Cornicapricudo, mandroque, verijo, garavijo, ojipelambrudo, trampantojo, sítiebre, pilindrica, espantajo, en el infierno el pincel, la pintura de El Bosco mosquicojoneó sobre el escenario del teatro de la Comedia en la voz desgarrada de José Luis Gómez que, mientras se incendiaba El jardín de las delicias, hizo una interpretación memorable de Alberti apoyada en la más certera expresión corporal de cuantas le he visto a lo largo de mi dilatada vida profesional.
Helena Pimenta decidió cimbrear el Museo del Prado para conmemorar los 200 años de su fundación y tuvo la idea de acompañar sobre el escenario la reproducción gigante de una serie de cuadros con textos teatrales que enardecen al pintor y su pintura.
Nuria Espert, la mejor actriz española de todos los tiempos, se enfrentó con La muerte de Lucrecia, el cuadro demasiado convencional de Eduardo Rosales, desgranando un texto de Shakespeare que tembló, entre el temor y la angustia, en la voz embravecida de esta mujer que fue en su día Premio Princesa de Asturias.
Aitana Sánchez-Gijón, a la que he seguido en todas sus aventuras teatrales, estrenó Venus y Príapo en el teatrillo Pablo Neruda de mi casa. Aquella noche a Rafael Alberti le rodaron las lágrimas escuchando a la jovencísima actriz. En el homenaje al Museo del Prado, Aitana demostró su maestría increpando a El cardenal de Rafael Sanzio con varios párrafos de La Regenta de Clarín.
Concha Velasco tuvo que suspender su participación. La sustituyó Manuela Velasco. La jovencita estuvo magnífica y emocionó a los espectadores con un texto de Ernesto Caballero que revitalizó el cuadro de Pradilla sobre la desolación de Juana la Loca velando a su marido, el Rey muerto.
Ante los Fusilamientos del 3 de mayo, Ana Belén cantó España camisa blanca y levantó a los espectadores de sus asientos en la más larga y encendida ovación de toda la tarde. Sobre el escenario, Ana Belén parece una jovencita dispuesta a comerse el mundo. Por ella solo pasa la luz, no los años.
Josep María Flotats se mantiene en plena forma. El gran actor catalán desmenuzó a Botticelli con un texto del Decameron. Mario Gas habló sobre Las meninas. Blanca Portillo recitó versos célebres de Calderón contemplando Los dos sueños de Moreno González.
A José María Pou se le aplaudió especialmente por los textos cervantinos con los que envolvió el cuadro de Lizcano. Verónica Forqué emocionó a todos, hablando el lenguaje de las flores de Federico García Lorca, junto al cuadro de Muñoz Degrain, Antes de la boda. Emilio Gutiérrez Caba es un maestro y lo ratificó una vez más desgranando las opiniones de Ramón María del Valle-Inclán, cerca del El aquelarre o el gran cabrón de Goya.
Gonzalo de Castro estuvo espléndido y de nuevo Valle-Inclán multiplicó la emoción ante uno de los más grandes cuadros de Goya, Dos viejos cenando. Vicky Peña, en fin, que pasa la batería como un misil, se mostró certera con Youcenar y El incendio de Troya de Collantes.
Y el atroz y desgarrador colofón final: un artículo de Rafael Alberti, sobre el Museo del Prado, bombardeado durante la guerra incivil, las galerías cubiertas con sacos terreros y la evacuación de los cuadros hacia la Suiza neutral. ¿Cómo se puede entender que los españoles se enzarzaran en una guerra cainita, en la que corrió la sangre de centenares de miles de hermanos, en la que se destruyó el arte y la cultura de siglos y estuvo a punto de destrozar el Museo del Prado y sus tesoros incalculables? A Rafael Alberti y a María Teresa León se debe en parte sustancial el esfuerzo para salvar de la destrucción el pincel de los siglos sobre la paleta de uno de los grandes museos del mundo.