Un índice de pelotas y actividad económica en la depauperada Talavera
Cada día se sorprende uno con algo y llega a la conclusión de que su ignorancia en muchos temas, sobre todo en los que mueven dinero, es enciclopédica. Lo de los buzos rescatando pelotas de golf de los lagos que forman parte del campo de juego es una de esas sorpresas. Resulta que en el talaverano Palomarejos Golf seis buzos de una empresa canadiense durante unos pocos días van a rescatar nada menos que diez mil pelotas del fondo de sus aguas.
Ya el hecho de que exista una empresa dedicada a dragar el fondo de los lagos de los campos de golf y de que se empleen a buzos especializados en tal menester le deja a uno perplejo por aquello de que uno no sabe lo que vale una bola de golf, el coste de su fabricación o el de su reciclaje, aunque se da uno cuenta, ante todo, de que diez mil bolas son muchas bolas falladas en los años en que el club talaverano lleva funcionando. Claro, que ante todo, también piensa uno que la cuestión de mantener el fondo de las aguas limpias tiene algo que ver, y mucho más cuando los campos de golf tienen tantos enemigos.
Alguna vez había oído que las fincas agrícolas cercanas a los campos de golf, además de las cosechas tradicionales de la tierra, tenían en las pelotas de golf, que salvaban sus límites por los inevitables fallos de los practicantes de tal juego, una de esas rentas complementarias sin las que en el mundo rural se hace tan difícil la subsistencia. Uno no ha dado un palo a una pelota de golf en la vida, pero también le ha llegado que en los accesos a los campos de golf la venta de pelotas recuperadas por espontáneos que en los amaneceres y atardeceres veraniegos han hecho de la rebusca su oficio, es de lo más común. La dificultad del juego y la evidente torpeza de los practicantes ha hecho florecer una actividad que algunos ya no califican de marginal, sino de plenamente integrada en el negocio de los campos de golf.
Los campos de golf han sido una de las bestias negras del ecologismo sandía. De ese ecologismo, verde por fuera y rojo por dentro, al que el olor de una actividad económica rentable le dispara todos los mecanismos del rencor social, disfrazados bajo el argumentario de la salvación de la especie y del planeta Tierra.
Hasta el más indocumentado de esos ecologistas sabe que una hectárea de un campo de golf gasta menos agua que una hectárea de cualquier producto de regadío, y la multiplicación de la riqueza, de puestos de trabajo y de actividades complementarias que genera no tiene comparación posible, pero ahí están erre que erre. Me temo que lo de los buzos, las diez mil pelotas recuperadas, seguro que tampoco les ayudará a comprenderlo.