“A mí me importa un comino todo esto de la sostenibilidad y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”. Intenté reaccionar con la mayor flema posible ante esta afirmación emitida con el más absoluto descaro por parte de un alumno de la universidad santanderina CESINE. El centro celebraba la Semana de la Comunicación, y nos había invitado a la periodista Ana de Santos y a mí para hablar de nuestras experiencias profesionales que hoy pasan en ambos casos por los procelosos caminos de la sostenibilidad y sus posibles círculos virtuosos.
Supe que el chaval la podía liar cuando anticipó que iba a ser sincero. Me acordé de Unamuno. Decía que se echaba a temblar con frases similares; sabía que eran antesala de sentencias nada agradables. En efecto, no lo fue descubrir que no solo él sino algunos de sus compañeros en torno a esa edad a la que cantaba Serrat (“ahora que tengo 20 años, ahora que aún tengo fuerzas”) mostraban un escepticismo un poco cínico hacia la agenda 2030 y temas adyacentes.
Un par de días después de aquel jarro de agua fría en formato adolescente me consolé con el mejor discurso que puede hacer un artista, el de su obra. Tuve la fortuna de reconocer la de la doctora en Bellas Artes Esther Pizarro y sus trabajos. Y recalco su doctorado porque ello le permite ser formadora universitaria y, por tanto, remover y llamar a la acción.
Espero que sus Ecologías Fragmentadas, entre otras manifestaciones, sirvan para despertar conciencias. Espero que sus trabajos de investigación donde la sostenibilidad se da la mano con la tecnología espoleen a los escépticos de una y otra, a aquellos que sospechan de la primera y reniegan de los posibles beneficios de la segunda, con el alibí temeroso de la inteligencia artificial mediante. Espero que sus obsesiones por las metáforas constructoras de relatos y su concepción del artista portavoz capaz de denunciar emergencias tengan eco. Y que su transferencia de conocimiento supere el nodo doméstico para alcanzar el global. Lo deseo.
Esther me conquistó, como antes conquistó a expertos en arte como la comisaria Lorena Martínez de Corral que disertó con ella en el III Congreso Tiempo de Arte, celebrado en el Centro Botín, en Santander. No está mal como propósito vital y empresarial ese de encontrar el ídem en la asociación con la cultura. Sostenible y enriquecedor, y constructor a partes iguales de una nueva narrativa en la que desde las instituciones formativas, desde las expositivas y por supuesto desde las mediáticas se refuerce el mensaje y se difunda la contribución de la persona al planeta en un viaje de ida y vuelta.
Hablamos de arte transformador. Como se defiende en la exposición Ecologías de la Paz de la Fundación TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary, en C3A Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, cuyo objetivo es, precisamente, promover la transformación social y ambiental con el propósito de alcanzar la paz. Comisariada por Daniela Zyman, directora artística de TBA21, fue inaugurada el pasado 26 de abril y podrá visitarse hasta el 30 de marzo de 2025 en el C3A, en Córdoba.
Comparto de modo absoluto ese concepto de la paz justa que va más allá del comúnmente aplicado a la ausencia de guerras, si no que promueve la justicia, la equidad, la igualdad. La paz no es el antónimo de bélico. “No es que no haya guerra por lo que hay paz, es o debería ser la paz la normalidad”, dijo Zyman en la ceremonia de inauguración. “Hay que defender la paz, hay que reclamar la paz y el arte es una buena fórmula para salir de ese escenario antipacífico en el que vivimos”, continuó.
Resonaban permanentemente las tesis de la filósofa Hannah Arendt en su continuo recordatorio de que no debía ser la violencia la herramienta de la política, sino la paz neutra como vehículo de resolución de conflictos. Y no es buenismo. Porque esa calificación equivaldría a esa ridiculización permanente del pacifismo conviviente de un humanismo cada vez más ajeno.
Ecologías de la paz es un mazazo. Artístico, intelectual y emocional. Porque nos pone en contexto. Nos sitúa donde estamos. En la guerra. Porque ahí estamos. No solo rodeados de belicismo, sino también asistiendo como simples espectadores criollizados a la explotación, a la violencia, a movimientos migratorios con todas sus consecuencias…
Convivimos inconscientes con estos conflictos que contradicen la paz, anonadados en nuestro yo egotista e infantilizado. Y me quito el sombrero ante las obras seleccionadas para la muestra, todas pertenecientes a la colección de Francesca Thyssen, que a su manera hace política entendida como la búsqueda del bien común y que recomendó en la inauguración: “Nunca le digan a sus hijos que tomen la paz por sentado, es algo por lo que siempre tenemos que luchar".
De la exhibición que reúne más de cincuenta obras, destaco cuatro por su fuerza y destreza como despertadoras de esa reclamación de paz: Bitter Things, de la artista palestina Mirna Barnied, que realiza una instalación en torno a las naranjas de su país y que ha sido finalizada in situ, con la colaboración del colectivo cordobés La Fresnedilla, Aviones sobrevolando una ciudad, de Fiona Banner, que, a través de pequeñas y diversas aeronaves coleccionadas durante años, nos traslada a la idea de un bombardeo sobre nuestras cabezas.
El asombro persiste con Memory Theatre, del colectivo The Center for Spatial Technologies con el apoyo de Forensic Architecture, que recrea la destrucción del Teatro de Mariúpol, en Ucrania, convertido en el símbolo de la barbarie, tras el ataque aéreo ruso en 2022, y la obra de la española Cristina Lucas, Tufting, serie de nueve cartografías bordadas donde con puntos negros señala los lugares de máximos bombardeos aéreos en distintos conflictos bélicos, incluida la guerra civil española.
Con inputs tan centrifugadores y enriquecedores a la par, mantengo en mi emoción y en mi memoria una frase de Miguel Ríos en la mesa que cerró el III Congreso Internacional Tiempo de Arte y en la que hilé conversación con él e Ignacio Quintana, CEO de Spainmedia, que fue su mánager y hoy es su amigo. ”Hasta el último impulso”, dijo el roquero refiriéndose al servicio público con el que corona sus acciones y al que responde la Fundación que lleva su nombre. Hago mía su sentencia y acción. No cejaré en mi empeño por perseguir la paz y conectar consciencias y actos individuales a consecuencias globales.