Por primera vez, en marzo del año pasado, los dos polos helados de la Tierra se calentaban a la vez y presentaban temperaturas de hasta 40 grados por encima de lo habitual. También la región de Asia Meridional mostraba ese mes —y hasta abril— su cara más calurosa en 120 años. India llegaba a los históricos 44 grados y Pakistán a los 50.
Poco después, en el mes de mayo, las temperaturas excepcionalmente altas de Estados Unidos siguieron contagiándose por otras regiones del mundo. Desde el norte de África comenzó a extenderse un calor que golpeó de manera temprana a países europeos como España —donde se alcanzaron hasta los 40 grados en mayo—, Francia, Portugal, Italia o Suiza.
A mayor calor, menor energía
En España, donde estamos experimentando un boom de renovables, las temperaturas extremas juegan en nuestra contra. No solo por la mayor evaporación del agua y sus efectos sobre la generación de energía hidráulica —reducida a la mitad—, sino porque las placas solares no tienen el mismo rendimiento. Cuando las temperaturas llegan a los 40 grados, la producción de energía puede reducirse en torno a un 20%.
En Alemania, los buques que transportaban elevadas cargas de carbón por el Rin tuvieron que reducir su actividad por los niveles menguantes de agua del último verano.
En otros, como Francia, el calor y la sequía también atacaron duramente al sector energético, ya que los reactores de sus plantas nucleares —responsables del 70% de la electricidad del país— no eran capaces de enfriarse. Es más, el país galo ha tenido que ralentizar su actividad de manera temporal para evitar verter agua demasiado caliente en los ríos.
No obstante, y de manera excepcional, se otorgaron exenciones durante el mes de septiembre a cinco de las centrales nucleares para verter este agua caliente por encima del umbral “por necesidad pública”. Y es que nuestros vecinos franceses ya afrontaban entonces precios de la energía superiores a 600 euros el megavatio hora.
Quien también se vio obligado a realizar apagones industriales es China. Allí, la ola de calor duró más de 70 días. Es la más larga desde que se iniciaron los registros en 1961. Esto se tradujo en una mayor demanda de energía —de un 26,8% en zonas residenciales—, en un momento de escasas precipitaciones y escasa producción hidroeléctrica, que cayó en torno a un 80%. Como consecuencia, las autoridades chinas ordenaron a fábricas de al menos 19 ciudades a suspender temporalmente su producción para preservar electricidad.
Una nueva normalidad
"Este verano no deja de ser muy extremo, pero la información de la que disponemos nos permite decir que estará cerca de ser la normalidad en 20 o 30 años como máximo", aseguraba en un artículo publicado en EL ESPAÑOL Francisco J. Doblas Reyes, uno de los 234 expertos seleccionados para la redacción del último informe sobre cambio climático de Naciones Unidas.
El también director del departamento de Ciencias de la Tierra en el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) consideraba que el último verano nos abrió los ojos. Sobre todo, para explicar qué quiere decir la ciencia cuando habla de un planeta que se calienta.
No todo se debe al cambio climático, pero cada vez son más los estudios científicos que demuestran que la mano del ser humano guarda gran parte de culpa en que nuestra realidad sea cada vez menos soportable.
Especial "El verano que se nos cayó la venda":
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