Hace un frío gélido en Madrid. La borrasca Efraín sigue haciendo mella en la capital. La lluvia no cesa. Pero el mal tiempo no ha impedido que decenas de voluntarios y voluntarias sigan acudiendo al Banco de Alimentos. Ninguno tiene superpoderes, pero su trabajo es extraordinario. Su labor es increíblemente necesaria. Son héroes sin capa, como se suele decir.
El trabajo, explica Elena, directora del Gabinete de Prensa y voluntaria, se sustenta principalmente gracias a los más de 400 voluntarios que acuden religiosamente cada semana. “Tan sólo hay unas 11-12 personas en plantilla”, que se encargan de labores fundamentales y esenciales para el funcionamiento del almacén. Gracias a ellos, 180.000 pueden llevarse algo a la boca diariamente en Madrid.
La Gran Recogida de alimentos de 2022 acaba de terminar y el almacén central —uno de los cuatro que hay en Madrid— situado al norte de la capital, dentro del colegio San Fernando, está rebosante de palés y cajas. “Si llegas a venir hace 15 días, muchas estanterías hubieran estado vacías”, señala Elena.
Ahora, cerca de la Navidad, les llega una cantidad superior a lo que suelen recibir y eso les permite poder tener una reserva para cubrir los primeros meses del año. “Son fechas especiales, la gente está más sensibilizada”, indica Elena. Aunque el hambre nunca descansa, ni siquiera en las festividades. Por eso, es importante aprovechar las mayores ganas de filantropía.
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En este caso, el tamaño no importa. Da igual si donamos un paquete de arroz o cincuenta cajas de leche infantil. Todo lo que pueda llegar al almacén es extraordinariamente valioso. “Por pequeña que sea la cantidad, todo suma”, afirma Ángel, director de las operaciones kilos.
Y con tanta mercancía entre manos, todo tiene que funcionar como un encaje de bolillos para que el paquete de arroz o la botella de aceite que compramos en el supermercado y lo donamos llegue al usuario final. Nada se deja al azar, todo está pensado. El transporte, la clasificación, el reparto. Todo el mundo tiene su función para que la máquina esté siempre engrasada.
La clasificación
Las decenas de cajas que llegan cada día tienen como primera parada el área de clasificación. Aquí manda Rafa, jefe de almacén y encargado de llevar el control de todo lo que entra y sale. Con una sonrisa de oreja a oreja, nos cuenta que ahora tienen que trabajar “a contrarreloj”. No obstante, a pesar de la acumulación de la faena, sigue manteniendo intacta la ilusión.
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En las cajas que llegan, todos los alimentos vienen mezclados y la rapidez en el clasificado es, en muchas ocasiones, vital. “Hay cosas en las que tenemos que darnos mucha prisa como la leche”, explica Rafa. El objetivo es que los alimentos duren el máximo tiempo posible y no se acaben desperdiciando.
Los alimentos se clasifican por diferentes familias: comida de bebé, arroz, pasta, azúcar, harina, etc. Después se van empaquetando en bolsas por peso. “Se van haciendo bolsas de 4, 6 o 10 kilos, dependiendo del alimento”, explica Antonio, voluntario en esta área.
Clasificarlos por fecha de caducidad también es fundamental, porque de esa manera “si vemos algo que está próximo a caducar, le damos prioridad para que se reparta antes”. Todo tiene que estar perfectamente pensado para que los alimentos salgan en función de su fecha de caducidad.
Por desgracia, aunque es poco frecuente, algunos alimentos caducan y eso se le da “a quien lo quiera”, explica Antonio. Pasa sobre todo en los alimentos secos como las legumbres que, a pesar de sobrepasar la fecha de caducidad, están en un estado perfecto para su consumición.
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En este sentido, señala Rafa, es importante recordar que a veces les viene mejor que se done dinero en vez de alimentos. “La gente es a veces reacia a dejar dinero, pero es una tarjeta que se queda en el supermercado y vamos pidiendo según vayamos necesitando”. Así evitan que se puedan caducar los alimentos.
A Antonio y Rafa les acompañan hoy varios voluntarios. Según nos cuenta Elena, “aquí vienen colegios o empresas para ayudar en el clasificado”. Estos últimos, a través de sus departamentos de recursos humanos, muchas veces se ponen en contacto con el Banco de Alimentos para que sus empleados puedan ir a hacer un voluntariado.
Entre ellos se encuentra Daniel, que trabaja en una empresa que le permite dedicar unas pocas horas de su jornada laboral para realizar el voluntariado. En su caso, cuenta, a pesar del frío que hace dentro del almacén, ayudar en el Banco es algo gratificante. “Siempre es bonito colaborar”, comenta orgulloso.
El reparto
Con las cajas perfectamente clasificadas, los alimentos están listos para ser repartidos entre las organizaciones benéficas, que son las que dan el producto al usuario final. “Nosotros trabajamos con 560 entidades”, señala Elena. Según explica, existen dos tipos de entidades. Por un lado, las de consumo, que son aquellas que recogen los alimentos y los cocinan. Por otro lado, los que reparten directamente los alimentos y son los usuarios los que los cocinan en sus propias casas.
Pedro, Javier y Ciro son tres de las personas que colaboran con una entidad benéfica que recibe el apoyo del Banco de Alimentos. La pandemia, comenta Ciro, lo ha cambiado todo. En su organización, las Siervas de Jesús, en el madrileño barrio de Vallecas, han pasado de atender 150 personas en la época prepandemia a más de 400 después. “Cuando yo me incorporé, nos asustábamos con 200 personas y ahora ya no nos asustamos con 400”, relata.
El perfil del usuario también ha cambiado. “Lo que más me sorprende es el nuevo pobre: van bien vestidos, pero no son capaces de llegar a final de mes”, ilustra Pedro. Javier añade que también hay “mucha gente mayor a la que no le llegan las pensiones”. Se nota sobre todo a finales de mes, cuenta, cuando se les ha acabado el dinero y no pueden hacer otra cosa que pedir ayuda.
Aun así, señalan, esta ayuda no es algo permanente, sino algo pasajero a la espera de que la persona o la familia puedan resolver su situación. Cada año se revisa cada caso y se realiza una nueva evaluación. “Esto es importante para evitar la cronificación y hay que tratar de reinsertar a todos”, explica Ciro.
Este registro también permite evitar duplicidades en la ayuda. “Todo tiene un control por parte de asuntos sociales”, señala Pedro. En definitiva, impedir que la gente pueda aprovecharse del sistema. Que si alguien recoge una bolsa en una organización, no pueda ir a otra para pedir una nueva bolsa. Al final, explican, los recursos son limitados y hay que llegar a la mayor cantidad de gente posible.
Así se cierra el círculo. Desde el esfuerzo que hacemos para comprar alimentos hasta la llegada al usuario. Eso sí, la moraleja que extraemos tras finalizar nuestro recorrido es que la persona que se ve abocada a tener que pedir ayuda podríamos ser cualquiera de nosotros. Un año, una época, un periodo malo y podemos descender hasta los infiernos, caer hasta lo más bajo. Como cuenta Rafa, “la gente que va a un comedor podría ser tu vecino. Es gente normal y corriente que ha perdido su trabajo y no llega a todo”.