Un gran aldabonazo de García-Page para librar al PSOE de Sánchez (o no)
Está en la vida, en los telediarios, en la gente. Ya no se puede obviar. El PSOE de los últimos 40 años ya no existe. Aquel PSOE socialdemócrata y con sentido de Estado ha transmutado a manos de Pedro Sánchez y devenido en el radical Partido Sanchista, que a su vez está siendo sometido, humillado y secuestrado por los separatistas. Un día y otro día: es indisimulable. Las necesidades del jefe van por delante, el poder por el poder, y todo lo demás está arrodillado y es secundario. La rendición está perpetrada. Otra cosa será lo que sus votantes piensen de eso y cómo después vayan a comportarse en las urnas, pero lo incontrovertible es que, salvo algunos reductos, el régimen sanchista ha ocupado todo el poder interno en este partido, y en el Estado, y los pocos díscolos que van quedando, como Emiliano García-Page, son elementos pintorescos instalados casi en lo estrafalario y lo chocante. En el estruendo. A Sánchez, ni España ni la Constitución se le ponen ya por delante: es un hecho que se está saltando todas las barreras.
En este escenario chusquero y nuboso, turbio y obsceno, se ha producido el martes negro en el que García-Page, de una manera que parece definitiva, ha roto todos los puentes con Sánchez y ha lanzado su mayor andanada de indignación y hartura total por las prerrogativas y premios encadenados, uno tras otro, del presidente del Gobierno a los separatistas con nombres y apellidos, ante los que se humilla él y humilla a la vez a todos los españoles. Es una obviedad, salen los propios agraciados a proclamarlo: Sánchez hace justo lo contrario de lo que dice que hará. Exactamente al revés, mentira sobre mentira. Ya se sabía que el presidente castellano-manchego es el más rebelde de la clase socialista, pero nunca hasta ahora se le había visto lanzar un misil nuclear de tanta profundidad contra la Moncloa, con toda su fuerza y enorme significación en el contexto actual. Siempre se podrá argumentar que Page habla mucho contra Sánchez pero sus palabras luego no se traducen en hechos ni consecuencias, pero también es verdad que esta gran bronca parece tener mayor alcance que las anteriores y que ahora sí podemos estar ante el principio de una revuelta mayor en el PSOE. Tal vez, sólo tal vez. La coyuntura es imprevisible y la debilidad de Sánchez cada día más feroz.
En todo caso, el aldabonazo de Page (reconozcámoslo: con su pizca de sal electoral, cuarto y mitad de interés propio) ha resonado como una bomba de precisión entre los socialistas que todavía tienen el corazón socialdemócrata y están en contra de la enorme deriva a la que Sánchez ha llevado al partido, al gobierno y a la nación. Está por ver lo que pueda pasar a partir de ahora, pero algo se ha removido por dentro. Una turbulencia, un ciclón, una fuerte ventolera. Ya no están solos Page y Lambán, también Felipe González, Alfonso Guerra, Juan Lobato, Óscar Puente, Nicolás Redondo Terreros, Joaquín Leguina y unos cuantos exministros como César Antonio Molina, Julián García Vargas o Virgilio Zapatero. En privado, los apoyos a Page además son numerosos. Que eso vaya a cuajar en un movimiento mayor, a estas alturas quien lo sabe, pero ya la cuerda socialista está rota y no tiene arreglo. Si el PSOE será capaz de librarse de Sánchez (o no) y perder el síndrome de Estocolmo, dicho así en bruto, es la gran incógnita española de nuestros días. O sea, que al final del camino el verso suelto sea Sánchez, y no Page. Qué susto, ¡glups!