Los ingresos largos en un hospital dejan secuelas físicas: se pierde color en la piel, se suele adelgazar, los músculos se atrofian y la agilidad se reduce. Sin embargo, también pueden acarrear un impacto psicológico.
A muchos pacientes, sobre todo hombres de avanzada edad, les acomete el síndrome de confusión, una dolencia que aparece cuando la persona lleva ingresada varios días y que, como su propio nombre indica, se basa en una ostensible alteración cognitiva.
Los síntomas son muy evidentes: incapacidad para concentrarse, distracción, frases y movimientos incoherentes, lenguaje impertinente y nerviosismo. Algunos pacientes pueden llegar a volverse violentos y hacerse daño a sí mismos o a quienes se encuentran a su alrededor y los cuidan.
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El síndrome de confusión también conlleva otra serie de alteraciones mentales que afectan al estado de ánimo o incluso llegan a alterar el sueño. Los síntomas tienden a fluctuar a lo largo del día y es habitual que se acentúen por la tarde y por la noche.
La duración también es variable, y va desde las pocas horas hasta varias semanas o meses, dependiendo del tiempo que el paciente esté ingresado. Sin embargo, tras salir del hospital no siempre remiten los síntomas.
Hay predisposición
Hay factores que predisponen al enfermo a sufrir el síndrome de confusión, como la edad, los antecedentes de otros trastornos o enfermedades cognitivas como el delirio o la demencia, los cuadros depresivos, las enfermedades cerebrovasculares o las alteraciones de la vista o el oído provocadas por patologías neurológicas.
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A pesar de ello, el desencadenante más común son los ingresos hospitalarios que incluyen restricciones a la movilidad —como las que tienen lugar en las unidades de cuidados intensivos y coronarios—; la colocación de vías periféricas; la administración de fármacos sedantes, opioides, antidepresivos o antiinflamatorios; la presencia de traumatismos, infecciones, cuadros de deshidratación o malnutrición e intervenciones quirúrgicas.
¿Cómo se trata?
El tratamiento para los pacientes que padecen el síndrome de confusión se basa en el control de los síntomas subyacentes que desencadenan el cuadro clínico. Estar pendiente en todo momento del enfermo y darle una serie de pautas a la familia es crucial para evitar que los síntomas se agraven.
Los expertos recomiendan que siempre haya un miembro de la familia con el enfermo, que nunca esté solo, y se le aporten elementos que le permitan ubicarse, como relojes o calendarios, y proporcionarle gafas o audífonos si los usa, ya que probablemente se los quitaron en el momento de ingresar.
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También es recomendable interrumpir aquellos fármacos que contribuyan a agravar el delirio. Sin embargo, a veces se emplean medicamentos psicoactivos para mitigar sus síntomas, sobre todo cuando el cuadro clínico incluye hiperactividad y agresividad. Es importante informar en todo momento a la familia y a los miembros del personal que se ocupa de los cuidados de que el delirio suele ser reversible, pero que sus síntomas pueden tardar un tiempo en desaparecer completamente.
Suele confundirse con demencia
El síndrome de confusión manifiesta síntomas muy similares a los de la demencia, por eso suelen confundirse. No obstante, tanto la aparición como la duración y su desarrollo son totalmente distintos. Mientras que el síndrome de confusión aparece de manera repentina, la demencia se manifiesta poco a poco, a lo largo del transcurso de años.
La duración es otro punto diferenciador entre ambas enfermedades. El trastorno de confusión, además de ser reversible, dura relativamente poco. Por su parte, la demencia es un trastorno neurodegenerativo progresivo, que empeora con el paso del tiempo.
Las causas de su aparición también difieren totalmente. Las estancias largas en hospitales están detrás del síndrome de confusión, pero la demencia tiene una causa a nivel cerebral, concretamente en los neurotransmisores. Además, en las fases iniciales, el enfermo de demencia está bien conectado con su entorno, no muestra signos tan evidentes de desorientación.