En 2022, el ministro Planas reunió a los altos directivos de la industria láctea y de la distribución en el Ministerio de Agricultura. Cuando entró en esa sala que últimamente sale tanto en los medios, saludó así: “Buenos días, señores y… señora”. La señora era yo. La única mujer entre los más de treinta altos cargos del sector allí presentes.
Y no es que ese día decidieran mandar a todos los representantes hombres; es que en la industria de la alimentación y la gran distribución la representación femenina sigue siendo escasa.
Esto es fácil de comprobar en el congreso anual de la asociación de fabricantes y distribuidores (AECOC), donde nunca hay cola para ir al baño de mujeres. Al contrario que la de los hombres, que suele ser kilométrica.
Es curioso que en una industria donde la decisión de compra está principalmente en manos de mujeres sean hombres los que deciden lo que nos vamos a encontrar en el lineal.
En el sector lácteo, que genera más de 60.000 empleos directos en España, sigue pareciendo que solo se acuerdan de nosotras a la hora de hacer la compra. De hecho, sigo siendo la única mujer al frente de una de las 10 empresas lácteas más importantes del país.
Y no solo hay poca representación en puestos directivos. A pesar de los avances que han llevado a más mujeres a desempeñar roles tradicionalmente masculinos, como jefas de producción u operarias, la presencia de mujeres como carretilleras o técnicas de mantenimiento sigue siendo casi inexistente.
El sesgo de género inconsciente dificulta el acceso de las mujeres a roles considerados "masculinos". Este sesgo son actitudes y creencias arraigadas sobre hombres y mujeres basadas en estereotipos que influyen en nuestras percepciones y decisiones de forma automática sin ser plenamente conscientes.
Pero hay situaciones de desigualdad en nuestro sector todavía más preocupantes. Para las mujeres que viven en el rural, la desigualdad va más allá de una cuestión de género.
Además de enfrentarse a la discriminación por su sexo, las mujeres de los entornos rurales afrontan la desventaja generada por su entorno de residencia, que se traduce en limitadas oportunidades laborales, de formación, acceso a servicios y conectividad física y digital.
Como consecuencia, las mujeres, que también dedican más de su tiempo a las tareas del hogar y la familia, delegan su representación en foros de liderazgo a hombres que tienen más tiempo disponible.
Según el Observatorio Socioeconómico del Cooperativismo Agroalimentario Español, aunque el 45% de socios de cooperativas agroalimentarias son mujeres, los órganos de administración de estas cuentan solo con un 22% de participación femenina.
Y si no tienes voz, no tienes voto; y si no tienes voto, no tienes capacidad de influir para cambiar las cosas.
Me resulta curioso que cuando voy a visitar alguna de las ganaderías familiares que trabajan con nosotros, normalmente son las mujeres las que están a cargo de la labor administrativa y buena parte del cuidado del ganado. Sin embargo, en la mayoría de casos, no son las titulares de la granja, ni siquiera copropietarias.
Según datos del censo agrario de 2020 del INE, de las casi un millón de explotaciones agrarias y ganaderas en España, solo el 28,9% tienen mujeres como titulares.
A pesar de que hace más de una década que entró en vigor la Ley de Titularidad Compartida de las Explotaciones Agrarias, con el propósito de promover la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en las granjas, solo existen 1.226 explotaciones en este régimen en toda España, según el Ministerio de Agricultura del 2023.
Una cifra que dista de las 30.000 explotaciones que se estimaban podrían acceder a esta figura. Una ley pensada para que la representación de la granja sea compartida por ambos titulares y, así, se repartan equitativamente los rendimientos, además de acceder a otros beneficios como la condición de explotación prioritaria.
El exceso de trámites burocráticos, la falta de conocimiento sobre su existencia y la resistencia hacia el reconocimiento del trabajo de la mujer en las granjas han contribuido a que la ley no haya hecho una gran diferencia. Esto pone en evidencia que aún hay mucho que trabajar para conseguir la igualdad de género en el rural.
Hoy en día, dos de cada tres personas que abandonan el rural son mujeres en edad fértil. Un dato preocupante teniendo en cuenta la falta de relevo generacional y que la edad media de ganaderos y agricultores es de 55 años. Unido al fenómeno de la España vaciada, pone en peligro nuestra soberanía alimentaria.
Si las mujeres jóvenes siguen sin incentivos para quedarse en el campo, en un futuro cercano nos quedaremos sin niños en el mundo rural. Y sin niños, nos quedaremos sin mundo rural. Y sin mundo rural nos quedaremos sin soberanía alimentaria. Y esto no es un problema solo del entorno rural y las mujeres, esto es un problema de todos.
Una situación realmente triste, sobre todo teniendo en cuenta cuanto le debemos a la mujer de las zonas rurales rural. Por lo menos en mi tierra.
Cuando en Galicia los hombres tuvieron el valor de emigrar, las mujeres tuvieron el coraje de quedarse. Quedarse y cuidar de tierras, hijos, mayores... Defender lo poco que se tenía por si la aventura de la emigración salía mal.
Esas mujeres no buscaban reconocimiento; solo cuidar de los suyos con la generosidad del que se da a los demás sin pedir nada a cambio. Esas mujeres, "viudas de vivos" como decía Rosalía de Castro, fueron las guardianas de la tierra, y, con ello, de nuestra soberanía alimentaria. A ellas debemos, en parte, tener hoy comida en el plato.
No debemos olvidar el coraje y la dedicación de las mujeres en la preservación de nuestra soberanía alimentaria y enfrentarnos a una realidad preocupante: el éxodo de la mujer rural.
La igualdad de género no es solo una cuestión moral, sino una necesidad para garantizar la sostenibilidad de nuestras comunidades rurales y de nuestra soberanía alimentaria.
Como decía mi abuela del pueblo: “Con las cosas de comer no se juega”. Démosles a las mujeres del rural el apoyo que merecen.
***Carmen Lence es presidenta del Grupo Lence.