Plácido Domingo
El prestigioso crítico Eduardo Goligorsky ha escrito: “A quien habrá que pedir perdón por los agravios que le infieren los difamadores profesionales de ambos sexos es a Plácido Domingo”. Las denuncias contra él, todas menos una anónimas, se remontan a los años 80 del siglo pasado: tocamientos, besos robados e invitaciones a encuentros. “En ningún caso se acusó a Plácido Domingo de violencia física”, subraya Goligorsky que pide perdón al gran tenor “por no haberle podido rescatar a tiempo del patíbulo simbólico de la nueva Inquisición”. Y Gonzalo Alonso, el más ponderado de nuestros críticos musicales, el más profundo y riguroso, un sabio de la música, escribe: “Estoy convencido de que jamás hubo violencia alguna en su relación con las mujeres y el abuso de poder es cuestión muy relativa, si es que alguna vez lo ejerció”.
En mi opinión el acosado ha sido Plácido Domingo. Hace 40 años era ya un personaje universal, triunfador sin límites, joven y atractivo. Las mujeres se lo rifaban. La redacción del periódico en el que yo trabajaba le otorgó el ABC de Oro y durante varias semanas se multiplicaron en mi secretaría las llamadas de sopranos y mezzos deseosas de asistir al acto de entrega del galardón. Hablé con media docena de ellas. Todas estaban prendadas de Plácido Domingo y no solo musicalmente.
La ambición de algunos que pretendían desmontarle de la dirección de la ópera de Los Ángeles y su enfrentamiento con la secta “Iglesia de la Cienciología” vinculada al sindicato AGMA, filial del estadounidense Sindicato de Actores, puede estar, según algunos expertos, en la cacería, a tiro sucio, emprendida contra Plácido Domingo. Y el tenor es el primer nombre de la entera historia de la música española por encima de Falla, Vitoria, Soler, Albéniz, Turina, Victoria de los Ángeles, Casals, Segovia, Rodrigo, Chapí, Halffter, Caballé, Kraus...
Un Jurado convocado por la BBC y formado por los 16 críticos más prestigiosos del mundo proclamó a Plácido Domingo como el mejor tenor de la historia por encima de Caruso, Pavarotti, Beniamino Gigli, Tito Schipa, Kraus... Pavarotti, por cierto, había conseguido el aplauso más largo, de la ópera: 67 minutos por su interpretación en Elixir de amor. Hasta 1991, en que Plácido en el Otello de Verdi y en la ópera de Viena prolongó el aplauso hasta 80 minutos, sa-iendo al escenario 101 veces ante el público más entendido.
Premio Príncipe de Asturias de las Artes, doctor honoris causa por la Universidad de Oxford, director de la Ópera Nacional de Washington, Plácido Domingo ha cantado en español, inglés, francés, alemán y ruso todas las grandes óperas en más de un centenar de papeles y ha trabajado con Herbertvon Karajan, Zubin Metha y los más grandes directores. Y no se le cayeron los anillos por interpretar zarzuelas, rancheras, canciones navideñas... a un tenor internacional que superó las dificultades de los personajes de Mahler, de Mozart, de Ginastera, de Puccini, de Verdi, de Wagner, de Tan Du... Salvador Sostres, que es un articulista formidable, ha destacado su sencillez. Recuerdo que cuando recibió el premio del Club Financiero nos correspondió a Ignacio Bayón y a mí ofrecerle el homenaje. Contestó con un discurso que nos emocionó a todos. Fue la sencillez, la cordura, la espontaneidad. Nada de divo, El hombre que posee la voz más prodigiosa de la historia es completamente ajeno al divismo.
Pocas cosas hay más abominables, en fin, que el acoso a la mujer, el abuso premeditado, el forzado sometimiento, la violación y la violencia de género. Así lo he afirmado desde muy joven a lo largo de mi dilatada vida profesional. En el caso de Plácido Domingo creo que el acosado ha sido él y que la campaña de desprestigio contra el tenor, magnificada por gentes egoístas o desalmadas, producirá náuseas a las mujeres y a los hombres que estudien y reflexionen serenamente sobre lo que ha ocurrido. Estoy de acuerdo con Ainhoa Arteta, la admirada soprano, al reaccionar frente al linchamiento afirmando “que sigue considerando a Plácido Domingo un caballero de los pies a la cabeza”.
Recuerdo, en fin, el homenaje que Luciano Pavarotti rendía al inmenso tenor español: “Si me invita usted a cenar y, para complacerme, pone una grabación mía, le dejaré plantado de inmediato. Si quiere que me quede, hágame oír la voz de Plácido”.