Al parecer, un alto porcentaje de españoles (más del 70 %) se declara satisfecho con la organización y puesta en escena de la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid días atrás. El porcentaje supera el 80 % entre los votantes del PSOE... ¡y del PP! Lo que se dice todo un éxito.
Me cuento, así, entre la escasa minoría de aquellos a quienes ha escandalizado, por no decir ofendido (tampoco exageremos), la elección del Museo del Prado como escenario de la cena de la elite política de Occidente, reunida allí para rubricar sus acuerdos armamentísticos.
Las galerías fotográficas que testimonian el histórico encuentro dan lugar a todo tipo de ironías. Como escribía Enric Juliana en La Vanguardia, “la fusión de la doctrina defensiva [de la OTAN] con la pinacoteca del Prado deberá ser estudiada en todas las facultades de Ciencias Políticas”.
El anecdotario es sin duda jugoso. Menudo papelón ese de tener que recorrer la pinacoteca seguido por una corte de fotógrafos ante los que uno debe ensayar poses convincentes de interés y de concentración apreciativa. El infantil entusiasmo de Boris Johnson, que nunca antes había encontrado el momento de visitar el museo (¡!), no tenía desperdicio.
Conversando con la crítica de arte Ángela Molina sobre esta nueva utilización del patrimonio museístico para una operación cosmética de los más siniestros tejemanejes políticos, me hizo ella reparar en cuán diferente hubiera sido el efecto escénico si la reunión se hubiera celebrado no en el Prado sino, más plausiblemente, en el Reina Sofía, frente al Guernica.
Claro que entonces no se hubiera justificado que quien recepcionara a los jerarcas atlantistas fuera un viejo colega, Javier Solana, en la actualidad presidente del patronato del Prado. “¡Javier! ¿Pero qué haces tú aquí?”, decían unos y otros al encontrarse con el siempre sonriente “matarife de la OTAN”, como lo llamó en su día Peter Handke en alusión a su papel en la guerra de Yugoslavia.
Se diría que no hay nada como los fervores belicistas para disfrutar de los esplendores artísticos de la vieja España Imperial. No en vano muchos de los cuadros expuestos en las galerías donde se ofreció la cena (gazpacho de bogavante con verduritas de verano, espaldita de cordero con puré de limón y, de postre, “sabores de Madrid”) celebran las glorias de monarcas guerreros, que escribieron con sangre la historia de Europa.
De tener que celebrarse en el Prado la cena de los jerarcas, ¿por qué no en las salas de Goya? Entre los 'Desastres de la guerra', por ejemplo
Quienes sí se fotografiaron frente al Guernica fueron las “primeras damas”, paseadas como floreros de un lado a otro, siempre juntas, pastoreadas por la mujer de Sánchez y la reina Letizia. ¿Que debieron decirles y qué debieron decirse al contemplar el cuadro de Picasso? ¿Qué les contarían por la noche a sus maridos?
De tener que celebrarse en el Prado la cena, ¿por qué no en las salas de Goya? Entre los Desastres de la guerra, por ejemplo. En una viñeta cómica de Bernardo Vergara (elDiario.es), titulada “En el Prado (imágenes inéditas)”, se ve al presidente turco, Erdogan, y a Pedro Sánchez frente a Saturno devorando a sus hijos, el primero diciéndole todo contento al segundo, colorado como un tomate: “¡Mira, mira! ¡Como nosotros con los kurdos, ja ja!”.
Pero lo mejor es la foto de los jerarcas posando alrededor de Las meninas de Velázquez. Todos mirando, en la misma dirección que el propio artista, a unos reyes mantenidos fuera de campo.
Conjuntaban bien con Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, los enanos de la infanta Margarita. ¿En qué pensaría Francisco Martín, el secretario general de la presidencia del Gobierno, al ocurrírsele esta idea?
No sabemos cuánto costaría la cena, pero sí cuánto dejó Sánchez de propina: mil millones de euros para Defensa. No está mal.