La luz del final
La muerte es un nacimiento mayor escribe Palau i Fabre en el prólogo a sus Poemas del alquimista. Mientras lo leo el olor a cirios y sombras que aún tengo en la piel (acabo de llegar del sepelio de un amigo) cruza el puente del dolor hacia la esperanza. La penumbra de la iglesia, rota con debilidad por los pespuntes refulgentes de las velas, comienza a ser devorada en mi cabeza por una sensación de gozo. Pienso en la muerte vencida por una espada de palabras manejada por la poesía. Incluso siento que en esa batalla entre la materia y la trascendencia ha de vencer la segunda, pues es la única manera de entender que la materia pueda nacer del vacío. Si la muerte es un nacimiento mayor, como dice la intuición poética de Palau, por un momento doy otra oportunidad a volver a abrazar al amigo perdido, otra para que en el silencio de Dios pueda haber una percepción bondadosa de la nada.
Desde esta presunción rompo en mi memoria la última imagen que del amigo tengo: marmórea en su nueva guarida de madera, con una mueca de hambre por saber, sin mirada detrás del cristal del tanatorio, envuelta en una calma de flores que parecen haberse desprendido de su belleza. La sustituyo por la última sonrisa que recuerdo, o el último día al sol caminando por las calles o abrazándome en el encuentro fortuito.
Con el libro en las manos agradezco al destino que, de manera inesperada aunque mi vida sean los libros, me haya ofrecido un calmante capaz de disolver esa orfandad que le entra a uno ante la muerte. La semana había venido llena del fúnebre olor del incienso. El padre de otro amigo, la madre de una amiga y un familiar amable se alojaron horas interminables en el amargo tanatorio. Demasiada muerte pensaba. Me veía un junco roto en manos de la melancolía. Sentía gran dolor pensando en el puerto oscuro del no tiempo al que van a beber las aguas del vacío.
Cuando la noche prendió su misterio en las ventanas, con el libro de Palau en las manos, fui hacia la estantería. Cogí mi poemario El sueño de la muerte. Releí poemas en los que pretendo el latido de los ausentes. Mi madre, mi padre, mi perro, varios amigos, algunos familiares... La muerte y el sueño, pensé, quizá dialogan. Leyendo a la luz de los poemas de Palau me reafirmé en que no hablaba de Sueño entendido como un bálsamo o un reposo sino como una realidad superior. El Sueño es ya una realidad superior dice Palau i Fabre. Olvidemos que Freud lo ha empequeñecido, continúa. Ya había llegado lo más hondo de la noche. La amargura del día estaba disuelta en su piel oscura. Miré por la ventana las calles vacías, el triángulo amarillo de las farolas. Me dije que en verdad si por algo amo la gran poesía es porque con ella el Sueño logra encontrar un camino de Luz en la Oscuridad.