La pandemia de la Covid-19 ha ocasionado que 170 millones de niñas, niños y adolescentes de América Latina y el Caribe hayan vivido uno de los cierres escolares más prolongados del mundo; toda una generación privada de clases presenciales, parcial o completamente, cuyas consecuencias negativas perdurarán durante años. La región está enfrentando, por tanto, la mayor crisis educativa de su historia.
Las tasas de asistencia han disminuido en un 12% durante el cierre de las escuelas. A pesar de los esfuerzos locales y nacionales, millones de estudiantes han perdido tanto en términos de aprendizaje que se encuentran en riesgo de abandonar las aulas en un futuro próximo.
A día de hoy, cuatro de cada cinco niños y niñas de sexto de primaria no son capaces de comprender un texto sencillo. Estas pérdidas de aprendizaje se pueden ver traducidas en una disminución de alrededor del 12% en los ingresos futuros de un estudiante que hoy se encuentre en la escuela y, en promedio, las pérdidas serán mayores y más graves en los niños con menos recursos.
En el caso de la educación superior, entre el 10% y 25% de sus alumnos, han dejado de asistir a sus aulas, alumnos procedentes de familias en las que antes de ellos nadie había seguido enseñanzas universitarias y que eran depositarios de las mayores expectativas de un futuro mejor. Estudiantes que podrían revitalizar unos sistemas de educación superior que adolecen de baja calidad por su escasa internacionalización y casi nula movilidad.
De acuerdo con un informe de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), una generación entera podría sufrir consecuencias profundas y duraderas a nivel educativo, social y económico en una región en donde cabe recordar que la productividad y la competitividad llevan estancadas más de 60 años.
En este contexto, del 16 al 19 de septiembre se celebrará en el marco de la 77º Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, una cumbre presidencial convocada por su secretario general para coordinar políticas y esfuerzos a favor de la transformación de la educación, en torno a cinco ejes estratégicos: escuelas inclusivas, equitativas, seguras y saludables; aprendizajes y competencias para la vida, el trabajo y el desarrollo sostenible; profesorado, enseñanza y profesión docente, transformación educativa digital y, por último y, no menos importante, financiación de la educación.
Se trata de una cita trascendental en cuya preparación hemos trabajado desde la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), junto con la Unesco y otras organizaciones.
La pandemia puso de relevancia la importancia del acceso a la conectividad. Para quienes estaban conectados y tenían ordenadores o, al menos, un teléfono móvil, los confinamientos llevaron al testeo intensivo de una enorme variedad de prácticas —algunas improvisadas, otras tradicionales— de aprendizaje híbrido.
Aunque estos estudiantes también sufrieron las consecuencias sociales, psicológicas y educativas del aislamiento, los que contaban con maestros formados en el uso de plataformas digitales no perdieron tanto terreno. Algunos alumnos incluso descubrieron nuevas y mejores maneras de aprender.
Aunque la presencialidad sigue siendo irremplazable, muchos docentes hoy están convencidos que la educación híbrida tiene un enorme potencial para ampliar los espacios de aprendizaje y brindar las competencias que nuestros jóvenes necesitan para prosperar en la era digital.
Pero ¿cómo aseguramos que la adopción acelerada de la tecnología en la educación aumente la calidad de los aprendizajes, sin excluir a los estudiantes más vulnerables?
Las autoridades públicas deben definir las estrategias para lograr este salto, pero esta transformación no vendrá sólo desde el Estado. Durante los últimos dos años vimos una colaboración inédita entre familias, escuelas, universidades, alumnos y sociedad civil, y ese mismo sentido de corresponsabilidad será esencial para acometer las cuatro grandes tareas de esta próxima etapa.
Primero, dado que no existe un modelo único de educación híbrida, hay que fomentar la experimentación continua para encontrar estrategias adaptadas a las necesidades específicas de cada país, cada región y cada segmento social y de cada nivel educativo.
Segundo, es vital potenciar a los maestros, docentes que según toda evidencia siguen siendo el actor más importante de cualquier modelo de aprendizaje. La falta de formación continua para docentes ha debilitado durante décadas los sistemas de educación en muchos países de la región.
La tercera tarea es asegurar que la enseñanza híbrida sirva para suplementar la educación tradicional con las imprescindibles habilidades del siglo XXI, competencias técnicas y socioemocionales.
Por último, debemos garantizar acceso universal a internet y cerrar las últimas brechas digitales. El sector privado tiene los recursos y la tecnología para hacerlo, pero solo actúa cuando el Estado impone marcos regulatorios que aseguran inversiones y precios competitivos para todos los niveles socioeconómicos.
Igualmente, deben fomentarse las alianzas público–privadas y un aumento de la inversión notable y continuada en educación. Antes de la pandemia, América Latina y el Caribe era la región que más invertía en educación: el 5,2% del PIB. Con la pandemia los fondos se destinaron, de manera lógica, a salud, pero ha llegado el momento de volver a poner la inversión educativa en el centro de la agenda global y de la inversión.
Nos enfrentamos a una situación que pone en riesgo las posibilidades de millones de niñas, niños y jóvenes de poder garantizarse una vida digna, aportar a su familia y a su país y realizarse personal y socialmente. No actuar con sentido de urgencia para una recuperación y una transformación de la educación es renunciar al principal dinamizador de nuestro crecimiento, de nuestra convivencia, de la sostenibilidad de nuestro desarrollo y hasta de nuestra identidad colectiva.
En este camino, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), muestra su plena disponibilidad a la comunidad educativa para trabajar de manera conjunta y lograr que el legado de la pandemia no sea el equivalente a un retroceso para las generaciones actuales y futuras, sino un ecosistema educativo más dinámico, flexible e inclusivo.
*** Mariano Jabonero es secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).