No. No voy a escribir sobre el metro. Mañana, con este artículo ya publicado, estaré sentada en mi despacho, hablando zoommente sobre economía circular adaptada a la moda en la feria del textil Worldex India.
Curiosamente, días antes de que me propusieran exponer mis tesis sobre los retos y oportunidades de la circularidad, estaba leyendo el libro Loved Clothes Last Longer (Larga vida a tu ropa amada es mi traducción libre e interesada). Su autora, la italiana Orsola de Castro, defiende como acto revolucionario la reparación y reutilización de nuestras prendas.
Sus palabras no son vanas, porque ella, que además de escritora es diseñadora y activista, es cofundadora y directora creativa de Fashion Revolution, movimiento que trabaja para que la industria de la moda tome el camino de la sostenibilidad.
¿Y por qué hablo de ella? Porque escribe que sólo un uno por ciento de las fibras –o sea casi nada– se convierte en nuevas fibras, según la fundación Ellen MacArthur.
¿Y por qué cito a MacArthur? Pues porque ha desarrollado las tesis de la economía circular y porque como persona práctica que soy adoro esa tesis suya de que el momento de actuar es ahora. Tictac, el tiempo pasa.
Pero hablábamos de circularidad. Muy simple. O muy compleja. Depende de opciones. Depende de si el punto de vista es la producción, los procesos o las personas. Desde luego, de acuerdos globales y reglamentaciones. No menos, de los compromisos surgidos de la COP26 en este terreno, que mira ahí sí que ha habido acuerdo.
Las 130 marcas firmantes de la UN Fashion Industry Charter for Climate Action (o Carta de la industria de la moda para la acción climática) se han propuesto reducir drásticamente las emisiones para el final de la década, y más allá de volver a comprometerse con el net zero –o las emisiones cero– en 2050 lo han hecho para llegar a 2030 con un 50% menos de emisiones, frente al 30% de su carta anterior.
Para ello es fundamental cambiar el modelo de producción, pero también los procesos, para que las marcas exijan a sus proveedores que observen un nuevo modelo tanto a nivel de materiales como de energías.
Y en cuanto a las personas, pensemos en nosotros. En ti. También en ti. En mí. Según la fundación McArthur, solo duplicando las veces que usamos la ropa –se supone que la utilizamos una media de quince– conseguiríamos evitar el 44% de las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con el ciclo de vida de las prendas.
Si, además, somos capaces de hacerla llegar a otras manos, estaremos llenando armarios con nuestros desechos, pues en otra frase mágica de la fundación “lo que para unos es basura, para otros es un tesoro”.
Solo duplicando las veces que usamos la ropa conseguiríamos evitar el 44% de las emisiones de gases de efecto invernadero
Puede verse la circularidad como una ardua tarea. Pero es mil veces mejor enfrentarse a ella como una gran oportunidad social. Y no es tan difícil. Es desde luego una cuestión normativa. Pero es sobre todo un asunto de educación y de formación.
¿Alguien se acuerda de cuando nos llevábamos las bolsas de plástico de los supermercados como quien bebe un vaso de agua? Bueno, tampoco es necesario hacer memoria… horas antes de escribir estas líneas leí la cartilla a una farmacéutica que se empeñaba en meterme una caja de paracetamol en un sobre plastificado.
Y aunque a la sociedad le ha venido muy bien el activismo de jóvenes como Greta, ni siquiera se requieren manifestantes para remover conciencias. Hasta la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dicho bien clarito que “la moda rápida es veneno”, con un antídoto conocido: circularidad.
Claro que para ello es necesario una nueva forma de pensar, contra la filosofía de extraer, producir, desperdiciar y de consumir. Por ejemplo, la compra de segunda mano, que tan mala no debe de ser cuando un gran planeta del sistema fashion, como el grupo Kering (propietario de marcas como Gucci o Saint Laurent), se ha convertido en accionista de la plataforma más importante de venta de segunda mano de productos de lujo, Vestiaire Collective.
Hay otras iniciativas. Como el alquiler. Cuando vi que Carrie Symonds, la última esposa de Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, se había casado con un traje alquilado sentí que mucho estaba cambiando. Para empezar, su economía: había gastado 50 euros en My Wardbrode HQ, un portal de alquiler de ropa de lujo, en lugar de los 3.500 que costaba el modelo de Christos Costarellos en Net-à-Porter.
Aunque a la sociedad le ha venido bien el activismo de jóvenes como Greta, ni siquiera se requieren manifestantes para remover conciencias
Es un ejemplo, pero no el único modelo. Podemos hablar también de la suscripción. Nuestro Adolfo Domínguez lo está fomentando cada vez más: recibes en casa cinco prendas y te quedas con las que se ajustan a tu gusto.
O de reciclar la ropa que no quieres o que no se vende para convertirla en otra. En este sentido, es fundamental que el proceso de dar nueva vida comience antes de su concepción. Si miramos una etiqueta y comprobamos que la prenda está compuesta por tres materiales –un suponer–, entenderemos la ardua tarea de reciclar porque antes habría que separar sus componentes, algo casi imposible. Y algunas marcas han pasado a la acción.
En las últimas semanas, he sabido de la alianza de H&M con el Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, de la Universidad Politécnica, justamente para la creación del curso Csdmm & H&M Circular Program, que dirigirá el diseñador Juan Vidal.
Al enterarme recordé el verso del escritor uruguayo Eduardo Galeano, de su poema Derecho al delirio: “La Iglesia también dictará un nuevo mandamiento que se le había olvidado a Dios: amarás a la naturaleza, de la que formas parte".
*** Charo Izquierdo es periodista y consejera independiente.