El mes de la soledad de Page, la vieja socialdemocracia del PSOE y la Tercera España
La posibilidad de una repetición electoral en enero de 2024 puede parecer cada día más remota, pero todavía quedan esperanzas. Muy pocas. Sólo dos cortísimas hipótesis: una repentina lucidez de un Pedro Sánchez que despierte, vea al dinosaurio y salga corriendo para no ser devorado o un encastillamiento radical del fugado y su mundo que cierre del todo la puerta del agujero negro hacia el que se encamina la deriva del sanchismo. Todo lo demás es el viaje a ninguna parte del que hablaba este sábado en La Toja el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. Sendero de perdición, pero con Sánchez otro poquito más en la Moncloa.
Así pues Sánchez "camina hacia el cocodrilo", como ha escrito este domingo Pedro J. Ramírez en El Español. Entre el encargo del Rey Felipe y la fallida investidura de Alberto Núñez Feijóo, septiembre ha sido un mes intenso pero esclarecedor, un tiempo en el que todo ha quedado claro. Quién es quién y qué está dispuesto a hacer. Todo el mundo ha marcado posiciones: Feijóo ha presentado todas sus credenciales a los españoles, Sánchez se ha escondido en el silencio cobardón, el prófugo Carles Puigdemont y los independentistas han lanzado su órdago a la grande con el catecismo de su Sacrosanta Trinidad (amnistía, referéndum, autodeterminación) y el PSOE, pobre partido, sombra de lo que fue, ha desaparecido por completo hundido en la charca pantanosa del sanchismo. Todo es Óscar Puente.
Agua clara. Un verano de irnos conociendo aún más, que ya era mucho. Septiembre transparente, calendario de cristal, que da paso al octubre rojo de Sánchez y su previsible pacto con la derecha cavernaria del independentismo. El relato de la izquierda ahora lo llama a esto el "gobierno progresista", pero no es más que una traición a España, el poder al precio que sea. Ha dejado claro septiembre con estas tempestades que apenas queda un soplo de vida en el PSOE y que, salvo Page, en ese partido todo está languideciente. El presidente castellano-manchego es el único cargo real en activo que se ha desgañitado todo el mes, casi día tras día, intentando despertar a Sánchez de la pesadilla en la que anda metido en bucle, pero lo ha hecho Page sin éxito y sin consecuencias: el sanchismo sigue dormido en sus laureles.
Hasta siete veces García-Page ha denunciado la inmoralidad extrema de las pretensiones independentistas y el peligro de ceder a su extorsión política: para España, para el PSOE y finalmente para Sánchez. Sólo los viejos socialdemócratas (tal vez no lo fueran tanto) como Felipe González y Alfonso Guerra, entre otros, respaldaron a Page, pero su soledad se hizo así más evidente y clamorosa. Todo lo demás entre los socialistas ha sido el vacío, el mismo silencio interno con el que Sánchez honró a Feijóo y le hizo más grande. La ausencia, la nada. El partido sanchista ha matado casi definitivamente al PSOE clásico y septiembre ha sido el mes de la soledad de Page, al que ya poco le importa porque está de vuelta, porque tiene la única mayoría absoluta entre los socialistas y porque intenta, o lo parece, salvar su cara y su dignidad. Si de rebote (imposible) cayera Sánchez y hubiera que echarse "a la cobija", la felicidad sería ya definitiva, pero el barón castellano-manchego ya no es más que una sombra en el sanchismo a la que nadie escucha desde dentro. El cascarrabias toledano.
Ferraz es un muro de hormigón armado, como la cara de Sánchez apretando los dientes en su escaño mientras Feijóo le vapulea (una y otra vez) y no tiene otra respuesta que enviar a un zombi de lo peorcito de la clase. Pobre PSOE y pobre España. La soledad incipientemente otoñal de Page (septiembre apagado y tristón camino del octubre feliz para los separatistas) es en general la soledad de esa media España que asiste atónita a la humillación de su presidente a manos de un fugado. Sánchez, un killer del poder por el poder, que se somete a sí mismo y a todo su partido porque no es capaz de trascenderse. No tiene el cuajo, como le retó Feijóo en su discurso en varias ocasiones.
No sé si Page podría pertenecer a la Tercera España por la que claman Gabriela Bustelo, Fernando Savater o Andrés Trapiello, entre otros muchos, pero queremos creer en ella. Una España orgullosa de serlo en la que no caben los bloques ni el frentismo al que Sánchez nos están enviando desde hace cinco años y ahí sigue, empeorando cada día. Una España en pie. En concordia, en igualdad, en unidad. La España que, probablemente, quiere la mayoría de los españoles. Ya.