Desde hace tiempo, las luchas intestinas dentro de las formaciones acaparan más la atención mediática y de la sociedad que las medidas y programas concretos que pretenden desarrollar sus respectivos partidos. En estos casos, las preocupaciones emocionales de los políticos se nutren de la guerra sucia en la que los protagonistas se enfrentan entre sí para hundirse. Un ejemplo vergonzoso de estas luchas intestinas nos la ofrece estos días el Partido Popular, consecuencia de la crisis surgida en la Comunidad de Madrid entre su presidenta y el líder nacional de la formación. Un trance con los resultados que vamos conociendo, donde los halagos de una fauna que hasta hace muy poco idolatraba a Pablo Casado, se han transformado en apenas unas horas en desprecio y repulsa contra el derribado.
Pelotas, cobistas y chaqueteros que, sin rubor alguno, han comenzado a reverenciar la figura que consideran será aclamada en los próximos días para ocupar la presidencia nacional del partido. Naturalmente, el PP de Castilla-La Mancha ha ofrecido una buena muestra de estos aduladores que, de las lisonjas reverenciales habituales a su querido líder, han pasado de la noche a la mañana a “salir en tromba para pedir la dimisión de Casado y una transición urgente”. Todo un perfecto ejercicio de funambulismo para seguir gozando del favor de los de arriba, sea quien sea.
El senador y exalcalde de Guadalajara, Antonio Román; el presidente del PP en Toledo, Carlos Velázquez, o el diputado José Ignacio Echaniz, entre otras figuras relevantes del partido en la región, son algunos ejemplos de miembros significados de la formación con semejante versatilidad. También de colocados gracias a los manejos en su día entre Casado y Cospedal para que el primero ocupase con los votos de la exsecretaria general la presidencia nacional de partido en detrimento de Soraya Saénz de Santamaria. Asalariados de la política con obediencia ciega a quien ostenta el poder, y que ahora se vuelcan en reverenciar al sucesor de turno para continuar gozando de su favor.
Definitivamente, los tiempos cambian, sin que apenas nada varie. Ahora, quien quiere cambiar de bando en el propio partido lo puede hacer sin necesidad de darle la vuelta a su chaqueta, les basta tan sólo con dar una vuelta a su alma.