Si el César Carlos hablara: el colegio mayor fundado por Falange que ensayó la democracia en dictadura
Lo llaman "escuela de estadistas". Desde la Transición, este colegio para opositores ha aportado infinidad de nombres a los puestos clave del Estado.
26 abril, 2023 02:18Fue una de las grandes paradojas del régimen. El colegio mayor de nombre imperial fundado por Falange ensayó la democracia en plena dictadura. Todavía hoy, quienes habitaron entonces el César Carlos se preguntan: "¿Cómo pudo ocurrir?".
Se lo plantea en una entrevista con este periódico Álvaro Rodríguez Bereijo, uno de aquellos colegiales. Luego sería presidente del Tribunal Constitucional. En una respuesta muy representativa de este oxímoron, dice: "¡Es que pensábamos, debatíamos y escribíamos como si ya existiera la democracia!". Faltaban casi quince años para que muriera Franco.
El César Carlos cumple 75 años y este miércoles acoge un acto conmemorativo que encabeza Felipe VI –en realidad ya son 78, pero la fiesta no pudo celebrarse por culpa de la pandemia–. Si sus paredes hablaran, podríamos extraer el prólogo de un tiempo mágico, el de la Transición, que nos llevó quirúrgicamente "de la ley a la ley". En "el César" –así lo llaman– está la juventud de los ministros, presidentes del Tribunal Constitucional, académicos y poetas que escribieron el nuevo tiempo.
Pío Cabanillas (ministro de Información primero y de Justicia después), Luis Cosculluela (ministro de Administración Territorial), Jaime García Añoveros (ministro de Hacienda), Alberto Aza (director del gabinete de Adolfo Suárez y secretario de la Casa Real), Jaime Gil de Biedma y Carlos Bousoño (poetas que no necesitan presentación)… Todos ellos amparados por las visitas de Vicente Aleixandre, que vivía al lado; de Gregorio Marañón… Y bendecidos por el capellán menos ortodoxo: Jesús Aguirre, que colgaría la toga para ser duque de Alba.
No todo el legado es masculino. Nada más estrenarse los ochenta, el César Carlos tornó mixto y las mujeres colegialas también alcanzaron las élites. Véase a Isabel Perelló (magistrada del Tribunal Supremo) o Charo Pablos (secretaria general de la Presidencia del Gobierno con Rajoy).
El principio
Vayamos al principio, año 1945. El SEU –sindicato de estudiantes del régimen adscrito al Movimiento– estrena el llamado César Carlos. Es un colegio mayor singular porque acoge chavales ya licenciados, que preparan oposiciones para la Administración Superior del Estado. Pero palpita, desde el primer momento, una singularidad mayor: la llamada "autogestión". Esos chavales eligen por sí mismos, ¡en elecciones!, al órgano rector.
De puertas hacia fuera, todo transcurre con normalidad. César Carlos es un nombre muy al uso de esa Falange que todavía fantasea con la estética mussoliniana. La nomenclatura es la de los emperadores –"Dios y el imperio"– y las "i" se convierten en "y".
De puertas hacia dentro, la sorprendente "autogestión" sobrevive a duras penas. Hasta que en 1950 se monta la primera revuelta. El aparato del régimen quiere designar al rector y pasarse por el forro el voto de los colegiales. El SEU obtiene por respuesta el ‘exilio’ de muchos de los habitantes del centro, que abandonan sus habitaciones. En 1951, se retoma la anormal normalidad del César Carlos: la democracia.
El rector debe ser un colegial. Y los propios colegiales eligen a los nuevos inquilinos cada año. Controlan el proceso de admisión. El formato se mantendrá 75 años después. El primer líder del César Carlos, Alfredo Robles, definirá el clima de esta manera: "El franquismo quiso crear una minoría dirigente y acabó creando una minoría disidente".
Carlos María Rodríguez de Valcárcel, el falangista fundador, no da crédito. ¿En qué se ha convertido su criatura? El Opus Dei también intenta meter cuchara, pero no puede. Manuel Martín Ferrand compara el César Carlos del franquismo con la Residencia de Estudiantes de los años preguerreros. Jaime García Añoveros, que será ministro de Hacienda con Suárez, es un colegial de aquel tiempo. Sostiene: "Gota a gota van formando la élite… para una democracia".
¿Cómo pudo pasar?
Desde el presente, cuesta entender todo esto que hemos relatado. Si era una dictadura con plenos poderes, ¿cómo podía permitir aquello? "Era una de las contradicciones que empezó a afectar a ese franquismo que salía de la autarquía y buscaba funcionar como una economía de mercado", responde Rodríguez Bereijo.
"El estatus del colegio, en los sesenta, era siempre de tensión y conflicto. Fue el germen de la generación del pensamiento crítico. El César Carlos se instaló como la mejor muestra de la contradicción entre la España oficial y la España real", apostilla.
Aquel "centro de conspiración" era posible igual que lo fue esta portada de La Codorniz: "Bombín es a bombón lo que cojín es a x. Si nos cierran la edición, nos importa tres x".
El ambiente de los sesenta es, logísticamente, el mismo que hoy: estudiantes encerrados en sus cuartos preparando las oposiciones o sus doctorados. Pero en los momentos de descanso –desayunos, comidas y cenas– es cuando se tercia el debate, la tertulia.
"No era un debate cualquiera, ¿eh? –sigue Rodríguez Bereijo– Después de cenar, nos reuníamos en el bar del César Carlos. Era un ambiente muy elitista porque quien decía una tontería sufría el escarnio y la ironía mordaz del resto".
Esa "efervescencia intelectual" no se nutría sólo de dentro, sino también de fuera. Eran frecuentes las conferencias… y lo son todavía hoy. Los estudiantes de los sesenta escucharon atónitos a un José María Gil-Robles de casi noventa años. Los estudiantes de 2023 están escuchando a Álvaro García Ortiz (fiscal general), Fernando Grande-Marlaska (ministro del Interior), Francisco Marín (presidente del Tribunal Supremo) o Magdalena Valerio (presidenta del Consejo de Estado).
La Transición
Llegada la Transición, mediados los setenta, qué lugar mejor para debatir sobre el futuro que el lugar donde el futuro había llegado antes. Un día de 1976, por ejemplo, Miguel Herrero de Miñón dio una conferencia a los colegiales sobre un proyecto de Constitución… sin saber él que dos años más tarde sería padre de la Constitución. El único rastro del franquismo que quedaba dentro era la biblioteca, a la que los chavales llamaban "el búnker".
Los gobiernos de Suárez no sólo tuvieron varios ministros césarcarlistas, sino también un jefe de gabinete como Alberto Aza, que luego sería el portador de los secretos de Juan Carlos I como secretario de la Casa del Rey. Lo dijo Paco Umbral a su manera: "Creo que soy el único español un poco nombrado que no se ha formado en el César Carlos".
En 1981, llegó un nuevo hito: el debate interno –otra vez la autogestión– dio lugar a la apertura del colegio a las mujeres. Participó Juan Vicente Herrera, a favor de lo mixto, que luego sería presidente de Castilla y León durante 18 años.
Herrera llegaba desde un colegio mayor del Opus Dei porque había estudiado Derecho en la Universidad de Navarra. El cambio fue notable y poco tardó en impregnarse de ese "espíritu liberal" que caracterizaba al César Carlos: "Recuerdo con mucho cariño las lecturas de prensa en común. Leíamos entre varios los periódicos y luego debatíamos".
A Charo Pablos, cuando fue nombrada secretaria general de la Presidencia del Gobierno en tiempo de Rajoy, un diplomático le dijo de broma: "Pudiste ir al César Carlos en parte gracias a mí. Yo voté a favor del mixto".
La entrada de Charo Pablos en "el César" –lo explica ella misma– es la prueba de que el elitismo que caracteriza al centro "es a posteriori, y no a priori". Es decir: como Charo, ingresaban cada año muchos chavales anónimos y de provincias.
"Existía ese rumor de que sólo entraba quien estaba enchufado. Tenían muy en cuenta el expediente académico y luego decidían tras una entrevista personal", dice. Ella logró su plaza en el tercer año de oposición. Justo después de que obtuvieran la suya un par de amigas. Funcionaba –sería absurdo negarlo– la red de contactos, pero como en cualquier empresa privada. Dicho de otra manera: el César Carlos no era un lugar donde asistieran sólo los hijos de los hijos, de los hijos, de los hijos. Eso sí, una vez fuera de allí… los colegiales suelen alcanzar con frecuencia inusitada las cotas más altas de la Administración.
Pese al intenso estudio, Charo Pablos reitera que el ambiente no era "monacal", tal y como se ha venido publicando en algunos medios. Son muy numerosas las historias de amor –frustradas y con final feliz–, los ligues, las amistades, las fiestas.
Seamos claros: habitaciones individuales, pero con baño compartido. Baño mixto, para más señas. Son opositores, pero tienen hormonas. Esta reflexión, aunque con palabras más de "estadista", la van compartiendo los distintos entrevistados.
Por si hubiera algún interesado hoy en entrar: aparte de sacar notas brillantes y tener conocidos dentro, debe saber que la plaza –pensión completa– cuesta alrededor de 700 euros al mes. Lavandería un día por semana, limpieza dos veces por semana.
El edificio donde está el César desde 1974 es del mítico Alejandro de la Sota. Dos torres comunicadas por arriba y por abajo. Habitaciones de muy distinta categoría. Ahí van en orden de tamaño y según la nomenclatura de los colegiales, que permanece desde hace décadas: la "ratonera", la "salchicha", la "L" y el "chalé". A mayor antigüedad, mejor habitación.
"Lo pasábamos bien cuando había que pasarlo bien. Salíamos las noches anteriores al día de descanso. A mí me reconfortaba ver, al regresar al colegio, que había otros cien jóvenes que hacían lo mismo que yo", sonríe Pablos.
Ricardo Martínez Vázquez, hoy embajador de España en Alemania, llegó al César Carlos en los ochenta y cuenta a este diario, desde Berlín, cómo ellos también disfrutaron, aunque sólo un día por semana, de la Movida madrileña: "Yo cantaba los temas a mi preparador martes y viernes. Así que salía los viernes por la noche. Íbamos al Rock-Ola, al Cock… Escuchábamos Nacha Pop, Radio Futura. Lo pasamos muy bien. El sábado por la tarde ya era para ordenar los papeles y preparar el estudio del domingo. El ambiente era fantástico. Debate, respeto y tolerancia".
Sobre lo de las hormonas, Martínez Vázquez aporta: "Varios de mis amigos se casaron con sus novias del César Carlos. ¡Y son matrimonios de los que duran!". Este diplomático se implicó de lleno en la vida política del centro, participó en un grupo que ganó las elecciones y agitó como bandera electoral la mejora de los espacios deportivos.
Charo Pablos, secretaria general de la Presidencia con Rajoy, hoy alto cargo en Cepsa, aporta el cierre a este reportaje con esta anécdota: los estudiantes de distintas promociones tienen un chat de WhatsApp llamado El espíritu del César Carlos. Otra prueba de esa filosofía intangible que ha pasado de generación en generación. Esta fue –y es– la escuela de los estadistas. Una especie, parece, en peligro de extinción.