Conozco bien a los dirigentes de Vox. Tengo cierta amistad con algunos de ellos. No hay divisiones esenciales en torno a lo fundamental. Usted me dirá: "Son anti-autonomías". Sería peligroso si exigieran, para firmar los pactos, una reforma de la Constitución. ¿Sabe qué es lo fundamental?
–Diga.
–Lo fundamental es si un partido actúa negativamente sobre los contrapesos del poder y los derechos individuales clásicos: opinión, manifestación, reunión, libertad de pensamiento, asociación... La democracia no es más que derechos individuales y contrapesos del poder.
–Hombre, precisamente, con la libertad de opinión, Vox tiene un problema. EL ESPAÑOL no puede asistir a su sede ni a los actos de partido. Acaban de cancelar una entrevista con ABC por la investigación de una información que no les gusta.
–¿Lo ve? Eso me parece, en la práctica, mucho más peligroso que su "antiautonomismo". Si Vox llegara al gobierno y exhibiera ese tipo de actuaciones, en contra de periódicos, me parecería una práctica iliberal peligrosa. Pero no porque EL ESPAÑOL o ABC sean medios irreprochables, sino porque son contrapesos del poder. Los extremos se contagian.
–También les contagian a ustedes. No hay más que verlo.
–Sí, pero su espejo es siempre el otro extremo. La dialéctica de extremos es lo más peligroso.
–Y el contagio del partido dominante: el PSOE y el PP.
–En eso, la izquierda es más volátil.
–¿Cómo se reabsorbe a Vox?
–Reformulando las soluciones que proponen a preocupaciones en las que tienen razón. Proponiendo soluciones sensatas a esas lógicas preocupaciones.
–¿Cómo le escribiría los papeles a Feijóo para explicar los pactos con Vox?
–Tendría que pensarlo mucho.
–Ya lo habrá pensado todo este tiempo.
–Se puede explicar un "lo siento, no quería hacerlo, pero vamos a intentar hacerlo lo mejor posible con estas condiciones, no había otro camino". Parece que la disculpa está vetada en la comunicación política.
–También en tiempo de Aznar era impensable esa disculpa.
–Sí, pero eran otros tiempos. No había que explicar cosas tan complejas.
–Es muy difícil contarle a la gente que se está renunciando a unos principios debido a una circunstancia.
–La política es hacer lo que puedes, no lo que quieres. "Tú me gobiernas y me solucionas los problemas, no me crees más dificultades". Esa es la base del contrato social. El electorado ya ha madurado. Llevamos muchos años de democracia. Sabe que la política práctica conlleva en muchos casos una pérdida del código de identidad.
–Escriba.
–"Yo dije que no quería pactar con Vox, pero sobre este papel, sobre este acuerdo, sí somos compatibles. Mi gestión impedirá que tenga que dar la razón a las preocupaciones que tenía sobre Vox".
–Ya es tarde para que se lo explique a María Guardiola, la presidenta de Extremadura. Dijo que se iría si entraba Vox en el gobierno.
–¡Ahí quería llegar!
Pedro Sánchez
Aragonés, que tiene 66 años, advierte todo el tiempo de que no quiere parecer un "edadista" a la inversa, un discriminador de jóvenes. Pero insiste en que la "ultrapersonalización" de la política está estrechamente relacionada con "la falta de madurez".
Y ahí arguye, a modo de defensa, que la madurez no siempre se acompasa con la edad. Pone como (mal) ejemplo a Guardiola, a la que describe como una política "con soltura" y "empuje", pero... "Amenazar con marcharse a la primera de cambio es propio de gente con poco oficio".
Pasamos a hablar de Sánchez. Esto tiene cierta gracia porque el presidente del Gobierno ya calza 51 años. Aragonés adelanta: "No soy un fóbico de Sánchez. Me parece una persona amable y, cuando me lo he cruzado, me ha saludado muy correctamente. Probablemente sin saber siquiera quién era yo, sólo porque le sonaba".
El cerebro gris de Aznar concibe que un cambio de ciclo puede beneficiar a esos políticos "más grises y asépticos" como Feijóo: "Todo ha cambiado. ¿Recuerda la campaña de la ceja de Zapatero? Eso fue una aproximación a lo de hoy, pero ni siquiera. Porque lo de la ceja era la representación de un carácter, del talante".
–¿Adónde quiere llegar?
–Sánchez llegó a la presidencia sin haber tenido que afrontar cosas complicadas. Me dirá usted: "¡Ganó las primarias contra todo pronóstico!". Peor me lo pone: las primarias son un método bárbaro donde no hay que negociar con el distinto. Sólo en clave interna y con intermediarios, pero esos códigos son muy distintos a los de la política. Su experiencia era haber sido becario del gabinete de Westenderop, concejal en Madrid y diputado raso.
–Hará de nuevo el paralelismo con Albert Rivera, Pablo Iglesias... ¿Y Pablo Casado?
–Los tres valen para explicar esto. Pero Casado llegó a su cargo por una cuestión de emergencia.
Aragonés cree que Sánchez estaba haciendo una buena campaña hasta el debate, pero precisamente cree que el presidente patinó así ante Feijóo por su "falta de experiencias vitales".
Han pasado casi tres horas. Nos va a dar una insolación. Pero antes de marcharnos debemos hacerle una pregunta.
–¿Por qué sigue en política alguien que ya ha sido todo en su oficio? ¿Para qué continuar como diputado si ha estado en el principal despacho de Moncloa? ¿Dinero? ¿Ego?
–¡Dinero! –hace una mueca muy divertida–. La política se convirtió en mi oficio. Me profesionalicé. Por otro lado, en este país es muy difícil salir de ella, salvo que regreses a una plaza en el sector público. Esto es para mí una segunda piel. Soy diputado. He aprendido a disfrutarlo mucho desde un punto de vista teórico. En el Parlamento se juega la validez del sistema.
Estaría bien insertar, a modo de cierre, una encuesta para los lectores. ¿Cuántos le creen y cuántos no?