Canetti y Bernhard: un colofón
Hace ahora más de cuatro años (¡cuatro!, ¡qué horror!), dediqué una pequeña serie de tres columnas a hurgar en las relaciones entre Elias Canetti y Thomas Bernhard, que, como les contaba entonces, acabaron como el rosario de la aurora. Y esto que empezaron muy halagüeñamente, dado que Bernhard se contó entre los escasísimos escritores alemanes contemporáneos por los que Canetti llegó a sentir interés, y hasta admiración. La razón de su distanciamiento, primero, y luego de su ruptura, fueron sus actitudes diametralmente opuestas respecto a la muerte, a la que Bernhard saludaba con amargo nihilismo, y contra la cual Canetti se revolvió a lo largo de toda su vida, de manera a menudo aparentemente insensata, incluso demencial.
Está a punto de publicarse en Galaxia Gutenberg El libro contra la muerte, de Elias Canetti, colección de apuntes en torno a la muerte que, ordenados cronológicamente, esbozan lo que más cerca está de parecerse al libro que, durante toda su vida, Canetti se propuso dedicar al asunto para él más esencial. Es un libro extraño, a la vez portentoso y descorazonador, a menudo desconcertante, sostenido por el íntimo drama que en el transcurso de los años supone para Canetti no acertar a dar forma ni concreción a su empeño.
Una buena parte de los apuntes reunidos en El libro contra la muerte permanecían inéditos hasta ahora; entre ellos, unos pocos dedicados a Bernhard, muy iluminadores de la relación que mantuvo Canetti con él. Rememora Canetti su primer encuentro, en febrero de 1962; el impacto que le produjo la obstinación con que el joven Bernhard lo interpeló durante una reunión de escritores, causando incomodidad entre los presentes con sus “preguntas rebeldes”. Ocho años después, ya consolidada la reputación de Bernhard, se produce la visita de Canetti a Obernathal, en la Baja Austria, donde aquél había comprado la vieja granja en que vivía. Canetti observa allí cómo las paredes impecablemente blancas y desnudas de la vivienda configuran una especie de piel que contrasta con la tonalidad intensamente rojiza y las erupciones de la piel de Bernhard.
Todo el mundo le pregunta por Bernhard, escribe Canetti en otro apunte. Y él contesta que lo considera un discípulo suyo, poseído como está, lo mismo que él, por la idea de la muerte. Pero Canetti se lamenta de que Bernhard haya sucumbido al influjo de Beckett, y de que buena parte de su fortuna se deba a que “los alemanes han encontrado en él a su propio Beckett”.
Y finalmente llega, en 1976, la carta que Canetti escribió a Thomas Bernhard poco después de que éste, en réplica a los reproches que Canetti le hacía en un discurso memorable, lo atacara salvajemente en el diario Die Zeit, hablando de su “galopante senilidad”, refiriéndose a él como “padre tardío y extravagante filósofo de final de trayecto”.
“Querido Thomas Bernhard: lo he criticado duramente, y usted golpea a diestro y siniestro y sin ton ni son. Sabe usted perfectamente hasta qué punto me he tomado en serio su obra, Transtorno me impresionó sobremanera, y se lo dije a usted. Luego vi la siguiente manifestación suya: ‘La muerte es lo mejor que tenemos'. Consideré que esto, dicho por alguien que había estado cerca de la muerte y se había salvado de ella, era de un cinismo repugnante. Nadie sabe mejor que usted cuán contaminados estamos por la muerte. El hecho de que usted, además, se convierta en su abogado me ha llenado de desconfianza hacia su obra. Estoy convencido de que precisamente esta actitud suya la hace más floja, y quería decírselo públicamente.
”Usted siempre reacciona ebrio de ira a las críticas. Como no soy un gacetillero, pensé que un golpe duro procedente de mí, a quien usted en realidad ve de manera muy diferente que en su filípica, le ayudaría a recobrar el juicio. Usted no tiene a nadie que le diga la verdad, ¿es que ahora le resulta ya indiferente?
Suyo, Elias Canetti”.
Después de redactarla, Canetti renunció a mandar esta carta. Renunció a todo ulterior contacto con Bernhard, incluso cuando éste, empleando a un mediador, quiso reconciliarse con él.