Cuando Hemingway llegó a España para narrar el "verano peligroso" de 1959, le contaron que los toros ya no eran los que había conocido treinta años antes. No eran esos toros que embestían contra los caballos de los picadores y los despanzurraban. Le explicaron que, para contener el riesgo de muerte, habían comenzado a "recortarles los cuernos".

Primero, efectivamente, se los recortaban. Después, los afeitaban y los repasaban con "aceite de cigüeñal" para ocultar el truco. Ernesto se obsesionó y, cuando regresó a nuestras plazas, intentaba atisbar el brillo del aceite para desechar la faena: "Ese toro no puede matar".

Para Hemingway entonces y para nosotros ahora, la feria no tiene sentido si la muerte se aparta. Ernesto encontró en los toros –primero en San Fermín y luego en el resto del país– esa sensación de peligro inminente.

Me lo contó su nieto, en el hotel La Perla de Pamplona, un día de blanco y rojo. John Hemingway había alcanzado esta conclusión: acabadas las guerras del siglo XX, su abuelo vio en los encierros y las corridas "una oportunidad de morir viviendo intensamente". Otra vez.

Me levanté el lunes, muy pronto, con esas palabras de John en la cabeza. Nuestra campaña electoral, sin haber empezado legalmente, ya es una feria donde los toros se aparecen de verdad.

[Comienza el verano peligroso de Sánchez y Feijóo: cuando acabe este serial, sólo quedará uno]

Después de cuatro años, Pedro Sánchez visitaba a Carlos Alsina, en Onda Cero. Y Alberto Núñez Feijóo correspondía exponiendo el pecho, también el lunes, a las diez de la noche en la Cadena Ser. Ambos, el mismo día, en su lugar menos natural, en su plaza más difícil. Era el primer mano a mano de estas elecciones generales.

Primero sorprendió Sánchez. Porque las entrevistas de Alsina son algo así como una silla eléctrica para los políticos. Una vez, el jefe de gabinete de uno de ellos me dijo: "Nosotros no vamos a Alsina bajo ningún concepto. Es muy listo".

Otro, en la gala de los premios parlamentarios, ya a altas horas de la madrugada, me confesó con el clin-clin de los hielos, a medio camino entre el pánico y el disfrute: "Joder, dentro de unas horas tengo que ir a Onda Cero. Debería estar estudiando".

Me acuerdo ahora de Antonio Ordóñez, que protagonizó un ridículo espantoso aquel julio por haber trasnochado con Hemingway en San Fermín. Los políticos de campaña también salen, aunque no los candidatos.

Total que Sánchez, sin comerlo ni beberlo, aceptaba la invitación de Onda Cero cuatro años después y como si nada hubiera pasado. Pregunté asombrado a un miembro del equipo de Comunicación de Moncloa. Me dijo: "Va a ir a todos los sitios".

Es como si, de pronto, le hubiera invadido la desesperación. Sánchez no había ido en los últimos años a ninguna radio que no fuera la Cadena Ser, la más afín.

El gesto se enmarca en lo que un día el Gobierno llamó "campaña de humanización". Sintieron –y sienten– que lo que un día calificaron como "infundios de la derecha" comenzaba a cobrar cuerpo: ese Pedro Sánchez frío, distante, ensimismado e incapaz de visitar entornos fuera de control.

Feijóo, como presidente de Galicia primero y ahora como líder de la oposición, había repartido más las entrevistas. No suele ser una cuestión de derechas o izquierdas. Los presidentes de la Democracia, al alcanzar el poder, fueron escorando sus apariciones mediáticas.

Lo rupturista, en un hombre de temperamento tan conservador como Feijóo, fue responder a la osadía de Sánchez con una temprana visita a la emisora que le podía resultar más difícil.

Sánchez-Alsina

Cogí mi sitio en la pecera del estudio de Onda Cero, detrás de Fran Montes, el ingeniero técnico. Salí al baño cuando faltaban veinte minutos para la entrevista. Casi no llego. Como un ejército, atravesó la puerta de la redacción hasta una decena de escoltas. Altos, trajeados, con ese pinganillo en la oreja del que sobresale un hilo de goma enrollado.

La protección, en el caso de este presidente, es muy eficaz. Camaleónica. Visto a lo lejos el anillo de seguridad, no es nada fácil discernir quién es el presidente y quiénes son los guardaespaldas. Pelo corto y negro, todos guapos. El más simpático, parece una regla no escrita, siempre es el calvo.

Un perro negro daba una vuelta por los estudios auxiliares. En la cafetería, preparaban el catering a toda velocidad. "Buenos días", "buenos días", "buenos días". Sánchez tiene el gesto estudiado, la sonrisa. Es como si le dieran al play.

Primer contacto visual con Sánchez, con nuestro Dominguín. Tienen algo los presidentes que no tienen sus adversarios. Lo aporta el cargo. No es la percha ni el estilo. Es el poder. Un aura fácilmente percibible que los hace más temidos, más atractivos y más estilizados. Como si la tele o el cine pasase por ellos.

Ya digo que no es la materia prima. Miraba a Sánchez, que cruzaba el pasillo, y me acordé de Aznar o Zapatero, dos hombres muy poco carismáticos, pero que acabaron siéndolo por razón del cargo. Miraba a Sánchez y me acordaba de las palabras de Ernesto sobre Luis Miguel: "Muy moreno, alto, casi sin caderas, con un rostro grave y a la vez burlón".

Alsina es un entrevistador muy versátil. A veces va tejiendo una tela de araña aparentemente amable. A veces dispara directamente. La entrevista radiofónica es un baile, una gestión de tiempos.

Al contrario de lo que sucede en el periódico, el entrevistado cuenta con un arma difícil de doblegar: alargar sus respuestas para agotar el tiempo. Es entonces cuando el entrevistador sopesa interrumpir. Y si lo hace, el reto pasa por encontrar el tono. Como en la música. Combinar incisión y cortesía es, al cabo, la fórmula más perfeccionada de la entrevista política.

Me coloqué en diagonal para poder ver los gestos de Sánchez. Alsina descolocó al presidente nada más empezar: "Cuando usted se mira en el espejo, ¿qué ve?". El presidente había adoptado una postura física muy concreta, como intentando darse seguridad a sí mismo. La base del micrófono, agarrada por las dos manos. Pero la respuesta no pudo corresponder a la pose. "Yo creo que...".

Ignacio Varela, analista que ha trabajado muchos años con el PSOE de Felipe González, escribiría más tarde: "¿Cómo es posible que nadie hubiera preparado una respuesta a una pregunta así?".

Sánchez contestó con unas pinceladas generales sobre España. Bien armadas y bien dichas en la forma, pero desconectadas de la entrevista en el fondo. Alsina arremetió de nuevo con el espejo. Le preguntó a Sánchez si veía en sí mismo sinceridad, palabra y cumplimiento de programa: "¿Por qué nos ha mentido usted tanto?".

A Sánchez no le cambió la cara. Tampoco la manera de hablar. Esa especie de susurro. Movió las manos en muy pocas ocasiones. Si estaba incómodo, no se le notó físicamente. Alsina cogía a Sánchez como el toro cogió a Luis Miguel aquel verano peligroso de 1959: "Todos sabíamos que la herida era grande y peligrosa y parecía que le hubieran penetrado el abdomen". Todos... menos Sánchez.

"El hecho de que también hubiesen herido a Antonio Ordóñez le había animado mucho a Luis Miguel", reveló Hemingway. Y el hecho de que el pacto de Valencia hubiese herido a Feijóo había animado mucho a Sánchez, que encontró una palanca para su campaña de la que antes carecía.

Sánchez ha inaugurado un género que, en directo, se aparece como un Dry Martini, como ese "cuchillo disuelto" del que hablaba Manolo Alcántara. Una voz impasible que susurra, que va ganando terreno, que simula una realidad como si realidad pareciera.

No le importaban los hechos –los bruscos cambios de opinión– mencionados por Alsina. No le importaba que el entrevistador pespuntara sus respuestas con las contradicciones. Sánchez iba trenzando una realidad virtual. La cuestión es si esa nueva realidad puede funcionar.

Por eso era tan importante la entrevista en Onda Cero. Porque ese discurso se enfrentaba a un grupo de oyentes –seguro que muchos de ellos– desconfiados, cabreados y críticos. El Gobierno necesita testar cómo cae ese experimento en los que no votaron socialista en las autonómicas y municipales.

Aproveché algunas retahílas de Sánchez para pensar en Hemingway y en su trasunto literario, Luis Miguel Dominguín. Recordé esos párrafos de asombro levantados por el Nobel e imaginé a Sánchez vestido de luces, con el capote en ristre, haciendo los trucos que desesperaban a Ernesto. Sánchez, como Luis Miguel, es un atleta. "Basaba su estilo en sus facultades físicas, sus magníficas piernas, sus reflejos, su enorme repertorio de pases".

Feijóo-Bretos

Como buen discípulo de Hemingway, procuro trabajar media jornada: doce horas. Así que no pude seguir in situ la entrevista que le hizo Aimar Bretos a Feijóo en la Cadena Ser. Nada que no pueda resolverse gracias a un par de infiltrados.

Cuando el candidato del PP llegó a la emisora de la Gran Vía, lo esperaba la cúpula de la radio. "Fue una recepción de presidente", me cuentan quienes lo vieron. Esto lo hemos visto ya en muchas redacciones. Incluso en los lugares más hostiles se cuadran ante el que tiene muchas posibilidades de encarnar el poder los próximos cuatro años.

Me contó una buena fuente del PP que el contexto de la entrevista era complicado. El líder de los conservadores, al más puro estilo Sánchez, había traicionado su estrategia al poco de conocerse el adelanto electoral. El acuerdo de Valencia con la extrema derecha volaba por los aires esa intención de "intentar gobernar en solitario hasta el final". Ahora tocaba humanizarse, como Sánchez con Alsina, a base de cornadas.

Feijóo se ganó a sus anfitriones con una anécdota de verdad. Fue oyente de Carlos Llamas, que dirigió entre 1992 y 2006 el programa que ahora conduce Bretos. Llamas murió de un cáncer a los 52 años en 2007. El líder del PP quiso saber si el estudio en el que entraba era el mismo donde trabajó su admirado Llamas.

Se sentó Feijóo en la butaca con un manojo de folios que traía agavillados por un clip. Igual que Sánchez por la mañana, intentó darse una posición de seguridad. Agarró el clip y estuvo manipulándolo durante toda la hora de entrevista.

Feijóo –nos consta– se preparó para la conversación con Bretos muy consciente del lugar al que iba. Sabía que le escucharía el electorado de la izquierda. Igual que hizo en Galicia, pretende captar una porción de esos votantes para armar una mayoría que le permita librarse de Vox.

Reunido con su equipo, adaptó su mensaje al público potencial. Para muestra, un botón: no dijo en ningún momento su eslogan principal de campaña. Eso de "derogar el sanchismo".

Metió el dedo en la llaga con Felipe González, que fue Dios en la Ser... y todavía lo sigue siendo para algunos. Contó cómo en 1996, cuando el PSOE perdió las elecciones tras casi catorce años de gobierno, González se marchó pese a poder quedarse mediante una suma de perdedores.

Feijóo mencionó a González porque era una manera de apelar a esos votantes de la izquierda decepcionados con Sánchez. Feijóo mencionó a González para agradecer indirectamente al expresidente la buena relación que mantienen.

El líder del PP votó a Felipe en 1982. El líder del PP visitó el pódcast de la fundación Felipe González. El líder del PP pasó un fin de semana completo –lo reveló José Antonio Zarzalejos– en la finca campestre del otrora todopoderoso secretario general del PSOE. El objetivo, para qué andar con rodeos, era decirle al oyente de la Ser: "¿Cómo voy a ser un facha si tanto me parezco a quien fue vuestro ídolo?".

Feijóo es un estudiante de oposiciones. Todavía no tiene la misma capacidad de respuesta que Sánchez. Consciente de ello, se amarró a sus papeles como el náufrago se amarra al tronco en medio del mar. Salió airoso de las preguntas sobre sus pactos con Vox. Se encomendó a una mayoría en solitario que sería factible... si colaboraran los oyentes de la Ser.

Conforme pasaba el tiempo, se sentía más cómodo. Si Sánchez estaba con ganas de irse, Feijóo tenía ganas de quedarse. A punto estuvo de pedirle a Bretos el juego que su alter ego, Antonio Ordóñez, practicaba con Hemingway. Le decía Antonio a Ernesto, le hubiera dicho Feijóo a Bretos: "Mira este cigarro que tengo en la boca. Dispara con ese rifle de aire comprimido y trata de acertar en la ceniza". 

Me llamó la atención que Feijóo no quisiera revelar cuánto cobra. Total, como él mismo explicó, va a tener que dejarlo por escrito en la declaración de bienes del Senado. Si va a ser público dentro de poco, ¿por qué evadir la pregunta? Feijóo cobra menos que Sánchez, igual que Ordóñez cobraba menos que Dominguín.

Feijóo quiere que cuando vuelva a la Ser lo acompañe una decena de escoltas altos y guapos, un perro negro muy simpático y se le bloqueen los baños de la redacción para él solo.

Ahora que llevo la dieta de Hemingway, me doy cuenta. El rosado de Campanas a modo de laxante, la petaca de whisky gibraltareño, el queso manchego para desayunar... No hay poder que compense la pérdida del mejor de los hábitos: poder ir al baño solo y sin dar explicaciones a nadie.