El tren de Talavera y San Agustín
El niño que trataba de vaciar el mar sirviéndose de una concha poseía dos cualidades innegables: un perseverante espíritu y fe en su trabajo, y un proyecto de proporciones magníficas. Nadie le podría haber acusado de gandulear o buscarse una valla bajita que saltar. Sin embargo, su labor era absolutamente improductiva como le hizo ver San Agustín, pero resulta que el niño era en realidad un mensajero que descubrió al santo el imposible que para su pequeña mente humana suponía intentar comprender la grandeza de Dios.
A nosotros, los pueblerinos y rústicos talaveranos, nos pasa como a San Agustín, que por más que reflexionamos, analizamos, argumentamos y contraargumentamos, no alcanzamos a percibir la grandeza de los importantes proyectos que se nos plantean desde hace decenios. No hay duda de que quienes los definen están en el trabajo diario teorizando sobre ambiciosos planes que prometen acabar con la progresiva y acelerada recesión de esta ciudad, aunque en ocasiones, a nuestras pequeñas cabezas les recuerde el niño que quería vaciar el mar con una concha. Grandes proyectos inabarcables para la compresión de gente básica como nosotros, pero que en esa pequeñez logramos acercarnos a San Agustín, lo cual nos resta como consuelo ante el desaliento generalizado.
Como no tenemos mar, pese a una bonita playa que el río se ha llevado, hemos buscado otro objetivo que recuerden las generaciones venideras: la modernización del tren, un negocio que en otros tiempos ocupaba a decenas de personas y movía grandes cantidades de mercancías. Ahora es la imagen degradada de una población en otro tiempo emprendedora y actualmente a la espera de subvenciones y ayudas oficiales a falta de iniciativa propia para salir adelante.
Con lo de modernizar el tren llevamos desde los años 90 del pasado siglo. Desde entonces han desaparecido varios millares de talaveranos por fallecimiento o porque han tenido que marcharse ante la falta de algo qué hacer útil y nutritivo. Hemos oído toda clase de charlas, frases hechas, lugares comunes y confusas matizaciones, además de grandes trolas, que hubiesen llenado el hoyo en el que el niño de la concha pretendía meter todo el mar. La discusión sobre este asunto es como un disco de vinilo: lo pones y lo escuchas, y cuando acaba, retornas la aguja al principio y vuelves a oír lo mismo. Mientras tanto la vida nos va pasando y ya somos un triste recuerdo de lo que éramos. Aunque un día llegue el moderno y veloz tren no supondrá gran cosa para Talavera, si acaso mejorar la triste imagen de su estación actual.
Igual deberíamos dejar ya de chupar este caramelito en los que algunos han encontrado el argumento del que carecen y dedicarnos a pensar en otras posibilidades de desarrollo. Se oirán voces sobre el nodo logístico o puerto seco... ¡Qué cansancio!