Los números cantan. O, si se prefiere, las catas demoscópicas. La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, trata de reivindicar su liderazgo basándose en que es, sin duda, la dirigente de Unidas Podemos con mejor valoración por parte de la ciudadanía, muy por encima de sus dos compañeras en la mesa del Consejo de Ministros: la titular de Derechos Sociales y secretaria general de la formación morada, Ione Belarra, y la ministra de Igualdad, Irene Montero. Esta evidencia la convierte -pero sólo de facto- en la sucesora natural de Pablo Iglesias.
Ésa es su mayor fuente de legitimidad, además (claro) del dedo designador del líder retirado. Pero el hecho de que su jefatura no sea orgánica, porque no milita siquiera en ninguna de las dos formaciones principales -ni en IU ni en Podemos-, crea disfunciones. Como la de esta semana, cuando Pablo Echenique registró en el Congreso una Proposición de Ley para crear una empresa pública eléctrica, avisando al PSOE sólo en el último momento... concretamente, sólo una hora antes.
"Es lo habitual", explica una fuente del Grupo Parlamentario, "se avisa a la otra parte y gusta o no gusta... lo mismo que hizo el PSOE con la Ley de Igualdad de Trato". Pero el gesto sorprendió y enfadó a partes iguales al entorno de Teresa Ribera, la vicepresidenta tercera y titular de esas políticas, además de en Moncloa.
Díaz tuvo que salir sólo 12 horas después a afearle la conducta al portavoz de su grupo parlamentario. "Debemos cuidar la coalición y tender puentes para estar de acuerdo en un tema como éste, que es una de las mayores crisis que sufren los ciudadanos".
Fuentes del entorno de Díaz admiten que "esto es lo que la vicepresidenta debe decir desde el Gobierno", lo que da cuenta del revuelo que causó en el PSOE, y en el Ministerio de Ribera la actitud de los morados. A pesar de que lo normal es que nada se haga en Unidas Podemos sin su conocimiento y acuerdo, a buen entendedor...
La ministra de Trabajo es una de las políticas mejor valoradas en todos los sondeos, los mismos que -paradójicamente- dan una caída en intención de voto cada vez más acentuada a una lista morada encabezada por ella: sólo un 10,6% y unos 26 escaños.
Precisamente por ese favor del público, y tras el descalabro en Madrid del 4-M, Iglesias decidió largarse y designarla como heredera, más allá de que su poder no fuera a ser por elección de nadie, sino por designación... como el Rajoy de Aznar.
Según el barómetro de julio del CIS, Díaz es, tan solo por detrás de Pedro Sánchez y de Pablo Casado, la preferida por los españoles para ser presidenta del Gobierno. Casi un 10% de los ciudadanos expresa esa preferencia, el doble que los que eligen a la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, o al de Más Madrid, Íñigo Errejón.
Además, recibe el aprobado, con unas décimas por encima de cinco, en la valoración que los españoles hacen de los ministros, mientras que ni Montero ni Belarra llegan al 4. La vicepresidenta segunda, con un 5,1, iguala la valoración de la vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Nadia Calviño, ambas superadas por la titular de Defensa, Margarita Robles, la más valorada por los ciudadanos en una encuesta del Instituto Público realizada antes de la profunda remodelación del Ejecutivo acometida por Sánchez este verano.
Ya con el nuevo Gobierno, el último sondeo de SocioMétrica para EL ESPAÑOL publicado este verano ratificaba la posición de fuerza de Díaz en las filas podemitas. La responsable de la cartera de Trabajo casi duplicaba en valoración a las ministras de Derechos Sociales e Igualdad, al obtener casi un 4 con respecto al 2 que obtienen sus compañeras. Robles vuelve a ser la más valorada en la encuesta publicada por este periódico.
Díaz no milita en Podemos
Una de las paradojas del perfil de Díaz, a la que desde el momento de su salida Iglesias situó como la interlocutora de Podemos dentro del Gobierno de coalición y como futura candidata morada en las elecciones generales de 2023, es que no es militante de Podemos.
La vicepresidenta siempre ha estado muy ligada a Iglesias, desde los tiempos en que el exlíder morado participaba como asesor en la campaña de las elecciones gallegas de 2012 de Anova, una escisión izquierdista que en aquel entonces encabezó el histórico galleguista Xosé Manuel Beiras, antiguo líder del BNG. Pero su tradición política está vinculada a Esquerra Unida y al sindicalismo, esto último en la estela de su padre, el histórico del movimiento sindical gallego Suso Díaz. Y aunque ya no milita en la coalición que lidera su también compañero de Gabinete, Alberto Garzón, sí lo sigue haciendo en el Partido Comunista de España (PCE).
En su entorno aseguran que para nada su intención es ser líder de un partido y subrayan que, a diferencia de otras personas que se dedican a la política, ella sí tiene una profesión, la de abogada, a la que le encantaría volver. De hecho la ejerció antes de adentrarse en la política gallega, donde estuvo en el Parlamento autonómico y en la que llegó a ser teniente de alcalde de Ferrol, su provincia natal.
Siempre recuerda que como tantos ferrolanos, tiene una familia de sindicalistas, en un lugar donde los astilleros son tan importantes, y otra de marinos, en la ciudad donde la Armada tiene una de sus bases de operaciones más destacadas.
Díaz da pasos cautelosos sobre su futuro político, mientras consolida su posición en el Gobierno y su buena sintonía con el presidente Sánchez. En las últimas semanas era la única ministra de Podemos presente en los gabinetes de crisis sobre el repliegue en Afganistán, incluido el que se celebró el pasado sábado en la base aérea de Torrejón de Ardoz presidido por el Rey.
Desde que se marchó Iglesias no ha dudado en lanzar ofertas de unidad que incluirían a Más Madrid, la escisión podemita liderada por Errejón. Este año el ex número dos de Podemos rechazó acudir junto a su antiguo partido a las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid, en esa ocasión con el propio Iglesias como candidato.
No es ningún secreto que Podemos es una formación que ha menguado electoralmente, desde los históricos 71 escaños logrados por Iglesias en 2015 a los 35, prácticamente la mitad, con los que cuenta actualmente. Una perspectiva que puede no hacer del todo apetecible encabezar su candidatura en las próximas elecciones generales.
Díaz, ejerciendo de gallega como presume, mantiene una cierta ambigüedad sobre sus planes de futuro. Pero con las encuestas en la mano, los estrategas de Podemos no tienen mejor opción que presentarla como candidata. Y ella puede que acepte, o no.
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