Lo que son las cosas, mis planes eran otros. Varias consideraciones ambientales relacionadas con la COP28 esperaban al primer domingo de diciembre para aparecer en esta columna. Pero otra actualidad me torció el brazo, una realidad impuesta por quienes deben ser llamados criminales. Y quedaron los planes aparcados para mejores días. Espero.
Hace una semana, hizo ayer una semana, que se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Dos consideraciones. En primer lugar, deseo y espero que un día no exista esta jornada porque significará que no hay mujeres que sigan recibiendo maltrato por el mero hecho de ser mujer. En segundo, que ya que existe esta c-ca de lacra no debería celebrarse un día, sino que los 365 del año tendrían que ser una llamada de atención plena a esta monstruosidad tan poco alineada con todas las alegrías de modernidad que el siglo XXI prometía.
Deberíamos estar pendientes de esta barbaridad semana tras semana como si fuera la del 25 de noviembre. Porque cada jornada violan, violentan, ofenden, humillan, empujan, amenazan, insultan, pegan, matan a mujeres quienes fueron sus compañeros, quienes un día dijeron amar. Porque las aterrorizan esos asesinos, sin más paliativo que ese tóxico supremacismo machista, que otorga la supuesta superioridad a seres en realidad débiles a veces sobrepasados porque ellas no se doblegan ante su exigente toxicidad.
También cada día hay que recordar a las mujeres, de cualquier edad y condición, urbanas o rurales, madres o no, absolutamente a todas, ya que el maltrato no discrimina, a todas, digo, hay que recordarles que no pasen ni una. Cada mujer, a su manera, debe poner los límites necesarios para ser tratada con dignidad. Sin tiritas de quita y pon. Sin recurrir a esos pensamientos limitantes que se resumen en mi amor le hará cambiar o le voy a amar para ganar su merecimiento.
No cambian. Porque no cambian. Los que no cambian. O cambian a peor, que podría cantar Rigoberta Bandini.
54 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en este 2023 sacan los colores a esta sociedad. Dos asesinadas víctimas de violencia vicaria escuecen. Se sale a la calle el 25 de noviembre, se protesta frente a los ayuntamientos cuando toca, se escribe, se clama… ¿y qué? No avanzamos.
Un par de días antes de la fecha señalada, un grupo de maravillosas mujeres de Cabañas de La Sagra (Toledo), capitaneadas por su bibliotecaria, Celeste Pérez, y la concejala de Cultura, Beatriz Escudero, me preguntaban qué acciones ejercer. Y yo respondí lo mismo de siempre: educación, educación, educación. En la igualdad, por supuesto. Sin matiz alguno. En los colegios, claro. Pero en casa, diría que más. Me hace gracia, y también lo dije, que se organicen los padres en asociaciones contra el uso de los móviles por parte de la infancia…, pero qué asociación ni qué asociación, si esa batalla o esa negociación se libra en la familia.
Y habrá como en todo excepciones, pero para qué necesitan una niña o un niño un teléfono. Como expliqué en Cabañas, como hago en cuanto me dan la oportunidad, el consumo de porno por parte de la población infantil es espeluznante, con la consiguiente no solo desinformación y malformación en torno al sexo, sino enraizamiento de los peores estereotipos sobre las relaciones, sobre las mujeres, también sobre los hombres, donde la violencia es la moneda y la vejación lo corriente.
Este hecho está como muchos otros en la base que proporciona aún en algunos la indulgencia para la imagen de debilidad y sumisión de unas frente a la brutalidad de otros. Solo una mala educación desigual es capaz de generar opiniones entre los jóvenes que directamente ignoran cuando no niegan la existencia de la violencia contra las mujeres.
Y como eso, los micromachismos aceptados, el lenguaje sexista, la anulación, la publicidad sexista, el control, la culpabilización, el desprecio, la invisibilización, el chantaje emocional, la humillación…, esa violencia invisible que es la base de la punta visible de su iceberg, en la que ya figuran las amenazas, los insultos, los gritos, el abuso sexual, la violación y la agresión física.
De esa base forman parte fenómenos contra los que se trabaja sin conseguir los grandes logros de la igualdad. Precisamente, el pasado martes 28 de noviembre, se presentaba la investigación sobre igualdad titulada El Estado de la igualdad en España. Herramientas para avanzar. Elaborado por la fundación Woman Forward, en él se reconoce que a los países de la OCDE les faltan 50 años para alcanzar la equidad en el ámbito laboral, lo que significa cerrar la brecha salarial. Pensé en mis hijas. No lo verán antes de jubilarse y sentí vergüenza social.
Pero en el mismo informe se pone de manifiesto cómo los necesarios y reglamentados planes de igualdad no se están cumpliendo por parte de las empresas obligadas a hacerlo. De hecho, son minoría las que los han presentado. Un 60% no están ni se les espera. Porque no se creen la necesidad. Porque no encuentran el beneficio. Por falta de recursos, especialmente en el caso de las pequeñas y medianas compañías. Como bien dijo la presidenta de la fundación, Mirian Izquierdo, sería clave encontrar la fórmula por la que se cuantificara el retorno sobre la inversión en igualdad. A ver si al menos aplicando la visión economicista a la existencia caemos de guindos peligrosos. Sea.