El golpe a la coca de los 300 ‘espartanos’ de Marlaska: así limpia la Guardia Civil la nueva ruta africana
Empotrado en un macrooperativo, EL ESPAÑOL es testigo de cómo la Benemérita desmonta una banda que trafica por el Guadalquivir.
19 abril, 2020 02:40Noticias relacionadas
En el garaje, junto a una bicicleta de carretera de tres o cuatro mil euros, hay varias bolsas de plástico repletas de botellas de agua, estuches de mortadela, pan de molde, naranjas, latas de Aquarius, galletas con chocolate… Se trata de víveres para aguantar al menos una semana en el mar, me dice un guardia civil mientras recorremos parte del chalet. A punto han estado de escabullirse, asegura.
Junto a las bolsas, a un metro de distancia, hay varios GPS, neoprenos y ropa de abrigo dentro de varias mochilas. “Tenían pensado echarse al agua ya. Probablemente esta misma mañana. La goma no tiene que andar muy lejos del río”, me explica unos minutos después el jefe del operativo. Es un comandante que se pasea entre los cuatro narcos detenidos golpeándose la muslera derecha de su pantalón con una ramita de árbol.
El jefe del operativo de la Guardia Civil, joven, descreído, va desarmado. Sus 300 chicos, en cambio, no.
Son las siete y media de la mañana. Se abre el día. Los gallos no dejan de cantar en estos campos a las afueras de Trebujena, en Cádiz. Hoy los han despertado los gritos. En una finca cercana, unos galgos ladran con timidez, nerviosos por el jaleo.
Los cuatro arrestados, a los que se les ha sorprendido durmiendo, se sientan en sillas del comedor del chalet en el que descansaban antes de echarse al mar en una embarcación semirrígida. Están esposados por la espalda. En silencio. Sobre una mesa están sus pasaportes y sus documentos de identidad. A veces, mientras varios agentes hercúleos del Grupo de Acción Rápida (GAR) de la Guardia Civil los vigilan, se miran entre sí. Serios. Cabizbajos.
Los han cazado.
Mientras, el jefe de todo esto no deja de pasearse con su ramita de árbol. Está contento. Un puñado más de traficantes menos en la calle. La mañana de caza ha sido productiva. "Mientras yo esté aquí, esa hierba no se deja crecer", me dirá después. Pero todo a su tiempo.
Empotrados en el operativo
El pasado 10 de marzo, un periodista y un fotógrafo de EL ESPAÑOL se empotraron en exclusiva en un macrooperativo de la Benemérita. Participaron 300 agentes. La operación se desplegó de forma simultánea por tres provincias: Sevilla, Cádiz y Málaga.
Ese día, tras siete meses de trabajo, se asestó el golpe definitivo a una potentísima organización de tráfico de droga que había establecido su base en el cauce del río Guadalquivir, convertido de nuevo en la autopista de las lanchas que surten de hachís a las bandas de media Europa.
Pero el golpe fue más allá. En noviembre de 2019, una goma partió hacia Marruecos desde un narcoembarcadero propiedad de esta banda. Lo hizo desde las marismas de Lebrija. Al volver, llevaba 1.280 kilos de cocaína a bordo, con un valor de 44 millones de euros. La Guardia Civil se aprehendió la mercancía. Su dueño, un marroquí, está fugado en Dubái.
La operación supuso un hito en la lucha contra el narcotráfico: gracias a la intervención de ese alijo se ha demostrado por primera vez que los traficantes de cocaína latinoamericanos están usando la ruta del África occidental a través de las lanchas que parten de Marruecos. Es decir, los narcos marroquíes ya no le hacen ascos a la dama blanca, algo impensable hace sólo unos años.
En esta nueva forma de hacer negocios, los intermediarios españoles han encontrado una vía de entrada de la droga que viene de más al sur en los últimos kilómetros del cauce del río. Desde aquí, los narcos andaluces, mediadores entre los marroquíes y las bandas de distribución europea, salen vacíos hacia el norte de África y vuelven cargados de fardos.
La presión policial que Interior ejerce sobre el Campo de Gibraltar desde la llegada del ministro Marlaska y la entrada en prisión de los dos mayores narcos de La Línea de la Concepción, los hermanos Antonio y Francisco Tejón, los Castañas -auténticos amos del negocio, con un férreo control de las playas gaditanas-, sumado a la caída del otro rey de la zona, Abdellah el Haj, alias Messi, han obligado a las mafias del hachís a desviar sus rutas comerciales hacia el oeste, entre Huelva y Cádiz. Y ahí, el río grande andaluz juega un papel esencial en la ruta comercial Marruecos-Europa.
Pese a los esfuerzos policiales, el narco no descansa ni con una pandemia. Entre el 14 de marzo, cuando se decretó el estado de alarma, y el último día de ese mes, la Guardia Civil se hizo con 6.000 kilos de hachís y cazó a otros 60 traficantes.
"¡No se muevan! ¡Guardia Civil!"
Rebobinemos. Cuatro y media de la mañana. Nos citan en Sevilla. En un inmenso aparcamiento están desplegados los 300 agentes que van a participar en la operación.
Algunos acicalan sus armas. Otros conversan en pequeños grupos. Se habla de todo. Los que son de Sevilla, y del Sevilla FC, charlan acerca del próximo partido de la Europa League ante la Roma, el encuentro que nunca fue por culpa de la pandemia. Otros comentan sobre el viento frío que corre. Luego, cuando se montan en los furgones, la mayoría de ellos cubren sus caras con pasamontañas.
Hay miembros del Grupo de Respuesta y Seguridad (GRS) de la Guardia Civil, la élite del cuerpo junto a los otros invitados, los GAR, los chicos del Grupo de Acción Rápida, nacidos en 1980 para aniquilar a ETA. Hoy descabezan bandas de traficantes de droga. Llegaron la tarde anterior desde Logroño. Su jefe, un chico joven de poco más de 30 años -no muy alto, con una espalda inabarcable- da las últimas directrices a sus hombres, todos con aspecto de soldados espartanos.
5:15 de la mañana. Salimos. El convoy parte hacia Cádiz. Algunos efectivos se despliegan en dirección a Málaga. Otros se desvían antes hacia localidades sevillanas pegadas al río. El fotógrafo y yo vamos a una de ellas, Lebrija, un pueblo que besa las aguas del Guadalquivir y que cuenta con una vasta zona de marismas dedicada a la agricultura.
Ya son las 5:52. A esta hora me resulta extraño saber de antemano que muchos narcotraficantes, esos que ahora mismo duermen a pierna suelta, despreocupados, van a ser detenidos en cuestión de segundos.
Lebrija. Calle Poniente. Un piso de sólo dos alturas. Silencio. La calle está tomada por la caballería. Los agentes irrumpen en una casa con un ariete cilíndrico revientapuertas.
- ¡No se muevan. Alto ahí. No se muevan! ¡Guardia Civil, Guardia Civil! ¡He dicho que alto ahí!, gritan mientras encañonan a las personas que se encuentran en el inmueble.
Este registro se efectúa de manera simultánea a otros 16, aunque al cabo del día se harán siete más. En total, 24. Muchos de ellos en la zona del Campo de Gibraltar, donde las organizaciones del hachís echan de menos la situación de hace dos o tres años, cuando los Castañas habían organizado una cooperativa del narco.
Aliados con otras bandas menores, los Castañas manejaban un ejército de peones, disponían de toda la logística necesaria para el negocio (gomas, guarderías, vehículos…), controlaban las playas de la zona, alijaban de día y de noche, y hasta cobraban un impuesto por permitir que otros lo hicieran.
Pero también cayeron. Uno, Isco Tejón, se entregó. Al otro, Antonio, lo detuvo la Policía Nacional. Ambos están en prisión tras mantenerse huidos durante meses. Esperan fecha de juicio tras unos barrotes.
Ahora los tiempos han cambiado en el negocio del narco. Los traficantes han entendido que ya no pueden alardear de su alto tren de vida por las redes sociales ni dar el cante con coches de alta gama. Han adoptado un perfil mucho más discreto.
Ante la necesidad, se asocian más que antes, me cuenta el jefe del operativo. Pequeñas y medianas organizaciones tejen alianzas. Cada una pone lo que puede. Debido a la estrecha vigilancia en tierra, donde cada vez es más complicado alijar, los cuatro tripulantes de las lanchas saben que tienen que estar más días en el mar. Se llevan más víveres y más gasolina. La necesidad de ingresos hace que trabajen hasta con temporales.
El regalo a la mujer
Pero volvamos a Lebrija. A la casa en la que han irrumpido a la fuerza. La están registrando. Hay indicios sobre el origen ilegal del dinero del único detenido en ese inmueble. Los agentes se llevan documentación. Antes, uno de ellos acciona la llave de un coche desde dentro de la vivienda. En la calle se encienden las luces de un vehículo. Uno de los guardias civiles sale del piso.
- ¿Se ha abierto algún coche?, pregunta.
- Sí, ese, responde un compañero.
El agente revisa la matrícula. Es un Peugeot 508 deportivo, negro. Su precio rondará los 40.000 euros. Con asientos de piel y todos los extras. El detenido se lo había regalado a su mujer hacía una semana.
- Pues nos lo llevamos también.
Horas más tarde, a mitad de mañana, al arrestado lo trasladan a la zona de marismas. Es dueño de una nave de aperos del campo. Los agentes cortan con unas pinzas los candados que la mantienen cerrada a cal y canto.
Al correr el portón por unas vías de hierro, se descubre el pastel. Hay 239 bidones de 25 litros rellenos de gasolina. 5.975 litros en total. Están apilados en los laterales de la nave, dejando el espacio justo para el tamaño de una lancha.
- La goma debe de estar por aquí cerca- cuenta en voz alta el hombre que lidera este operativo-. Las poleas están listas para levantarla, daros cuenta -explica a sus chicos-. Pegaos una vuelta a ver si la veis por los canales, que igual la tienen por ahí escondida.
Al dueño del narcoembarcadero le han decomisado, aparte del coche, un dron. Explica que es de su hijo. En cambio, los investigadores creen que le sirve para controlar su zona de acción en el río. El arrestado viste un chándal barato y unas zapatillas de varios colores. No tiene pinta de narco, pero forma parte de una organización de traficantes. De su nave partió aquella lancha que llegó con 1.280 kilos de coca a una playa de Isla Cristina, en Huelva.
Plan Carteia
El Ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, diputado por la circunscripción de Cádiz, pidió mano dura con el narco nada más llegar a su cargo actual. La Línea de la Concepción estaba desbocada: agresiones a agentes, embestidas a vehículos oficiales, traficantes fugados protagonizando videoclips de reguetón, rescate a la fuerza de un detenido en un hospital mientras dos policías lo custodiaban. Un circo que llenaba de tinta los periódicos, abría cabeceras en los digitales y cada día dejaba su nota de color en los informativos de televisión.
En otoño de 2018, Interior puso en marcha el plan de Seguridad del Campo de Gibraltar. Guardia Civil, Policía Nacional y Vigilancia Aduanera se vieron reforzados. Se incrementó la presencia policial en las calles y se creó un equipo con 100 agentes escogidos de la Guardia Civil. Se puso en marcha la denominada 'Operación Carteia'.
Desde entonces son el cerebro y las manos de la lucha contra las mafias del hachís y la coca, expandidas desde el Estrecho por toda la costa andaluza. Hay especialistas en narcotráfico, blanqueo de capitales, crimen organizado, corrupción.
De media, cada mes se incautan de 20 toneladas, el triple que antes de poner en marcha este dispositivo. El hombre que se pasea con la ramita de árbol es quien ejerce el mando a pie de calle, el que mira a los ojos a los narcos. El que, incluso, los hace llorar, como fui testigo mientras le apretaba las tuercas a dos de ellos.
Con el hijo dentro de la casa
07.06 de la mañana del 10 de marzo de 2020. La Guardia Civil hace un rato que ha irrumpido en este chalet de Trebujena. Es una lujosa casa de campo a las afueras del pueblo, con cuadra para los caballos, piscina y zona de asados.
Hay cuatro detenidos. Formaban una tripulación completa. El dueño del inmueble, que era parte de ella, acoge en su casa a los que iban a ser sus compañeros de singladura.
El perímetro del chalet está plagado de cámaras de videovigilancia. En el garaje, ya lo saben, hay bolsas con víveres para el viaje hasta las playas marroquíes y para aguantar lo que haga falta en alta mar. “Como no les dejamos resquicio, ahora es fácil que puedan estar una semana embarcados", explica uno de los agentes.
Los detenidos, sentados en el salón, tienen entre veinte y treinta y pocos años. Dos son de La Línea. Uno, de Trebujena. El cuarto, marroquí. En la mesa del comedor, junto a la documentación de todos ellos, hay un paquetillo de tabaco Camel y sobres de Frenadol.
En el inmueble se encontraban la mujer y el hijo del propietario. Antes de dejar marchar a la señora le registran su coche. Hace unos minutos que ha llegado su suegra para recoger a su hijo, de 12 años. El chaval, con la mochila al hombro porque en un rato entrará en clase, ha salido de casa con gesto serio.
Su madre, mientras le revisan el vehículo de arriba a abajo, explica a los agentes que es peluquera. Lleva un jersey de la marca Moschino. Le habrá costado unos 400 euros.
- Todo lo que tengo me lo gano peinando, dice.
Será cierto eso de que las peluquerías dejan dinero.
Sobre las dos de la tarde, la Operación Dóberman, como se llama este macrooperativo, toca a su fin. El comandante me estrecha la mano y se sube en un todoterreno de alta gama que le incautó a un narco en otro operativo. Un juez le autorizó a su uso en el trabajo.
El operativo se saldó con 24 detenidos en localidades como Sanlúcar de Barrameda, Lebrija, El Cuervo, Jerez de la Frontera, Algeciras o Estepona. 13 de ellos están en prisión. La Benemérita se aprehendió de dos lanchas, tres armas de fuego, 63.450 euros, 2 plantaciones de marihuana con 576 plantas y siete vehículos, además de otros efectos de interés para la investigación.
El tráfico de drogas no se detiene. Los cuerpos policiales, tampoco.