Ni bien ni mal. Nunca me habló Pablo Neruda de su enemigo frontal Vicente Huidobro. En su casa de Isla Negra me dijo Alicia Eguren: “Si quieres conservar la amistad de Pablo, no le hables de Huidobro”. Mi inolvidada amiga era la delirante juventud de la abeja, la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Pablo tituló su libro de poemas, quizá no grandes, tampoco desdeñables, Aquí, entre magras espigas. Alicia había sido lugarteniente del Che Guevara. Fue mi amiga en Santiago y Buenos Aires. La secuestró Videla y en un viaje, con motivo del IV centenario de la capital argentina, acompañamos a la Reina Sofía, Dámaso Alonso, Luis Rosales y yo. Supe en un desayuno con Videla que a Alicia la secuestraron y la asesinaron arrojándola desde un avión al mar océano.
Iverna Codina, su amiga, escribió Detrás del grito, una novela que ganó el premio Losada y la convirtió en icono de la línea dura del comunismo. Sólo conocía los poemas turbios de Mao, traducidos por Délano, y cuando le recité los versos de la tierra y del alma, las lágrimas rodaron por sus mejillas.
Comunista y masón, Huidobro heredó el marquesado de Casa Real, y afirmó que en el fondo de su tumba se vería el mar
Pablo Neruda, en fin, se complacía en ayudar a todos los poetas, a ellas y a ellos. Sara Vial temblaba cada vez que iba a su casa construida sobre el Pacífico y donde se recordaba a todos menos a Vicente Huidobro.
Ahora Chus Visor ha tenido el acierto de publicar sus últimos poemas. Huidobro fue el amigo de Tristan Tzara y desde su creacionismo surrealista participó en la revista Dada. En París trató a Louis Aragon, a Cocteau, a Breton. Y a Paul Éluard, engañado por su mujer en los brazos del inmenso Dalí. En Madrid Huidobro se relacionó con Unamuno, con Guillermo de Torre y con García Lorca.
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Los grandes nombres del arte en aquella época de preguerra admiraron a Huidobro y debatieron con él: Le Corbusier, Modigliani, Picasso, Miró, Georges Braque, Gris, Hans Arp, Delaunay… Se encabritó Huidobro, por cierto, con Buñuel.
De Nueva York regresó verdaderamente asombrado ante la genialidad de Charles Chaplin y, tras casarse por el rito mahometano con su segunda mujer, dirigió junto a Tristan Tzara la Feuilles Volantes de Cahiers d’Art, mientras se desgranaban sus libros: Altazor, Ecos del alma, La gruta del silencio, El espejo del alma, El temblor del cielo...
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La larga polémica literaria, y sobre todo humana, con Pablo Neruda estalló en 1935. Firmó luego Huidobro junto a Vasili Kandinski un manifiesto inspirado en el arte abstracto del autor de Punkt und linie zu fläche y sobre su poema Está sangrando España esparció amistades con César Vallejo, Alejo Carpentier, Juan Larrea...
Comunista y masón, Huidobro heredó el marquesado de Casa Real, y afirmó, enamorado de Raquel Señoret, que en el fondo de su tumba se vería el mar. En Edad negra, escribe Oscar Hahn, “sólo se oye la lengua del sepulcro”. Durante la guerra sus poemas ladraban a la luna, mientras su madre bordaba lágrimas desiertas.
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Se encendían las estrellas sobre el alma del poeta al escuchar el hórreo que ruge en las entrañas de los soldados. A Huidobro se le mueren las miradas gota a gota. Llama entonces a las puertas de la muerte y se detiene en la orilla del cielo. Se da cuenta de que las olas, desde el mar a sus ojos, se miden con la distancia de la muerte.
En el reino infinito de sus versos, todo se hace tumba y sepulcro. La belleza de la amada es el sonido del amanecer, el rumor de los ríos deseados que pueden cambiar de cauce. En su cementerio de ebriedades escucha el rumor de los muertos. La angustia le explica entonces su secreto junto a la luz gravemente herida porque el sol se muere sobre la hierba y el poeta lejano y solo se bebe la eternidad y su belleza.