Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), este año se han batido récords en el número de personas desplazadas, que supera ya la cifra récord de 100 millones.
Para la mayoría, la huida obedece a motivos como la guerra, la pobreza, la represión o el hambre. Para la comunidad rohinyá, una minoría musulmana asentada en Myanmar, desde 2017 la situación no ha dejado de empeorar.
En aquel año, esta comunidad fue objeto de una limpieza étnica por parte de las autoridades birmanas. Entonces vivían algo más de un millón en estado de Rakáin en Myanmar. En sólo unos años, apenas quedaban 300.000. Hoy, la cifra es incierta.
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Para hacerse una idea, los rohinyá vivían en una especie de apartheid dentro de Myanmar. Su gobierno les negaba el derecho a la ciudadanía, hasta que decidieron una solución final: no sólo había que apartarlos, sino echarlos directamente del país. Los convirtieron en una comunidad perseguida, un grupo étnico no reconocido que ha sufrido un intento de genocidio.
La abogada, activista y educadora rohinyá Razia Sultana lucha por dar voz a los más 900.000 refugiados que se encuentran en Cox's Bazar, el mayor asentamiento de Bangladés, el país que más ha acogido.
Durante años, Sultana ha trabajado con mujeres y niñas rohinyá que huyeron de Myanmar para escapar del genocidio, sobrevivientes de la violencia sexual y de género, documentando sus historias para realizar informes para visibilizar la situación de su pueblo.
Además es directora de Arakan Rohingya National Organisation, entidad que ofrece terapias de resiliencia emocional en los campos de refugiados, para quienes han sufrido experiencias traumáticas. Y presidenta de la Rohingya Women Welfare Society. Su labor ha sido reconocida por el Departamento de Estado de EEUU en los premios International Women of Courage, que le entregó Melania Trump cuando era la Primera Dama.
Sultana documenta historias similares a las que se publicaron en el documento Horrores que nunca olvidaremos, de Save The Children, con casos de niñas y niños rohinyá víctimas de la violencia y los abusos. Uno de ellos es el de Shadibabiran, de 16 años, de la que abusaron sexualmente tres soldados birmanos.
“Me violaron durante unas dos horas y en algún momento me desmayé. Me rompieron una de las costillas cuando me dieron una patada en el pecho. Fue muy doloroso y casi no podía respirar. Todavía tengo dificultad para respirar, pero no he ido al médico porque me da mucha vergüenza”, explica a la ONG.
Casos que dejan helada, como el de Wafaa, una niña de 14 años, violada por miembros del ejército birmano. Lo cuenta Kushida, una vecina de la aldea donde ocurrió: “Un grupo de soldados la violaron en grupo frente a todo el pueblo. Los que intentaron ayudarla, eran golpeados. Al final, la niña logró escapar y llegó al pueblo donde la mayoría de nosotros habíamos huido. Pero estaba en muy mal estado. Sus padres habían sido asesinados tratando de ayudarla. La lavé y traté de curar sus heridas, pero sangraba mucho, y, después de cuatro días, murió. Solo tenía 14 años”.
No habrá justicia para Wafaa, ni para Shadibabiran. La mayoría de niños y niñas que aparecen en el informe de Save The Children están muertos o tuvieron que huir. El mundo sigue girando, pero para estas familias ya nada será igual nunca. Hablamos con Razia Sultana de la situación del pueblo rohinyá y de la falta de ayudas y respuesta política de la comunidad internacional.
La mayoría de los españoles no había oído hablar de la comunidad rohinyá hasta agosto de 2017, cuando estalló la violencia contra ellos en Myanmar. ¿Cuáles son las razones del conflicto?
La mayoría de los europeos no saben nada de los rohinyá y no se trata mucho el tema en los medios, adecuadamente, para identificar y contextualizar esta crisis. Porque estas personas, aunque sean decentes, son musulmanas y asiáticas. Es más fácil entender los problemas recientes de Ucrania. Dar ayuda o donaciones es sólo un modo de evitar la realidad.
Lo más importante es que los rohinyá no tienen una plataforma sólida donde plantear sus propios problemas. La identidad étnica rohinyá es inaceptable para la UE, por su precioso socio, el Gobierno de Myanmar. Allí se está desarrollando una crisis humanitaria de enorme escala y alcance, en el oeste del país, en el estado de Rakhine y su zona fronteriza con Bangladés. Más de 420.000 ciudadanos rohinyá han huido, unos 240.000 de ellos son niños, según UNICEF. Hay potencial como para que la UE, como defensora de los derechos humanos, ejerciera presión sobre Myanmar en estrecha colaboración con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), que tiene una comprensión profunda de cómo abordar temas delicados con el país. Pero en Occidente nadie sabe nada.
¿Por qué se convirtió en activista de la causa rohinyá?
He estado involucrada en el trabajo social desde el principio; no era frecuente tener oportunidades para defender los derechos de los rohinyá e informar sobre su situación a nivel internacional. Dedico mi vida a esta comunidad por un afán de justicia y porque lo que están haciendo con ella no es aceptable. No debería de serlo nunca.
La actitud de la UE hacia los refugiados ucranianos es la de una Europa abierta y acogedora, ¿qué le ha hecho pensar en comparación con el escaso refugio que ha recibido su pueblo?
¡Es muy frustrante cuando ves la atención y las actitudes de la comunidad internacional! ¡En una semana, todos juntos tomaron medidas contra Rusia! Nosotros, los rohinyás, seguimos esperando desde hace décadas. Incluso cuando los disturbios de 2012, ya indicaron con claridad que se trataba de un plan diseñado para desplazarnos de Sittwa, una zona de interés económico donde está el gasoducto. La gente rohinyá ha sido desplazada de su propia tierra y se ha convertido en refugiada en su propio país antes los ojos totalmente ciegos e impasibles de la comunidad internacional. Y ha seguido ocurriendo en 2016, 2017…
Ahora, igual. El desplazamiento forzado no es un incidente, es un plan para expulsar a esta comunidad de su tierra natal. Todas las atrocidades que se han cometido, y se siguen cometiendo, contra los rohinyá no han tenido ninguna consecuencia. No las discriminaciones, no la brutalidad. Todos están ocupados contando vetos y resoluciones.
Las resoluciones nunca traen ninguna solución. El poder del Consejo de Seguridad de la ONU está dividido cuando la cuestión rohinyá está en la mesa. Nadie se preocupa por esta comunidad porque no son blancos, la mayoría son musulmanes y, debido a la discriminación de su propio gobierno, casi todos se han visto privados de educación. No hay lugar para ellos en el país ni en ningún lado del mundo.
Con los bloqueos que efectúa el país para impedir la entrada de ONG y organismos internacionales, ¿es posible saber lo que se ha vivido y se está viviendo allí?
El ejército de Myanmar cierra la región a la asistencia humanitaria, a los grupos de investigación de la ONU, a las organizaciones de derechos humanos y a los medios de comunicación, lo que dificulta evaluar las condiciones en el terreno. Pero tenemos evidencias de violencia extrema. Human Rights Watch ha utilizado imágenes satelitales para investigar la violencia y documentó la quema extensa de hogares y aldeas.
Los relatos de primera mano de sobrevivientes de estas áreas que han llegado a Bangladés denuncian quemas de casas y comunidades, torturas, ejecuciones extrajudiciales de civiles, mujeres y niños incluidos, por parte de las fuerzas de seguridad, violación sistemática de mujeres y niñas rohinyá y amenazas verbales de que, o abandonas Myanmar o serás asesinado. ¿Qué más hace falta que ocurra para que nos escuchen?
Incluso, Amnistía Internacional ha confirmado informes sobre la colocación de minas terrestres a lo largo de la frontera entre Myanmar y Bangladés en el estado de Rakhine, de lesiones causadas por minas terrestres. Las autoridades de Myanmar son responsables de la minería en estas áreas, pero el ejército de Myanmar ha insistido en que los rohinyá están quemando sus propias casas y justifican sus propias acciones como antiterroristas.
La religión budista proclama la compasión, algo quée se ha negado al pueblo rohinyá. La actuación de la premio Nobel Aung San Suu Kyi ha supuesto una profunda decepción. ¿Por qué cree que ha permitido tal violencia?
Siendo líder de Myanmar, Aung San Suu Kyi ha negado que se esté produciendo una limpieza étnica. Ella, premio Nobel de la Paz, se negó a aceptar lo que estaba pasando, a hacer algo. Su gobierno, incluso, negó el acceso al relator especial de la ONU sobre derechos humanos en Myanmar y suspendió la cooperación por el resto de su mandato. En la Corte Internacional de Justicia, en diciembre de 2019, Suu Kyi volvió a rechazar los cargos de genocidio.
Pero, mientras ella hablaba, el ejército de Myanmar seguía torturando a los aldeanos rohinyá en Rakhine y cometiendo crímenes de guerra con impunidad. El problema principal es que Aung San Suu Kyi y su gobierno no reconocen a los rohinyá como grupo étnico, por eso, se ha negado a defender los derechos de los más de un millón de rohinyá en Myanmar.
En estos días, los militares birmanos exigen a La Haya desechar el caso por el genocidio rohinyá. ¿Cree que lo conseguirán?
Mi punto de vista es que la persecución que viven los rohinyá se está tratando como un asunto de tercera clase. Los rohinyá también son víctimas, como los ucranianos, pero los problemas se manejan de manera totalmente diferente. Por supuesto, no tengo ninguna objeción a la asistencia humanitaria al pueblo ucraniano, pero me pregunto por qué está discriminación.
Ningún país, excepto Bangladés, se ha esforzado por ayudarles y darles cobijo. Les dan la espalda el resto de países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), no se preocupan en absoluto por ellos. Y los europeos y occidentales han aceptado muy, muy pocos refugiados rohinyá, en comparación con los que aceptan de otros países. A los rohinyá no se les está tratando como a seres humanos, se les están negando sus derechos.
Ha participado en el documental Vivir sin país. El exililio de los rohinyá, de Alberto Martos. ¿Qué realidad refleja esa película y qué quería transmitir con ella?
El documental Vivir sin país está ofreciendo mensajes concretos al mundo, mostrando que los rohinyá son una comunidad nativa y que pertenecen a Birmania. Explica cómo se les privó de sus derechos, muestra la vida de los rohinyá que lo perdieron todo, narra su tragedia y el trauma en el que viven, al intentar ajustar sus vidas. Yo misma brindo consulta psicológica con nuestro programa.
No es muy grande, pero aquellos que están recibiendo esta capacitación ahora tienen mucha confianza para compartir sus propias habilidades con otros. Este documental muestra la expresión de las víctimas y también cómo superan su situación. Es importante verlo para ser consciente de la amplitud del genocidio que están viviendo.
¿Está arriesgando su vida para luchar por esta causa? ¿Ha sido amenazada?
Algunos me amenazan; sé que mi voz no es cómoda para mucha gente. Pero creo que, aunque cada uno de los desafíos que afronto tiene sus riesgos, con mis esfuerzos puedo conseguir impulsar la causa de mi gente. Tengo miedo, pero no dejo que eso sea una barrera para mí.
Cien millones para la vegüenza
Por primera vez, se ha alcanzado la cifra de 100 millones de personas desplazadas de sus hogares por la fuerza en todo el mundo. “Una cifra brutal, tan trascendente como alarmante. Un récord al que nunca se debería de haber llegado”, afirmó Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, al dar la noticia.
“Debería despertar conciencias para resolver y prevenir conflictos destructivos, poner fin a la persecución y abordar los factores que hacen que personas inocentes deban abandonar sus hogares”, dijo también.
Sin embargo, pese al dramático llamamiento de Grandi, la sociedad permanece dormida y la cifra no para de crecer.