Tanto tiempo después, y las cosas siguen igual. Por grande que fuera el ruido que provocara Rafael Sánchez Ferlosio cuando, hace ahora 36 años, publicó su famosa tribuna titulada “La cultura, ese invento del Gobierno”, no parece que nadie, o casi nadie, tomara nota, y la situación que allí describía no ha dejado de perpetuarse. Y eso que las circunstancias son muy otras, y el descaro, el despilfarro y la frivolidad que caracterizaron a las políticas culturales de los primeros gobiernos socialistas poco o nada se compadecen con el sombrío panorama a que nos enfrentamos en la actualidad también en el ámbito de la cultura, gravísimamente dañado y empobrecido por las restricciones inducidas por la pandemia. Tanto más sorprendente e irritante resulta, en esta situación, la insistencia en asociar, a despecho de todos los ánimos, la cultura con la fiesta, denotando con ello una “degenerativa y reductora” concepción de la primera.
“El prestigio de la fiesta y de lo festivo parece haberse vuelto hoy tan intocable, tan tabú, como el prestigio de el pueblo y lo popular”, observaba Ferlosio en su tribuna. Y para darle la razón, más de tres décadas después, acaba de celebrarse en Madrid, con difusión a través de la red, el enésimo Festival Eñe, recalcitrantemente subtitulado “La fiesta de la literatura”.
Ahora bien, como el mismo Ferlosio decía, a la fiesta va asociada cierta compulsión al despilfarro, que en estos momentos no parece muy apropiada. Para compensarlo, los organizadores del festival han tratado al menos de cumplir con otro imperativo de la fiesta: la popularidad. Han convocando así a un buen número de los más conspicuos figurones del escenario nacional (sí, en efecto: todos esos nombres que usted se barrunta, querido lector) y distinguido con un premio a un escritor tan necesitado de obtenerlos como…¡Mario Vargas Llosa!
No tengo la menor idea del presupuesto disponible para un festival de estas características. Imagino que en estos tiempos de rebajas no será mucho, y que por ese motivo se recurrió, para que desempeñase las funciones de director, a un veterano periodista cultural, que movilizaría para la ocasión a los amigos y deudos del diario al que pertenece. En cualquier caso, el dinero que haya costado el evento ha sido aportado principalmente, al parecer, por el Ministerio de Cultura, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, la Fundación del Banco Sabadell y, naturalmente, el diario del director. Una constelación, como se ve, de lo más rompedora y futurista. Si bien para dar un poco de color al desfile de caras demasiado conocidas se previeron varias conexiones con algunos escritores alemanes escasamente divulgados por estos pagos, que es de imaginar que proveía la Feria del Libro de Frankfurt, otra de las instituciones patrocinadoras del festival.
Todo esto es risiblemente obvio y previsible. Lo que no lo es tanto es el inopinado y verdaderamente sonrojante “Manifiesto” conforme al cual el director del festival armó su programa. El manifiesto se titulaba, nada menos: “La distopía ha muerto. ¡Viva la utopía!”, y no me resisto a traer aquí algunas de sus declaraciones más excitantes: “Durante alrededor de una década hemos vivido en la creación una obsesión comprensible pero no muy justificable por las distopías […] Ha sido una época de contrición, pesimismo y desasosiego que eliminaba en el ámbito dela creación la búsqueda del idealismo y la necesaria esperanza por el progreso. La reciente pandemia parece haber dicho: hasta aquí. […] Ha llegado el momento de volver a centrarnos en uno de los sentidos más nobles de la creación: la concepción sana de alternativas a la injusticia y la opresión sin que por ello dejemos de hacerla evidente. […] Necesitamos otras salidas al bucle oscuro de la desesperanza como opción imperante y manipuladora. Ha llegado el momento de volver a reencontrarse con la nobleza de aspirar a ser mejores. Dejemos el infundio colectivo de la amenaza y soñemos. Apartemos del camino la resignación de quienes desean convencernos de que somos demonios y no ángeles” (los subrayados son míos).
Me parece estar oyendo el aplauso enfervorizado de los lectores. Pero también las llamadas de los patrocinadores preguntado: “¿Dónde hay que poner más dinero?”