Equivocadas y malditas
Nada se aprende porque de nada se guarda memoria. Treinta años después de los fastos que rodearon el V Centenario del Descubrimiento, en 1992, vuelven a repetirse las mismas monsergas, las mismas insensateces, como si de nada hubiera servido cuanto entonces hubo ocasión de debatir y esclarecer. Las consabidas majaderías que algunos líderes políticos de la derecha española, con su cohorte de historiadores y escritores mentecatos, han puesto en circulación durante las últimas semanas acerca de la Conquista compiten en desafueros con las reclamaciones de “perdón” y los disparates genealógicos de tantos revisionistas exaltados. Pero ya la sola enumeración de los lemas con que se celebra en el ámbito hispánico la fecha del 12 de octubre da cuenta, hasta extremos verdaderamente cómicos, del nivel de malentendido sobre la materia que cunde a una y otra orilla del Atlántico: Día de la Hispanidad (España), Día del Respeto a la Diversidad Cultural (Argentina), Día de la Resistencia Indígena (Venezuela y Guatemala), Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular (Nicaragua), Día del Encuentro de Dos Mundos (Chile), Día de Colón (Estados Unidos), Día de la Descolonización en el Estado Plurinacional de Bolivia (Bolivia), Día de las Culturas (Costa Rica), Día de la Interculturalidad y Plurinacionalidad con Inclusión y Justicia (Ecuador), Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural (Perú), Día de la Identidad y Diversidad Cultural (República Dominicana), etc.
La sola enumeración de los lemas con los que se celebra el 12 de octubre da cuenta del nivel de malentendido: Día de la Hispanidad(España), de la Resistencia Indígena (Venezuela y Guatemala)…
¡Por favor! ¿Alguien sabe de qué demonios se trata?
¡Si Rafael Sánchez Ferlosio levantara la cabeza! ¡Otra vez vuelta a empezar!
“Tristes tiempos estos en los que hay que luchar por lo evidente”, reza una conocida frase de Friedrich Dürrenmatt que muchos atribuyen a Bertolt Brecht, o a quien convenga. Lo mismo da: fuera quien fuese quien la dijera, tenía razón. Qué tiempos estos, en efecto.
Con vistas al V Centenario del Descubrimiento, Ferlosio, harto de sandeces, escribió varios textos impagables, todos reunidos en el volumen 2 de la edición completa de sus Ensayos (Debate), volumen que lleva por título, muy significativamente, Gastos, disgustos y tiempo perdido. Allí, bajo el epígrafe “El Anticentenario”, se dan, junto a otros materiales curiosos e instructivos, dos artículos soberbios (“Cinco siglos de Historia y desventura”, de 1993, y “Compulsión apologética y ‘marketing’ de Estado”, de 1992), que preceden a su formidable y contundente ensayo Esas indias equivocadas y malditas, de 1988.
Dado el relieve que en estos días ha cobrado el tema, y dadas las manipulaciones torticeras de que viene siendo objeto con intereses políticos, no puedo menos que recomendar encarecidamente la lectura de estos textos, que por otro lado, todos sumados, apenas alcanzan las 200 páginas, todas aleccionadoras y estupendamente escritas. En ellas Ferlosio, haciendo gala de un pormenorizado conocimiento de todo tipo de fuentes históricas y literarias, desmiente todos los tópicos que estos días han vuelto impunemente a circular, no pocos de ellos en boca de políticos a los que debería abochornar hablar tan de oídas sobre asuntos tan relevantes y documentados.
Me limito aquí a traer lo que dice respecto a uno de los más conspicuos: esa “falacia histórica” consistente en decir que “en América hubo fusión de pueblos o de razas”. La falacia, nos enseña Ferlosio, consiste “en no distinguir entre fusión y mestizaje y pretender colarlo uno por lo otro. La fusión, si se me admite como término preciso, comportaría una reciprocidad, una bilateralidad, en cuanto al sexo de las uniones mixtas […] Nada de esto sucedió en América, sino que los partenaires exclusivos de la presunta fusión fueron el varón blanco y la hembra india o negra. Y por mucho que en 1514 se autorizase el matrimonio de españoles con mujeres indias […], tal mestizaje no puede recibir, étnicamente hablando, otro nombre que el de violación de los pueblos conquistados por los conquistadores, violación de los dominados por los dominadores, de los siervos por sus señores, de los esclavos por sus amos. La hembra blanca permaneció, étnicamente, virgen. Gracias a esta virginidad –y realcanzando con ello el sentido originario y más profundo de la subordinación femenina– pudo sentirse la mujer blanca dignificada en su inferioridad respecto del varón, recompensada de ella, con el íntimo orgullo de ser depositaria de la superioridad étnica de su propia estirpe”.