El gurú de Errejón: "En los actos de Íñigo deben estar las banderas de España que faltan en Podemos"
Catedrático de Filosofía y escritor, es el principal intelectual al que recurre Errejón para hablar de su estrategia.
7 octubre, 2019 02:53Noticias relacionadas
Es difícil encontrar el sustantivo. José Luis Villacañas (Úbeda, 1955) se aparta, como si de aceite hirviendo se tratara, de las palabras “consejero” y “asesor”. Este catedrático de Filosofía, firmemente interesado en “las cosas de España”, es el cerebro gris que orienta a Íñigo Errejón. Esta expresión -que tampoco le convence- suele utilizarse para describir a esos intelectuales que, liberados del tiroteo político, diseñan la estrategia con sus apadrinados. Cabe una solución mucho más prosaica y de sencillísima comprensión, que le complacerá todavía menos: es el Monedero de Errejón.
Varios dirigentes de Más País sitúan a Villacañas como el hombre que más y mejor susurra a su candidato: “Ha ido ganando mucho peso”. Se leen el uno al otro, debaten, discuten, estudian… El día que este filósofo presentó su libro contra el bestseller de Roca Barea, allí estuvo Errejón, que intervino con palabras elogiosas. Y el día que Íñigo quiso que alguien leyera su tesis, allí estuvo Villacañas.
En esta conversación, se muestra dispuesto a abordar la relación de Más País con la bandera de España -reitera que debe haberlas en sus mítines-, las diferencias que separan a Iglesias y Errejón, la distancia entre ambos partidos… La apuesta es alta. Porque también se abre a desmigar la relación de su amigo con Venezuela, su evolución respecto al comunismo y el anarquismo… Conviene coger con pinzas el análisis, ya que no oculta su elogiosa simpatía hacia Íñigo -aunque el filósofo no posee carné-. Pero también corresponde mirarlo en clave de futuro: Más País tiene y tendrá mucho de Villacañas.
[ENCUESTA: ¿A quién votaría si las elecciones fueran mañana?]
Ceño fruncido, gafas negras y delgadas, el autor de Historia del poder político en España cuenta que conoció a Errejón en el Teatro del Barrio, poco después de las elecciones europeas de 2014, aquellas que alumbraron el éxito de Podemos. Desde entonces, su relación ha ido in crescendo. A Pablo Iglesias lo conoce poco: algunas llamadas, unos cuantos correos, una entrevista en La Tuerka…
-¿Son tan diferentes uno y otro?
-Mucho. No podrían vivir juntos porque son irreconciliables. Iglesias es un político de tinte leninista. Aunque estudió en Italia, en realidad es un hombre de tradición comunista española. Concibe el partido como un instrumento de conquista del Estado: llegar a la revolución por el control de la legalidad. Iglesias no cree que los tiempos revolucionarios sigan abiertos, pero todo su imaginario es de esa índole.
-¿Y qué pasa con Errejón?
-Iglesias quiere ir por delante del pueblo. Y eso explica su forma de negociar. Errejón, en cambio, pretende ir al compás. Iglesias siempre ha jugado como si cada momento fuera la hora decisiva. Eso le ofrece a su figura esa intensidad a veces un poco airada. Íñigo juega a largo plazo, a ganar influencia y no solo poder, a aumentar la base de la idea nacional-popular.
Villacañas recurre a la moral del amo y el esclavo, acuñada por Hegel, para referirse a la relación que mantuvieron Iglesias y Errejón cuando convivían en Podemos. El primero, a ojos del catedrático, era el amo, “el hombre mediático que arrastraba el voto”, un tipo “apropiado” para mantener la “irritación popular” a cuyos lomos crecía la formación morada. El segundo era el esclavo, el encargado del “trabajo comunitario, de tejer vínculos de confianza, de integrar a todos...”. Por eso, Villacañas concibe a Errejón como “el verdadero artífice de Podemos”.
Según diagnostica este filósofo, Iglesias no se preocupó por las rencillas internas hasta que sus amigos del PCE le advirtieron de que su figura se tornaría prescindible si Íñigo seguía dirigiendo la estructura. “Que Podemos acabe siendo el epílogo de la larga historia de las metamorfosis del PCE y de IU es lamentable. Errejón quiso evitarlo desde el principio”, apostilla.
Villacañas reitera que su amigo no encaja -ni semántica ni shakesperianamente- en el concepto de traidor: “Los despidos de trabajadores fueron dejando a Íñigo sin el grupo originario. Fue una dinámica lenta, medida, gradual, que tenía como finalidad apartarle en soledad. La vieja unanimidad leninista se canalizó por la brutalidad política de la purga. En Vistalegre II, se trató a la lista que perdió como si fueran vencidos. La última jugada de esa brutalidad fue colocar a personas importantes de Podemos ante el dilema de aguantar las humillaciones de la irrelevancia o recibir la acusación de traición si se iban”.
-Errejón pretende apuntalar su imagen de “moderado” frente al “radicalismo” de Iglesias, pero ahí quedan sus políticas intervencionistas respecto al alquiler o sus tres comidas en Venezuela… Él mismo confesó beber del populismo de Laclau. ¿Ha cambiado mucho Errejón en los últimos años?
-No es un asunto de moderación o radicalidad. Iglesias cree que la política es un medio para que su partido tenga más poder. Íñigo piensa que la política es un medio para que la sociedad sea poderosa. Respecto a Venezuela: estoy seguro de que Íñigo asume que no fueron sus mejores declaraciones y de que concibe que la situación de Venezuela es trágica y desdichada.
-¿Y lo del populismo?
-El joven doctor que estudió la obra de Laclau hace seis años ha de ser, necesariamente, alguien diferente del político que se ve en la urgencia de organizar un partido de vocación nacional. Debe modular esa forma desde la experiencia. Cambiar en ese sentido es una prueba de madurez. Errejón lo hace, pero sin prisas, sin bandazos, desde dentro.
¿Por qué no Más España?
-El día que Más País decidió presentarse a las elecciones, algunos de sus dirigentes comentaban en privado la ilusión que les hacía abordar asuntos que no habían podido tratarse en Podemos. Uno de ellos era dar la batalla a la derecha por la “apropiación de los símbolos nacionales”. Para eso, ¿no habría sido más eficaz elegir el nombre de Más España?
-No lo sé. Mucha gente comparte el anhelo de vivir en un país normalizado, donde el Estado unitario que tenemos no sólo sea una estructura de poder, sino también un elemento capaz de intensificar la pertenencia común. España ha sido más Estado que nación.
-¿Entonces?
-Cualquier política razonable debe aspirar a que la población vea que sus instituciones estatales le inducen esos sentimientos de pertenencia. La meta de Más País debe ser lograr que haya más sentimiento de afecto y pertenencia a España.
-Pero Errejón no ha elegido Más España.
-Una política de pasos quizá comprenda que es prematuro apostar ya por Más España. Para ir a Más España deberíamos llegar antes a un consenso amplio que promueva una España diferente.
-Errejón asegura que se trata de una discusión terminológica sin importancia… Pero el movimiento natural hubiera sido de Más Madrid… a Más España. Nunca fueron “Más Comunidad” o “Más Ayuntamiento”. ¿Ha tenido que ver ese complejo de la izquierda con respecto a los símbolos nacionales que, precisamente, ahora critica Íñigo?
-No es un asunto sólo de la izquierda. Durante la República, Azaña y el PSOE fueron profundamente españolistas. Mostraron un afecto sincero por la palabra España. Luego, durante la dictadura, a través del uso que hicieron las élites, la palabra se asoció a actitudes y gestos que repugnaban a mucha gente. Más País va en la dirección de una España que pueda decir de forma desinhibida “Más España”.
-¿A qué cree que se debe ese complejo de los movimientos a la izquierda del PSOE a la hora de emplear, por ejemplo, la bandera o el himno?
-Carece de sentido que los símbolos dividan. Por supuesto, resulta intolerable su vejación. Es la huella de un resentimiento estéril. No debemos entrar en dinámicas de eterno retorno. La Segunda República fue derrotada quizá y sobre todo por sus monumentales errores. No generó un mito suficientemente estable ni imitable. Nuestros padres lucharon por ella y eso nos afecta sentimentalmente, pero también nos enseñaron la aceptación no resentida de la derrota.
-Resumiendo… ¿debería haber banderas de España en los mítines de Errejón?
-¡Sencillamente, sí! Debería haber las banderas que no hay en los mítines de Iglesias. Mucha gente siente afecto a esa bandera y Más País así debería reconocerlo.
Villacañas, a lo largo de su intervención, desliza que este tipo de gestos -los relacionados con los símbolos nacionales y la resignificación histórica- podrían marcar la diferencia entre Podemos y Más País. Achaca a Iglesias no haber sido capaz de “ofrecer una idea de España a su electorado”. “Las políticas de Más País, en cambio, nos llevarán a Más España”, concluye.
-Pero el Errejón universitario y de la primera hora de Podemos también participaba de aquella lejanía respecto al concepto de España. ¿Por qué el elector tiene que creer honesta su postura?
-El Errejón universitario no participaba de la cultura cercana al PCE, como Iglesias. Por lo que tengo entendido, Íñigo procede de políticas populares libertarias.
En los últimos meses, PSOE y Podemos han reducido su visión de la Historia a Franco y la Guerra Civil. Villacañas considera necesario e interesante que Errejón tenga arrojo para ir más allá y mirar hacia delante: “Debemos cerrar aquella herida porque es ya superficial. Todos, dictador y cuerpos insepultos deben volver a una tumba digna, donde sean recordados por los suyos. Entonces, unos y otros dejarán de ser símbolos de una guerra tenebrosa en la que, por mucho que los republicanos contaran con la legalidad, todos estaban equivocados. Un pueblo no puede depender de recordar un error colectivo universal”.
-Ese continuo recurrir a Franco… ¿no puede desmovilizar al votante más joven? Gabriel Celaya, un poeta que, por cierto, cita con frecuencia Pablo Iglesias, animaba a los suyos a mirar hacia delante: “Ni vivimos del pasado, ni damos cuerda al recuerdo. Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos (…) y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”. ¿No hacen PSOE y Podemos todo lo contrario?
-¡Desde luego! Nadie debe enrolarse en una conversación melancólica que no genera sino un bucle estúpido de pasiones. En las condiciones más difíciles, los supervivientes miraron sin resentimiento por el futuro de sus hijos, con el decoro de no ceder jamás ni al olvido ni al odio.