Alcalá de Henares, municipio madrileño situado al este de la capital, es conocida mundialmente por ser la cuna de Miguel de Cervantes. Además, su espectacular y bien conservado casco histórico le ha valido el título de ciudad Patrimonio de la Humanidad, un reconocimiento reservado para muy pocos lugares en el mundo.
Sin embargo, el pasado no es el único legado que seguirá dejando la antigua ciudad romana de Complutum. El futuro también se abre paso. Como hicieron Doc y Marty con el DeLorean, unos científicos han ido al futuro para buscar soluciones a los peores efectos del cambio climático que están por venir y que ya sufrimos en la actualidad.
En la finca experimental de La Canaleja, casi a las afueras de la ciudad, un proyecto del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA-CSIC), recrea condiciones de mayores temperaturas y menores precipitaciones para determinar cómo se comportan los cultivos antes tales circunstancias.
“En esta finca hacemos diversos experimentos, pero en estos últimos años estamos muy centrados en el cambio climático porque es la principal amenaza que va a enfrentar los sistemas agrarios en el futuro cercano”, explica Sara Sánchez Moreno, investigadora en el Departamento de Medio Ambiente y Agronomía del INIA-CSIC.
Los suelos, recuerda la bióloga, son fundamentales para enfrentar al calentamiento global, a pesar de ser poco conocida su función. Muchas veces, cuando hablamos de la lucha contra el cambio climático, nuestro imaginario se dirige hacia la transición energética o a la reducción de las emisiones, pero no nos paramos a pensar en que muchas veces la clave se encuentra en la propia naturaleza.
Según un mapa creado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), los suelos, en sus primeros 30 centímetros, albergan prácticamente el doble de carbono que el existente dentro de la atmósfera. De hecho, el suelo es el segundo mayor sumidero de carbono natural de nuestro planeta tras los océanos.
“En los últimos años, se ha puesto de manifiesto que el suelo es fundamental para muchos procesos en los ecosistemas y en los servicios ecosistémicos, que tiene que ver no solo con la producción de alimentos, sino también con la regulación del clima, el secuestro de carbono, el control de plagas de especies invasoras o la regulación de la fertilidad de la tierra”, apunta Sánchez.
Por tanto, cuidar los suelos no solo es vital para poder producir alimentos de forma sostenible para los miles de millones de personas que habitamos el mundo, sino que también lo es para reducir los gases de efecto invernadero y aumentar la resiliencia de la tierra a las nuevas condiciones climáticas que se nos presentan.
¿Cómo lo hacen?
Hasta hace poco, los experimentos de este tipo se llevaban a cabo dentro de laboratorios, donde es mucho más fácil recrear estas condiciones. Replicar estas condiciones extremas directamente en el campo, no obstante, es mucho más complicado y eso es lo que han logrado con este experimento, que comenzó hace tres años.
“Utilizamos dos tipos de infraestructuras muy sencillas”, explica la investigadora. Por un lado, un sistema de tejados de exclusión de lluvias y, por otro, cámaras de calentamiento. Con el primero, los científicos recrean condiciones con un 30% menos de lluvia de lo que se da en la actualidad. “Son una especie de tejado de metacrilato con los que podemos calibrar la lluvia que queramos que excluya”, explica Sánchez.
Con el segundo, los científicos replican unas condiciones en las que se incrementa alrededor de dos grados la temperatura ambiental mediante la instalación de una serie de placas de metacrilato alrededor de una pequeña parcela. “Aunque es variable porque depende mucho de la estación, la hora del día, el viento y otros factores, pero lo que hacen es calentar el centro”, aclara.
¿Cuál es el objetivo?
España es uno de los países que más sufrirá (y sufre) por los efectos del cambio climático. Según descubrió la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación de 2022, el 74% del territorio español es susceptible de ser afectada por los procesos de desertificación, ya que se encuentra en tierras áridas, semiáridas o subhúmedas secas.
Precisamente, los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) alertaron el año pasado de que el aumento de 1,5 °C en la temperatura media de países europeos como España podría provocar “pérdidas sustanciales de producción agrícola”.
Además, las cada vez más ejercerán una mayor presión sobre la demanda hídrica en el interior y sur peninsular, lo que harían más vulnerables a las comunidades agrícolas.
En este sentido, la investigación llevada a cabo por el INIA-CSIC tiene un doble objetivo. Por un lado, aumentar el conocimiento sobre cómo funcionan los ecosistemas y los agroecosistemas en escenarios de cambio climático.
El segundo objetivo tiene una clara aplicación práctica, que es comprobar qué prácticas de manejo agrario minimizan los efectos del cambio climático. Esto es, tal como explica la investigadora, “decidir qué alternativas de manejo son las más adecuadas para que el sistema en su conjunto sea lo más resiliente posible”.
Nuevas técnicas de cultivo
El experimento dirigido por Sánchez convive en la finca experimental con otro proyecto que lleva en marcha casi tres décadas y que se centra en estudiar cómo afecta a los suelos los diferentes tipos de técnicas de cultivo: el tradicional, el que evita el volteo de la tierra o la siembra directa en el suelo.
“En España (y en casi todas partes), en el laboreo tradicional, lo que se hace es introducir en el suelo a una profundidad de 30 centímetros y se da la vuelta al suelo”, explica Sánchez. Esto, señala, es muy útil para controlar las malas hierbas, sin embargo, hace que el suelo pierda en gran medida la capacidad que tiene de almacenar carbono.
Así, en la finca, están ensayando con nuevas técnicas que sean menos agresivas con el suelo. Por ejemplo, una técnica en la que simplemente se araña el suelo 20 centímetros, sin llegar a invertirlo.
“Es una forma de laboreo mucho menos perturbadora”, señala la investigadora. Y añade: “El mantenimiento de la estructura física del suelo es fundamental para mantener la humedad del suelo y para mantener toda la biodiversidad que alberga: la microbiota, hongos, bacterias, etc.”.
Estas técnicas de mínimo laboreo, indica, se “comportan mucho mejor en escenarios del cambio climático”, y no solo mejora la biodiversidad, sino que también permite mantener la capacidad del suelo para retener y almacenar carbono, así como para acumular agua y conservar nutrientes.
La investigación se combina, además, con la alternancia de tipos de cultivo y de barbecho (suelo que se deja sin cultivar) para ver los beneficios que pueden suponer este tipo de métodos en comparación al monocultivo —cuando todos los años se cultiva lo mismo—.
También se investiga el efecto del cultivo de diferentes tipos de cubiertas vegetales (no dejar vacío el espacio entre planta y planta) para ver su efecto sobre la productividad del cultivo, el ciclo de nutrientes, el ciclo del agua o las emisiones de gases.
¿Se aplicará?
Este tipo de investigaciones, además de experimentar con las condiciones futuras, tiene una aplicación real en el campo. El mínimo laboreo, por ejemplo, se ha extendido poco a poco entre el agricultor español (y europeo) tras mostrar sus grandes beneficios a largo plazo. En el futuro próximo, será aún más decisivo gracias a su mejor resistencia ante las condiciones cada vez más extremas que plantea el calentamiento global.
Encontrar la manera de dotar de una mayor resiliencia, señala la investigadora, será fundamental para alimentar al mundo, sobre todo, teniendo en cuenta que el cambio climático podría afectar a la calidad del grano. “Eso en un país como el nuestro, en el que tenemos acceso a alimentos muy variados, puede no tener mucha importancia, pero en sociedades en las que la ingesta calórica depende en gran medida de un único alimento puede tener efectos importantes sobre la nutrición”, incide.
Para llevar sus descubrimientos a una aplicación práctica, desde el INIA-CSIC establecen mecanismos de comunicación directa con los agricultores, con cooperativas agrarias o incluso con representantes políticos para influir en las políticas agrarias que se llevan a cabo desde España y desde Europa con la famosa PAC (Política Agraria Común).
Su proyecto se inserta en una red mayor de experimentos de manipulación climática que se está llevando a cabo en todo el país, pero también en el ámbito europeo e internacional. Precisamente, España, a través del INIA-CSIC, ha asumido este año la presidencia del consejo de la Alianza Global de Investigación en Agricultura sobre Gases de Efecto Invernadero (GRA), una iniciativa mundial para hacer frente a la creciente demanda, mientras se reducen las emisiones.