–Señor Pérez, ¿cree usted que La casa encendida de Luis Rosales forma parte de la literatura española contemporánea?
–Hablo por referencias, pero me consta que sí.
–¿Y Volverás a Región de Juan Benet?
–Sin duda, aunque estoy en las mismas.
–¿Qué me dice de Los verdes campos del Edén?
–Que la cursilería no obsta a reconocerle la dimensión literaria.
–Ni la pedantería precoz le ha impedido a usted desarrollar un cierto buen sentido... Veamos, entonces: ¿le parecería oportuno integrar en la literatura de marras las canciones de Jarabe de Palo?
–Obviamente, no.
–¿Acaso la teleserie Médico de familia?
–Está usted prejuzgando una respuesta negativa, señor Mairena...
–¿También si le formulo igual pregunta a propósito de los sketches de Martes y Trece?
–También, en efecto.
–En efecto, señor Pérez, y pase el retintín. Cambiemos, pues, de tercio: ¿podría usted mencionarme algunas muestras representativas de los orígenes de la literatura española?
–Sí puedo, gracias a su tenaz magisterio: las jarchas mozárabes, el Cantar de Mio Cid, la Disputa del alma y el cuerpo...
–Excelente, señor Pérez. Solo que en virtud de ese mismo planteamiento acaba usted de excluir de la literatura española contemporánea a Luis Rosales, Juan Benet y Antonio Gala, para quedarse con Jarabe de Palo, Médico de familia y Martes y Trece.
Este impecable pastiche de cualquiera de los diálogos que protagoniza el Juan de Mairena de Antonio Machado podría haber salido de la pluma de Rafael Sánchez Ferlosio, pero no es el caso. Su autor es Francisco Rico, quien lo escribió para una columna que publicaba en los años 90 la revista Qué Leer y lo recogió luego en uno de sus libros más recomendables: Los discursos del gusto. Notas sobre clásicos y contemporáneos (Destino, 2003).
Como Umberto Eco, también Francisco Rico sabe cómo trasmutar la erudición en una aventura del conocimiento
Él mismo lo recuerda en la imprescindible nota preliminar de El primer siglo de la literatura española (Taurus, 2022), y sirve muy bien para enfocar una de las principales lecciones que se desprende del puñado de clases magistrales que reúne este volumen: la naturaleza dinámica, elástica, cambiante, de lo que entendemos por literatura, que para Rico “forma parte del sistema mismo de la realidad” y se define conforme a su posición dentro de ella, que no es ni mucho menos inmutable.
Que una confirmación de este aserto sean, en efecto, las primeras manifestaciones literarias en lengua romance en la península ibérica, allá por los siglos XII y XIII, y que una materia en principio tan remota y supuestamente áspera y disuasoria para el profano dé lugar a una lectura apasionante, en la que vibran a menudo cuestiones susceptibles de ser proyectadas sobre la actualidad, demuestra que –ejercidas por una inteligencia viva y experta, que encima se expresa en el más nítido y airoso castellano– la filología y la historia literaria pueden ganarse el interés del lector más reacio.
Libro que destila el saber y la humanidad acumulados durante más de seis décadas de felicísimos estudios, iluminados siempre por la fruición y el humor, El primer siglo de la literatura española es una obra cimera, amablemente instructiva, despreocupadamente contundente y reveladora, que empieza por afirmar tan campante que “la literatura española surge como una colonia de la literatura francesa”, y que a partir de ahí dibuja con tanta solvencia como soltura el proceso conforme al cual, con los juglares franceses y los trovadores provenzales, emerge en la Península una “función literaria” que antes no existía, y que poco a poco conquista "el lugar de la literatura en la tradición y la sociedad”.
Como Umberto Eco, también Francisco Rico sabe cómo trasmutar la erudición en una aventura del conocimiento y brindar sus altos estudios filológicos en forma de un ramillete de ensayos inesperadamente amenos y concernientes.