MODERNISTA. Las afueras publica Vidas secas (1938), del brasileño Graciliano Ramos (1892-1953), una de las novelas más extraordinarias de la literatura iberoamericana del siglo XX. Parece mentira que hayan tenido que pasar cincuenta años para que el lector español vuelva a tener acceso a este texto magistral, editado por Austral en 1974.

Ramos, periodista y político, perteneció a la Generación de 1930, a la segunda oleada de novelistas modernistas que, sin abandonar sus raíces locales y cultivando la temática social, empujó hacia delante la literatura brasileña. En esa generación estuvo enclavado Jorge Amado, bastante más joven, en sus inicios.

Vidas secas cuenta la desesperada marcha a pie hacia el sur, con lo puesto y poco más, de la pobrísima familia campesina formada por el brusco Fabiano, la inteligente señora Vitória (su mujer), sus dos hijos, la perra Baleia –todo un personaje– y un loro. El loro desaparece a las primeras de cambio: va derecho a la cazuela en cuanto el hambre aprieta. Del hambre huyen, precisamente, Fabiano y los suyos, de la hambruna provocada por la endémica sequía del sertón.

El sertón, la región más miserable de Brasil, es un ancho y vertical rectángulo (imperfecto) de unos 900.000 kilómetros cuadrados –casi el doble de la superficie de España–, básicamente árido y desértico –salpicado por arbustos–, que ocupa la tercera franja, contando desde la costa atlántica, de la zona nordeste del país.

PRISIÓN. En ausencia casi crónica de lluvias, es prácticamente imposible el cultivo y la crianza de ganado. Los campesinos se ven obligados a emigrar hacia el sur. Son los "retirantes". La literatura brasileña se ha ocupado en varias ocasiones del sertón. Dos ejemplos notables: uno, anterior a Vidas secas, y dentro de una narrativa más tradicional, es Los sertones (1902), de Euclides da Cunha; el otro, posterior, es Gran Sertón: Veredas (1956), de João Guimarães Rosa, pirotécnico y experimentalista.

Graciliano Ramos, sin apenas dinero, escribió 'Vidas secas' por la noche, mientras su familia dormía al lado, en la pequeña habitación de una pensión

Años después de haber sido prefecto de un pueblo, Graciliano Ramos fue acusado de formar parte de lo que el gobierno dictatorial de Getulio Vargas llamó, en 1935, la Intentona Comunista, un fallido levantamiento de militares izquierdistas. Ramos, sin cargos y sin juicio, pasó un año en prisión. A la salida, publicó su tercera novela, Angustia (1936), y su cuarta y última, Vidas secas, antecedente de varios libros de relatos, de crónicas y de sus póstumas y extensas Memórias do Cárcere (1953).

Con cuatro hijos de su fallecida primera mujer y otros cuatro en curso con su segunda esposa, Ramos, sin apenas dinero, escribió Vidas secas por la noche, mientras su familia dormía al lado, en la pequeña habitación de una pensión. Para obtener algunos recursos, Ramos fue publicando Vidas secas en la prensa y por capítulos que podían leerse como cuentos.

SILENCIO. Con un lenguaje que podríamos calificar de objetivista, muy directo y desnudo en la expresión de las acciones y en la descripción de las personas y escenarios, el vocabulario y el tono de la narración alcanzan, sin embargo, una enorme plasticidad y fisicidad, compatible con la indagación en los sentimientos y en los escuetos pensamientos de sus personajes.

Apenas hay diálogos, ya que el silencio es la pauta de comportamiento de los protagonistas, entre otras razones porque esos paupérrimos campesinos apenas sí son capaces de elaborar un escueto discurso verbal.

Las peripecias de Fabiano y su familia –puntuadas por el efímero trabajo en la hacienda abandonada de un patrón tramposo y por los peligrosos encuentros con un violento y represor "soldado amarillo"– fueron vertidas a la pantalla con gran fidelidad al libro, con esmerado cuidado formal y con espíritu neorrealista por Nelson Pereira dos Santos. Vidas secas (1963), disponible sólo en YouTube, fue uno de los grandes títulos del Cinema Novo brasileño, que tuvo en Pereira a su predecesor y en Glauber Rocha a su máximo referente internacional.