Una corona en la sombra
Las viejas luces de la transición, que mantuvieron el esplendor de la monarquía, y en especial un cariño por el rey que abrió las puertas a la libertad, ahora subsisten en pequeñas ráfagas. Resulta difícil mantener las baterías del tiempo. Cuando cargó su fusil y disparó sobre las toneladas de vida de un elefante el rey masacró la ternura, se quitó de encima muchas miradas de complacencia. En la izquierda moderada de la transición se dijo aquello de no ser republicano sino monarquicano. En términos menos ingeniosos juancarlista. Los que crecimos en el franquismo grabamos en la retina una noche histórica. Un joven rey, con el uniforme del máximo mando, mirando a la cámara y echando un flotador de futuro a la democracia. Los aspirantes al fuego del ayer perdieron sus esperanzas. Los que amábamos la belleza de los campos del futuro comenzamos a creer en un rey, aunque no fuésemos monárquicos. Incluso creyendo que el sistema dinástico es un anacronismo racional.
Cuando el rifle sonó en la pradera amarilla, rompiendo la paz sumisa de los pájaros, cayeron toneladas de carne y vida sobre los rastrojos. Alguien inmortalizó el momento en una fotografía que dio la vuelta al mundo, como la habría dado, si se hubiera visto, la del oso ruso manchando la nieve de rojo y asfixia. Aquellos gestos alimentaron la penumbra sobre la monarquía. Y la negra turbina de aquel tiempo que hoy suelta corrupción a mansalva manchó la figura impoluta de aquel rey, como a tantos que se sintieron en la impunidad y el dinero fácil. La crisis del 2008 abrió los portalones de la inmundicia. Salieron los que, previsores y malvados, fueron acumulando dossier, cintas, informes, esa mala literatura de la ignominia.
Así salen tantas fechorías ahora. Los asistentes de los poderosos (me ahorro los hombres, son de todos conocidos en su trasiego por la pasarela judicial) están pasando la factura por si pueden librarse o al menos adulterar su pena. Dossiers, vídeos... la podredumbre no cesa. Alcanza incluso a aquel rey que se hizo amar una noche de negros presagios. La impunidad judicial no debe existir en una democracia honda. Un tribunal serio frente a la manipulación mediática sí. Pero no la impunidad.
Ese personaje oscuro, sobre el que pronto veremos un filme de alcantarillas, Villarejo, parece que suelta el eructo de aquellos años malolientes. Que aparezca el rey Juan Carlos en lenguas de presunta corrupción parece no sorprender, pues en redacciones y cenáculos periodísticos, o económicos, circulaban todo tipo de rumores de ya sabemos qué. Como siempre el peso de la leyenda será grande, pero como no creo en la impunidad, entrego mi fe en la democracia a fiscales y jueces, y por supuesto a periodistas que sienten que la esencia de este oficio siempre será descubrir la verdad.