El Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA) ha publicado hoy la cuarta edición del informe Frontiers. El primero de ellos alertaba del riesgo creciente de las enfermedades transmisibles de animales a humanos cuatro años antes de la pandemia de Covid-19. Ahora, el mismo estudio pide una acción "urgente" ante tres amenazas "inminentes": incendios mortales, ruido y disrupciones en los ecosistemas.
Una alarma que llega en un mes en el que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU se reúne para la revisión final del borrador publicado en agosto del año pasado. Ya en esta primera versión del informe se señalaban las debilidades que planteaba la crisis climática no sólo en base a distintos escenarios de emisiones, sino también por regiones.
El estudio Ruido, llamas y desajustes: problemas emergentes de preocupación ambiental publicado ahora por el PNUMA pone de relieve algo que ya se señaló en el borrador del IPCC y que formará parte del debate, como son los incendios forestales. Y, lo que aún es más peligroso, los conocidos como de sexta generación, aquellos capaces de influir en el clima.
Cada año, entre 2002 y 2016, se quemó una superficie de 423 millones de hectáreas, el equivalente al área de toda la Unión Europea. De todos ellos, el 67% se encontraba en el continente africano y, en su mayoría, en bosques y sabanas. Algo que ha seguido sucediendo más allá de 2016. Huelga decir que en África Central se llegan a producir más incendios que los ya conocidos del Amazonas, el pulmón verde de Brasil.
En países como Angola o la República Democrática del Congo la mayor parte de estos episodios se producen por técnicas agrícolas ancestrales que incluyen la quema de extensas áreas para su aprovechamiento. A pesar de ello, muchos escapan del control, y ante un escenario de cambio climático pueden volverse aún más voraces.
Las condiciones climáticas están agravando la intensidad y la frecuencia de los incendios. Lo afirmaba el borrador del IPCC y lo vuelve a aseverar el estudio que publica ahora el PNUMA. A partir de ahora, se prevé que estos episodios no sólo ocurran cada menos tiempo, sino que duren más, incluso en áreas que antes no se veían afectadas.
Los incendios de sexta generación, por ejemplo, son los que están íntimamente ligados con el cambio climático. En España, en el verano pasado, ya vimos uno de estos fenómenos. Ocurrió concretamente en Sierra Bermeja (Málaga). Allí, el propio incendio fue capaz de generar una tormenta eléctrica que iniciaba nuevos fuegos más allá del frente inicial.
En estos episodios influyen, inevitablemente, la presencia de temperaturas más altas y condiciones más secas con sequías más frecuentes. Aunque el cambio de uso de la tierra es otro factor de riesgo, incluida aquí la tala comercial y la deforestación para granjas, tierras de pastoreo y ciudades en expansión.
Las consecuencias de unos incendios cada vez más intensos, más frecuentes y más duraderos plantean peligros reales no sólo para el medioambiente, sino también para la salud humana.
El incendio de Sierra Bermeja (Málaga) fue capaz de generar una tormenta eléctrica que iniciaba nuevos fuegos más allá del frente inicial
Los incendios forestales generan carbono negro y otros contaminantes que pueden llegar a las fuentes de agua, aumentar el derretimiento de los glaciares o provocar deslizamientos de tierra y la proliferación de algas a gran escala en los océanos. Asimismo, pueden darle la vuelta a uno de los beneficios que ofrecen las selvas tropicales y, en lugar de ser sumideros de carbono, llegar a convertirse en la principal fuente de estas emisiones.
Algo de lo que tampoco se salva la salud de la población. El humo y las partículas de los incendios forestales viajan, a veces, a miles de kilómetros de la fuente. Esto tiene importantes impactos, pero sobre todo entre las personas con enfermedades preexistentes, las mujeres, los niños, los ancianos y aquellos con escasos recursos económicos.
Un 'asesino' estridente
El informe del PNUMA detecta otra amenaza clara en su informe: la contaminación acústica. De acuerdo a los datos que refleja, cada año en la Unión Europea mueren unas 12.000 personas de forma prematura a causa del ruido. Los niveles aceptables, como máximo de 50 decibelios, se superan en ciudades de todo el mundo.
Entre otras, el estudio señala a Barcelona como una de las urbes en las que más del 72% de sus residentes están expuestos a niveles de ruido superiores a los 55 decibelios. No obstante, en otras como Nueva York, el grado llega a ser tal que llegan a alertar del riesgo de pérdida de audición irreversible para la población.
La población vulnerable a este tipo de contaminación son los más jóvenes, los ancianos y comunidades que se encuentren cerca de carreteras con un nivel de tráfico constante y alto, en áreas industriales o en zonas sin espacios verdes. Estas personas pueden llegar a padecer molestias crónicas y trastornos del sueño, lo que puede derivar en enfermedades cardíacas graves u otras como diabetes, discapacidad auditiva y una peor salud mental.
En concreto, según los datos que publica el estudio de Naciones Unidas, la exposición continuada a niveles superiores a los aceptables ha podido provocar cada año en Europa hasta 48.000 nuevos casos de enfermedad isquémica del corazón. Asimismo, esto mismo ha provocado que unas 22 millones de personas sufran molestias crónicas por ruido.
Así las cosas, la contaminación acústica también supone una amenaza para la biodiversidad. La presencia de altos niveles de ruido altera las comunicaciones entre especies animales, entre las que se incluyen aves, insectos y anfibios.
Disrupciones en los ciclos de vida
En esto último es, precisamente, en lo que Naciones Unidas encuentra otra de las amenazas a las que hay que prestar atención. Es lo que se conoce en la comunidad científica como fenología. Es decir, es la parte de la meteorología que estudia las repercusiones del clima sobre fenómenos biológicos como la floración de las plantas o la migración de las aves.
Las plantas y los animales en los ecosistemas terrestres, acuáticos y marinos usan la temperatura, la duración del día o la lluvia como señales para desplegar sus hojas, florecer, dar frutos, reproducirse, anidar, polinizar o migrar. Los cambios fenológicos se dan, por tanto, cuando las especies cambian sus ciclos de vida en respuesta a las condiciones ambientales cada vez más alteradas por el cambio climático.
Las especies migrantes de larga distancia son particularmente vulnerables a estos cambios fenológicos. Es posible que las señales climáticas locales que normalmente desencadenan la migración ya no puedan predecir con precisión las condiciones en su destino y los lugares de descanso a lo largo de la ruta.
Pero además, los cambios fenológicos en los cultivos en respuesta a las variaciones estacionales serán un desafío para la producción de alimentos ante el cambio climático. Los cambios en la fenología de las especies marinas comercialmente importantes y sus presas tienen consecuencias significativas para la productividad de las poblaciones y las pesquerías.
Con todo esto, el informe del PNUMA señala que es necesario frenar la triple crisis que afronta el mundo en este siglo en cuanto a cambio climático, contaminación y pérdida de biodiversidad.