El fundido en negro de María Moreno
Este libro, entre las memorias de una alcohólica, las fantasmagorías de la literatura del trago y la confesión redentora de alguien que parece despedir la vida, tiene ante todo un fondo de testimonio real que anula casi todas sus demás virtudes. A ello se añade que la autora es una mujer y que se mueve en un mundo de hombres donde el alcohol es el centro. Todo en el libro está marcado también por los continuos apagones que justifican el título y la fragmentación de la narración:
“No separaba la sed de las ganas de aturdirse. En todo caso, mi padre bebía para liquidarse, como yo. Primero para darse ánimo pero, enseguida, para perder la conciencia, calmando así cualquier angustia, mucho y rápido con su boca insaciable. Hasta el sopor y el sueño o el coma intermitente antes del horror de despertarse en la feroz lucidez del día. Bebo en exceso porque bebo con la boca de mi padre” (Página 31).
Al final del libro la autora explica que el libro se desarrolla “en tres partes que se repiten siete veces, y cada una responde a un orden diferente: La pasarela del alcohol, al del retrato, Del otro lado de la puerta vaivén, al del microensayo; Ronda, al del territorio”. Y así, retratos, microensayos en los que literatura y alcohol son la clave, y, el territorio, la geografía, normalmente urbana, de barrios y bares en los que se desarrolla su mundo, conforman un relato, siempre fragmentado, en el que uno sobre todo echa de menos un mayor conocimiento del mundo literario argentino, ya que todo aparece envuelto, como es lógico, en multitud de claves y referencias culturales de ese mundo.
“La palabra pueblo siempre mantuvo para mí ese fondo mítico de performance, de almacén de ramos generales del sujeto. Y el pueblo bebía” (Página 42).
“No hay revolucionarios de café ni revolucionarios sin café, ni café que no sea metáfora del alcohol. Y yo nunca bebí sin profundizar sobre esa teoría ni sentir que estaba obligada a hacer la revolución” (Página 44).
“Cuando una parte de mis viejos amigos murieron –nunca a causa del alcohol-, yo decidí tomar la tea encendida de la disipación como una suerte de Antígona barriobajera… Yo, como todos, comencé a beber para encontrar placer y terminé bebiendo, como algunos, para no sufrir. En esa carrera, cada vez los periodos de abstinencia fueron más cortos, y la cantidad requerida para terminar en un black out, menor” (Páginas 245 y 246).
“Un whisky me lleva al deseo de acostarme con alguien; dos a la mujer, tres al travesti”, decía un bebedor que posaba de terrorista. Entre los alcohólicos tengo la buena estrella de no haberme acostado con alguien por estar borracha y no saber lo que hacía, pero también sé que jamás en los últimos años me he acostado con alguien sin estar borracha” (Página 355).
Y así, entre retratos de bebedores, escritores, intelectuales, gentes de la calle, calles, bares y confesiones a vagina abierta y trago, se desarrolla este black out continuo que nos cuenta esta María Moreno que no confiesa su edad y sí su verdadero nombre: Cristina Forero.
María Moreno. Black out. Literatura Random House, 2017. 214 páginas. 19,90 €.