La Vega Baja y los visigodos
Hace casi quince años que el Gobierno de José María Barreda paralizó el plan de Molina de construir mil trescientas viviendas en la Vega Baja. Aquello fue visto en su momento como la salvación del patrimonio visigodo enterrado en el subsuelo y la liberación de la ciudad de un modelo económico y urbanístico de la derecha -aunque contó con el voto del Psoe-, que no gustaba a diferentes sectores sociales. La intrahistoria de aquella decisión se explica por cuatro portadas de El País en pleno Pocerogate, después de una entrevista de Barreda y Zapatero, con Bono y Marañón al fondo. Ha pasado más de una década y la Vega sigue ahí, provista de hierbajos y matorrales, condenada al paso de los siglos sin que nada pueda hacerse por ella. Creo que es el momento de buscar ya una solución razonable que satisfaga los diversos intereses.
Decía Juan Manuel de la Fuente, concejal de Molina entonces, que Toledo era una ciudad milenaria, porque los problemas pasaban de milenio a milenio: la Vega Baja, el hospital, el río... Y así seguimos. La mayoría amplia y clara que tanto Milagros Tolón como Emiliano García-Page han conseguido en las últimas elecciones debería servir como punto de inflexión para resolver una cuestión enquistada en los años. Puede haber muchos visigodos dentro, pero lo que los toledanos vemos al pasear por Mar del Ribero es una ciudad desvertebrada, insólita, parada, con un erial por bandera a los pies del Casco Histórico.
Todos aquellos que defendían –defendimos- la recuperación del patrimonio oculto, han de caer en la cuenta que pasada una década no ha habido avances notables y significativos. Recuerdo a quienes hablaban de un parque temático de los visigodos, muy agradable y notable sin duda, pero irreal, ilusorio y lejos de cualquier capacidad operativa. La política es el arte de lo posible y, por eso mismo, creo que es momento de abordar soluciones asumibles que no comprometan la conservación de los restos encontrados pero tampoco el desarrollo lógico de una ciudad moderna que busca, entre otras cosas, dejar de ser una sucesión de compartimentos estancos que continúa sorprendiendo a aquellos que vienen a vivir de fuera. Un jefe mío decía que a Toledo la hemos salvado los bárbaros. Es cierto que se trata de una ciudad única y por ello, peculiar, cuyas soluciones urbanísticas jamás serían homologables. De ahí a condenarnos al ostracismo hay un abismo.
La solución de ubicar el cuartel de la Guardia Civil me parece acertada y adecuada, siempre que los restos lo permitan. Por supuesto, el 'sky line' o la belleza paisajística de la ciudad desde la Vega deberán ser respetadas. Si a ello puede añadirse algún núcleo urbano determinado que no suponga el embotellamiento o la destrucción del paisaje, bienvenido sea. Pero lo que ha quedado claro todos estos años es que la iniciativa pública por sí sola no puede acometer una empresa hercúlea como la recuperación de un legado hermosísimo y valiosísimo, sin duda, pero más imaginario que real y poco efectivo. El parque temático visigodo tampoco ha sido capaz de suscitar el interés privado, previendo la magnitud de la inversión y la escasa rentabilidad a corto plazo. Esto lo tienen que ver los sectores más puristas de la ciudad. De igual forma, pregunto qué sentido tiene insistir en unas excavaciones de un presunto tesoro oculto, cuando la joya de la corona que ha llegado a nuestros días es la ciudad medieval que se yergue sobre la roca del Casco Histórico. Un casco único en el mundo, al lado del cual ya tendría que aparecer algo desmesurado, áulico y deslumbrante como para hacerlo palidecer. Los turistas continuarán viniendo a Toledo buscando el Alcázar, la Judería o la Catedral y no a Recesvinto oculto.
Por todo ello, creo que es el tiempo en que el legítimo interés de la empresa privada entre en la urbanización de esta zona de la ciudad con la preceptiva vigilancia y tutelaje de la administración. Que no ocurra lo que entonces, cuando Chozas salía en plan llanero solitario con los documentos de la Vega Baja. Pero habrán de reconocer los sectores ilustrados, cultos, progresistas y más avezados en la conservación del patrimonio que la iniciativa pública alumbrada hace una década ha sido un desastre que deja a la ciudad condenada al rastrojo permanente. Page y Tolón, con la legitimidad de sus mayorías y su bagaje en la gobernanza de esta ciudad, deben liderar la solución de una vez por todas a la Vega Baja. Es la aportación de este humilde foráneo que ha visto en Toledo la niña de sus ojos y la ciudad más hermosa del mundo.