“Iremos a Estados Unidos, iremos a Londres, iremos a Francia, conquistaremos el mundo”, así se pronunciaba un yihadista al entrar en una ciudad maliense. En 2012, los yihadistas se hicieron con el control de prácticamente todo el norte de Mali sin casi ninguna resistencia y ante una sociedad internacional totalmente conmocionada.
10 años más tarde, y tras una intervención francesa, el país sigue sumido en el completo caos y en una espiral de violencia infinita que nunca cesa. Ahora, seis décadas después de su independencia, Mali ve incluso amenazada su propia existencia como Estado.
Guerra en Mali: la crisis del Sahel, la nueva película documental del director francés Jean Crépu narra el descenso a los infiernos de este país incrustado entre los vastos desiertos del Sáhara y las fértiles tierras del Níger.
La película cuenta con la participación del expresidente francés François Hollande y de diferentes expertos en la materia, aunque sobre todo, narra la historia reciente de Mali en boca de los malienses.
Una construcción estatal incompleta
Las fronteras han sido una gran problemática para el Sahel poscolonial. En el proceso de descolonización, se optó por la intangibilidad de las fronteras herencia de la ocupación colonial europea, lo que ha generado grandes tensiones en esta región africana. Las porosas fronteras cobran especial importancia en Mali, donde la heterogeneidad de la composición social es muy relevante.
Geográficamente, Mali tiene dos regiones claramente diferenciables: por un lado, una región sudoeste fértil a orillas del río Níger (donde reside el 90% de la población) y una región norte desértica dominada por el Sáhara, compuesta por las tres regiones administrativas de Gao, Kidal y Tombuctú.
Los escasos recursos de los Estados del Sahel para defender las inmensas fronteras permiten que diversos grupos armados existentes en la región que combaten a los diferentes gobiernos puedan burlar las fronteras y controlar los recursos naturales. Este es el caso del norte de Mali, que además es una región históricamente olvidada por el gobierno de Bamako.
“En esa zona [el norte] todo se hacía de forma informal, porque ahí no llegaba el Estado, no había ley, no había policías, no había nada”, relata en el documental Moussa AG Acharatoumane, uno de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional de Azawad.
La caída del régimen de Gadafi en Libia en 2011 supuso el detonante del último conflicto en Mali, que ha durado hasta la actualidad. Los tuaregs malienses —grupo étnico que habita en la parte norte del país, así como en otros cinco países del Sahel— combatieron en la guerra de Libia pagados por Gadafi y cuando cayó el régimen, volvieron a Mali cargados de armas.
Esto reactivaría la causa tuareg a través de la creación del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), que tendría el único objetivo de conseguir la independencia. Sin embargo, desde el gobierno central en Bamako, esto no suponía un peligro para la seguridad nacional.
“No estuvimos a la altura, porque estaban sonando las alarmas. Argelia acababa de terminar su guerra y vinieron a ocupar nuestra tierra”, cuenta en la película Scheich Oumar Sissoko, exministro de Cultura de Mali (2002-2007).
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Una inesperada alianza contra el gobierno terminó por decantar la balanza a favor de los independentistas. Los tuaregs de la MNLA se aliaron con los grupos yihadistas de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine (tuaregs yihadistas) y el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África (MUYAO). Así, en abril de 2012, la MNLA declaró la independencia de Azawad.
Sin embargo, la alianza duró un suspiro. Ese mismo verano, la secularidad del proyecto de la MNLA empezó a ser un problema para los grupos yihadistas, que acabaron por expulsarlos de la región para instaurar la sharía estricta en los territorios que controlaban.
Messaoud Ould Braïka, que vivía en Tombuctú por aquel entonces, narra la difícil situación que se vivía: “Fue la época más difícil de mi infancia, momentos caracterizados por la radicalización, el desarraigo, la nostalgia, la separación”. “El Islam que conocíamos no era el Islam prometido por los invasores”, añade el ahora presidente de la Asamblea Nacional Convergente de Jóvenes de Mali.
La vida de las mujeres fueron las que más se trastocaron. “Entre mi círculo de amigas feministas, nos sorprendió todo lo que pasaba: la violación de derechos, la violencia física ejercida, sobre todo, contra las mujeres”, rememora Aminata, una joven escritora de Bamako. “Si eres mujer y te enteras de que han cometido esa violencia contra otra mujer, sientes un dolor muy profundo”, lamenta.
El 'parche' francés
La incapacidad del gobierno maliense para afrontar la expansión de los grupos yihadistas hizo que tuvieran que solicitar ayuda al Gobierno francés. Y Francia acudió a la solicitud, frenando rápidamente el avance de los grupos yihadistas hacia el sur y provocando su repliegue hacia el norte. Asimismo, se recuperaron las principales ciudades del norte del país.
No obstante, las cosas no se solucionaron. El problema era que no existía el Estado o, al menos, que no tenía la capacidad de llegar hasta todos los rincones del país. Al poco tiempo, la violencia volvió a surgir, esta vez en forma de violencia intercomunitaria en la región central del país —en las fértiles tierras a orillas del río Níger— derivada del enfrentamiento entre los sedentarios agrícolas y los nómadas pastores.
“Las comunidades de pastores se sentían frustradas, excluidas del contexto democrático, de la gestión de recursos, explica en la película Boubacar Ba, investigador del Centro de Análisis de la Gobernanza y la Seguridad en el Sahel (Mali).
A todo ello se unió la religión, que constituía, según Ba, “un escudo para ellos”, lo que les convirtió en el campo perfecto para el reflorecimiento de los yihadistas. "Se apoyaron en esta comunidad frustrada para iniciar una lucha contra los sedentarios”, cuenta Ba.
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Corrupción con la complacencia de Occidente
La inseguridad e inestabilidad sistémica que vive el país en la actualidad se debe en gran parte a la mala praxis de la clase política. El maquillaje y la complacencia por parte de Occidente de la disfuncional democracia maliense terminó por germinar la avaricia entre los dirigentes del país. “Era una ilusión completa, una ilusión mantenida por la comunidad internacional”, admite Sissoko.
Y con la fachada de la ‘democracia’, el dinero y la inversión extranjera comenzaron a entrar a raudales en el país. Eso facilitó la creación de un sistema político corrupto. “De pronto, de la nada, surgieron multimillonarios y los políticos, con ser sólo alcaldes, ya se enriquecían”, recuerda Moussa Mara, exprimer ministro de Mali entre 2014 y 2015. “Eso contribuyó al descrédito”.
A todo ello se unió el problema de las drogas. La inestabilidad, la porosidad de las fronteras y la corruptela generalizada convirtieron al Sahel en uno de los puntos de tránsito de droga entre América Latina y Europa. Y eso terminó por destrozar el país.
“Al Estado y a muchos grupos políticos les llega el dinero de las drogas. Eso desestructura la economía y afecta en gran medida a la desorganización y degradación del Estado. El blanqueo de dinero de la droga tuvo un papel fundamental en el declive económico y político del país”, afirma en el documental Ousmane Sy, exministro de la Administración Territorial y colectivos locales de Mali (2000-2002).
Aún a sabiendas de las malas prácticas —según defiende el documental—, la comunidad internacional, ya sean los donantes o el Banco Mundial o el FMI, ha invertido miles de millones de dólares en el país en forma de cooperación al desarrollo, pero ningún progreso ha sido visible para la población.
“Todos los occidentales que viven en Bruselas, en París o en el país y que trabajan para las grandes organizaciones, ya sea una ONG, la ONU o la Comisión Europea, viven de eso. También es su negocio. ¿Quién va a sentarse en una mesa y decir que esto no sirve y que hay que cambiar de método?”, reflexiona Laurent Bigot, subdirector del departamento de África Occidental del Ministerio de Asuntos Exteriores francés entre 2008 y 2013.
El futuro no es alentador. Dos grandes movimientos islámicos —el grupo del apoyo al islam y a los musulmanes de Iyad Ag Ghaly y el Estado Islámico del Gran Sáhara— siguen ejerciendo el control de grandes partes del país a pesar de la intervención extranjera. Han cerrado cientos de escuelas y muchos de los jóvenes sin escolarizar acabarán engrosando las filas de grupos armados.
Para Amadou Doulou, guía turístico y exalcalde del pueblo dogon de Sangha, es necesario invertirlo "todo en la seguridad, porque sin ella no hay desarrollo". Y añade: "Es hora de que Bamako sea consciente de ello".
La inestabilidad en Mali y otros países del Sahel no es una problemática que sólo afecte a la región, sino que también genera problemas tangibles para Europa. Según advierte en el documental el expresidente francés François Hollande, “si en el futuro, y sobre todo en el oeste de África, vive un caos generalizado debido al terrorismo, habrá corrientes migratorias como las hubo en Siria o Afganistán, así que nuestra propia seguridad reside en África”.
Por el momento, la OTAN quiere poner más énfasis en el Flanco Sur, una región que es clave para la propia seguridad europea y, sobre todo para países como España. Por ello, esta región fue incluida en el último documento estratégico adoptado por la Alianza en la reciente Cumbre celebrada en Madrid.
La película documental ‘Guerra en Mali: la crisis del Sahel’ estará disponible en la plataforma europea Arte hasta el 9 de septiembre de 2022 de forma completamente gratuita.