"Yo ya no sumo, me voy". La noche del 4 de mayo, Pablo Iglesias cerró un libro de manera sorpresiva, el de sus años en la política activa. Poco tiempo en Bruselas, poco en el Congreso, poquísimo en el Gobierno... para alguien que destilaba tanta ambición, que le puso tanto empeño, y que dedicó las 24 horas del día durante una década para pasar de las plazas a la moqueta de Moncloa.

Aunque, en realidad, sólo fue sorpresivo para quienes no lo conocían bien. Porque la jugada de irse a mitad de legislatura estaba diseñada desde los mismos días de la negociación entre él y Pedro Sánchez para la coalición. Ya en mayo de 2020, este periódico adelantó que aquélla era su última reelección como líder de Podemos.

El secreto del éxito político de Pablo Iglesias, que se inventó de la nada un partido y le dio la vuelta a la política española en la década pasada, no está sólo en que supo aprovechar su ventana de oportunidad. Sino en sus conocimientos de la dialéctica, la comunicación y el márketing políticos. De la mano de Íñigo Errejón al principio y de la de Juanma del Olmo después, nunca hubo un movimiento de fichas en el tablero de los morados que no llevara una jugada a largo plazo en el interior.

Pablo Iglesias deja la política

Yolanda Díaz, es cierto, se enteró de que Iglesias iba a desencadenarlo todo muy poco antes de que él mismo anunciara que no sólo había dejado la vicepresidencia del Gobierno, sino que nunca recogería su acta de diputado autonómico y que iniciaría el proceso de relevo al frente de Podemos. Pero ella estaba desde el principio en la jugada y sí sabía que eso, más antes que después, se descubriría. Porque ella misma participó del diseño.

Un plan oculto

Hace falta retrotraerse al mes de diciembre de 2019, a la negociación con Sánchez para la conformación del Gobierno de coalición, para entender por qué Iglesias exigió pocas cosas: el acuerdo de contenidos estaba ya muy avanzado de los intentos previos -tras las elecciones de abril-. Así que, en este caso, centró las fuerzas en sólo tres puntos.

Él debía ser vicepresidente segundo, Irene Montero debía ser ministra de Igualdad y Yolanda Díaz sería, sí o sí, ministra de Trabajo.

Lo primero, para que el socio minoritario tuviera verdadero peso político. Lo segundo, para capitalizar las políticas feministas. Y lo tercero, para que los morados pudieran ir a la siguiente cita con las urnas -en cuatro años- con la medalla de la "derogación de la reforma laboral" en la pechera... de la nueva líder.

Yolanda ya era la heredera designada cuando prometió su cargo en enero de 2020... antes de la pandemia.

Ese único Ministerio de peso era "condición sine qua non" para Iglesias. Así se lo transmitió, según ha podido confirmar este diario en fuentes de ambos lados del Gobierno, el líder de Podemos al del PSOE.

De ahí que Sánchez le "quitara" las competencias de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones e inventara una cartera para José Luis Escrivá. Para que la morada tuviera que compartir foco. De ahí que ella rompiera su carnet de militante en Izquierda Unida, precisamente, en el momento en que se cerró el acuerdo. De ahí que nadie lo supiera hasta meses después...

Y de ahí que Iglesias y Del Olmo construyeran, desde el principio, todo un relato, dejando que Yolanda pareciera la cara simpática de los "socialcomunistas", permitiendo que jugara a ser la outsider y que fuera "la ministra de los acuerdos"... hasta con los empresarios. "Estaba todo diseñado", reconoce una de las manos derechas de Iglesias en el partido. Ése era el plan oculto.

Iglesias, aquella noche del 4-M, se fue sin que nadie se lo pidiera. Aprovechó otra ventana de oportunidad, la del ayusazo, para ejecutar su plan. "Estaba todo previsto, él quería hacerlo así para que la transición fuese fácil y con tiempo, y además, es verdad, estaba hasta los cojones", cuenta un colaborador cercano del ex vicepresidente segundo.

"Yo lo vi venir"

Por eso, cuando el pasado 2 de diciembre, Yolanda Díaz hacía su propio repaso del año en el que Pablo se fue y ella heredó, las voces que en Unidas Podemos aún no digieren bien cómo se hizo todo y, sobre todo, que la designada fuera ella, recelaron recordando que "tenemos métodos muy distintos que los suyos, la cosa no termina de encajar, y ella trabaja demasiado para sí misma y menos por el proyecto".

Ilustración: Tomás Serrano

La ahora vicepresidenta segunda se dejaba entrevistar aquella mañana en una radio cuya línea editorial es más cercana a la amistad con ella y sus ideas, no ya que a la derecha, sino al propio socio mayoritario del Gobierno en el que ella comanda al minoritario. Como nada es al azar en la política comunicativa de Unidas Podemos, si la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo fue a Radio Cable aquella mañana era porque sabía que se sentiría "cómoda".

La expresión es, textual, confesión de una de sus colaboradoras más cercanas en conversación con este periódico. Pero Yolanda se sintió "demasiado" cómoda. Eso es confesión de un gurú comunicativo de la formación morada.

Presumía de los datos del paro la heredera de Pablo Iglesias en una entrevista con Fernando Berlín. Presumía de nueve meses consecutivos con descenso del desempleo, de haber alcanzado ya niveles de afiliación a la Seguridad Social "históricos" y "previos a los de la crisis de 2008".

Presumía de su decena de acuerdos con los agentes sociales, de lo "bien que va la negociación" de la reforma laboral, de "trabajadores protegidos" por los ERTE, del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), del "las familias amparadas" por el Ingreso Mínimo Vital (IMV), del "tejido productivo salvado" por la prestación por cese de actividad a los autónomos y la "histórica novedad" de hacerlo también "por primera vez" con las empleadas del hogar durante la pandemia.

Presumía Yolanda Díaz tanto de su gestión, legítimamente con las estadísticas en la mano, que el periodista quiso echar la mirada atrás, a cuando llegó al Gobierno de coalición como la única representante morada con una cartera de peso.

Pero las preguntas no fueron por cuál es la razón de que antes se fuera a "derogar" la reforma laboral del PP y que ahora baste con una "modernización". Ni por esa prestación a las asistentas que nunca terminó de llegar. O por el IMV que fracasa en su despliegue cada día, después de aprobarse de manera precipitada, como ya anticipaba -en privado, eso sí- el ministro José Luis Escrivá.

Tampoco se le preguntó a Díaz por sus rencillas con este último -Pedro Sánchez partió el ministerio de Trabajo en dos, y desgajó la Seguridad Social para que las pensiones no estuvieran en manos de los que no le iban a "dejar dormir"-. Ni por la subida del SMI en 2022, de la que nadie habla y parece que se va a dejar congelado. La conversación no giró en torno a cuál es la razón de su enmienda a la totalidad de las leyes del PP, aún en vigor, que han propiciado esta recuperación rápida del empleo...

El 'otro 4-M'

No. La cosa se centró tanto en el relato "bonito" que Díaz está construyendo mientras prepara su "proyecto de país" que la vicepresidenta se sintió "demasiado cómoda" y habló de que su incansable empeño en hacer "buena política" le ha pasado factura en el seno del Gobierno. Tanto como que cuando ella "vio venir" lo del virus, "nadie escuchó", se la desautorizó e incluso la llamaron "alarmista".

Tan "demasiado cómoda" estaba Yolanda Díaz que, con sus palabras -reales, fieles a lo que ocurrió en ese inicio de marzo de 2020, y cuyos resultados en noticias fueron publicados entonces por este periódico-, dejó a los pies de los caballos no sólo a Pedro Sánchez, sino a Pablo Iglesias, recordándoles lo que pasó el otro 4-M, el de marzo de 2020.

A Sánchez, porque el día en que el presidente podía presumir de la única cifra económica que le sonríe, ella le recordaba su tardanza en la reacción ante la llegada del coronavirus. Y a Iglesias, porque el relato oficial dice que "en la noche del 8 de marzo, el Ministerio de Sanidad detectó un salto cualitativo en los contagios", pero ella estaba reivindicándose, recordando que "el 4 de marzo" publicó una guía laboral, que "nadie" la escuchó" y que todo eso -lo dijo dos veces- fue "en la antesala de las manifestaciones del 8-M".

La ministra de Igualdad, Irene Montero, junto a la delegada del Gobierno contra la Violencia de género, Victoria Rosell, en el 8-M de 2020.

Ésas marchas que el Gobierno, recién estrenado con Podemos al frente del Ministerio de Igualdad, se empeñó en mantener. Ésas que provocaron la polémica por el estallido de contagios -se infectaron varias ministras, entre ellas Irene Montero, y hasta la mujer del presidente-. Ésas que se llevaron al juzgado, ésas que provocaron la destitución del jefe de la Guardia Civil en Madrid porque se negó a violar el secreto del sumario a requerimiento del ministro Marlaska. Ésas manifestaciones a las que ella, curiosamente, no fue.

El arriesgado movimiento de meterse con Sánchez ante el micrófono no causaba más que malestar en el PSOE. Pero, en realidad, ningún problema: una cosa es ser socios y otra, olvidar que -antes o después- habrán de competir por el mismo espacio electoral.

Por el contrario, hacerlo con Iglesias -que además es su amigo personal desde hace una década- sí levantó ampollas y sentó realmente mal, según pudo saber este diario, a alguna de sus compañeras moradas de gobierno. Y sobre todo, en la sede del partido al que ella no pertenece, pero acepta que la lidere. "No sé a qué viene eso", se preguntaba un diputado morado aquella tarde, "se ha equivocado, es desleal con los suyos".

¿Otra jugada?

Fue Podemos la formación que cambió la política en España, en 2014, capitalizando los estertores de aquella crisis de 2008, el descontento del 15-M y las conexiones latinoamericanas de sus dirigentes. Fue Podemos el que supo crear las condiciones para entrar en el Parlamento y el que ideó la estrategia de confluencias regionales y sectoriales que rescató la carrera política de Díaz, que amenazaba con el fracaso en Galicia ante el rodillo de mayorías absolutas del PP de Alberto Núñez Feijóo.

Fue Podemos quien la puso ahí, ¿y ella, cuando ya reina sobre todo el "espacio del cambio", deja a Iglesias a los pies de los caballos?

La semana previa al 8-M, Díaz le contó a Iglesias su conversación con el ministro italiano de Trabajo. Milán era entonces el foco de infecciones de Europa y toda la región estaba colapsada. E inmediatamente, Iglesias le fue con el asunto a Sánchez. Este periódico supo entonces que el líder morado le pedía al presidente medidas urgentes e, incluso, la declaración del estado de alarma.

Antes de que todo ocurriera, evidentemente, no había ocurrido. Y en aquellos días, la sugerencia, hasta en Moncloa, sonó a una de esas exageraciones y sobreactuaciones "típicas de los de Podemos".

Pero lo cierto es que Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, publicó esa guía aquel otro 4-M. Y que no fue el PP el que la llamó "alarmista", sino que fue Moncloa quien la desautorizó, al día siguiente, con una nota pública. También es verdad que PSOE y Podemos "se estaban conociendo" -en palabras de un exministro socialista- y que ninguno de los dos se atrevió a dejar el 8-M feminista en manos del otro, alertando en público contra las marchas...

Aunque asimismo es real que Iglesias ya estaba preocupado, que Sánchez había sido advertido y que Díaz no salió a la calle. Lo que no termina de encajar es que ella recuperara todo ese relato el 2 de diciembre... salvo que forme parte de otra jugada que no sabremos ver hasta que esté completamente ejecutada. Que en eso nada ha cambiado en el año en que se fue Pablo y llegó Yolanda.