Manuel López Blanco cumplirá la semana que viene, por fin, uno de sus grandes sueños: tocar en el Auditorio Nacional. Su deseo, sin embargo, llega de una forma muy diferente a lo que se imaginaba cuando era niño, cuando empezó su amor —ahora ya eterno— por la música.
Su pasión empezó desde muy pronto. Con tan solo cuatro años, empezó a jugar con las notas, con el pentagrama. Tal era su pasión que su abuela materna, Pilar, tuvo que llevarle a una escuela musical. Era una pequeña tienda de pianos, pero eso no le impidió desarrollar un “amor incondicional” por el piano.
“No era un niño prodigio como lo podía ser Evgeny Kissin”, cuenta. Fue un proceso natural, de aprendizaje continuo. Después empezó a estudiar en la escuela de Pozuelo de Alarcón, donde conoció a su referente, la profesora Gema Simó. “Era la persona con la que me hubiera quedado para siempre”, recuerda. Pone el ejemplo de Rafael Nadal, que tuvo a su tío y mejor amigo, Toni, como entrenador.
Así hasta el 12 de mayo de 1994. Un golpe fortuito en su casa le afectó a los tendones de su mano derecha y ese fue el inicio de su “pesadilla”. “Cada vez tocaba peor el piano, me estaba volviendo loco. Pensaba que era porque no practicaba lo suficiente”, señala. Y así empezó en una espiral de operaciones para intentar solucionarlo.
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Sin embargo, la cosa no mejoraba. Seguía pensando que la causa de su desdicha era el golpe. Y pasó por el instituto, por la universidad, estudió un máster en Rotterdam (Países Bajos). “Yo nunca he podido disfrutar de una adolescencia musical y no musical, sin complejos y en abierto y con las mismas posibilidades de competir que otros pianistas en el mundo”, lamenta.
Al final, la situación llegó a un límite insospechado. La frustración había invadido por completo su cuerpo e incluso empezó un tratamiento psiquiátrico para tratar la ansiedad. En 2004, diez años después del maldito golpe, tomó la decisión más difícil de su vida. Decidió darse un tiempo con el amor de su vida: el piano.
“Yo tenía en el fondo una esperanza de que algún día podría volver a tocar o que habría alguna cura para esa lesión. Seguía pensando que era traumatológico”, relata. Hasta entonces, viajó y vivió en otros países, cada vez más alejado de la música, aunque en la práctica, siempre “manteniendo la parte del oyente”.
Pasó el tiempo y a los 37 años, descubrió un artículo en internet que le devolvió la esperanza. En concreto, el texto describía las peculiaridades de grandes pianistas históricos como Robert Schumann, Serguéi Rajmáninov o Glenn Gould. Se sentía identificado con las cosas que les pasaban: movimientos espasmódicos en los músculos de la mano derecha, dedos que no responden…
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Y, así, decidió acudir a un neurólogo para ver si obtenía un diagnóstico. Lo tuvo. Sufría distonía focal, una enfermedad neurológica que afecta a los músicos —alrededor del 3%— y que “no es más que contracciones involuntarias de músculos antagonistas”. No era un traumatismo. Tampoco se trataba de una enfermedad mental. Por fin, 20 años después, “le pongo [metafóricamente] nombre al criminal de mi carrera musical”, cuenta.
Habiendo descubierto su problema, comenzó a buscar soluciones. Dio de esta forma con un artículo científico de un cirujano japonés que intervenía a músicos distónicos con una intervención quirúrgica muy arriesgada mediante radiofrecuencia. Una cirugía en el cerebro en la cual “se introduce una especie de catéter muy pequeño en el tálamo mientras estás despierto con el piano”, señala. “Algo de ciencia ficción”.
Al principio no estaba muy convencido, pero un guitarrista conocido, al que le había funcionado la operación, terminó por convencerlo. En 2018, con las maletas en la mano, voló a Japón dispuesto a cambiar su rumbo, a terminar con su desdicha. Pero el destino no le iba a deparar la mejor de las suertes.
A los 30 minutos del inicio de la cirugía, comenzó a sentir mucho calor, a marearse. Y se desmayó. No supo nada de lo que le había pasado hasta tres días después. Una espera eterna. Había sufrido un ictus que le había afectado en el hemisferio derecho del cuerpo.
El año siguente, 2019, fue una completa pesadilla, una “depresión total”. Tuvo que volver a aprender a hablar, a andar, a utilizar la mano derecha. Pero como toda historia de superación, vio la luz al final del túnel. De repente, empezó a rondar por su cabeza la idea de tocar el piano sólo con la mano izquierda.
El apoyo inicial entre sus allegados no fue muy grande, pero no cejó en su empeño y presentó su proyecto a Cultura del Ayuntamiento de Málaga. Lo aprobaron. El 3 de agosto de 2021 dio su primer concierto como pianista de mano izquierda.
No se equivocaba en su decisión. Los conciertos acabarían llegando. Este mes de diciembre, señala, ya ha tenido doce conciertos. También cuenta orgulloso que ha sido entrevistado en Radio Nacional España.
Aunque para López, el concierto más especial es el del día 14 de diciembre. Una fecha que ha marcado en rojo en su calendario. Cumple su sueño de tocar en el Auditorio Nacional. Aunque no tal y como esperaba, con dos manos, pero sí es muy especial para él. Es un concierto benéfico para dar a conocer su enfermedad a muchos músicos que no conocen la enfermedad y también visibilizar a todos aquellos que la sufren.
A todos ellos les quiere dar un mensaje de esperanza. “Es cierto que la distonía focal no tiene una cura total, no se puede tomar una pastilla y que se te pase al día siguiente, pero sí tiene procesos de reaprendizaje, de aceptación, de cambiar el repertorio o cambiar la ergonomía del instrumento”. Y concluye: “Hay un montón de trucos que pueden hacerte feliz de nuevo como tocar con una mano, como estoy haciendo yo”