¿Hay demasiado teatro confortable?
Las artes en vivo deben transmitir vida, pero lo importante en el espectador es el desasosiego.
José Sanchis Sinisterra piensa que sí, que hoy día “hay demasiado” teatro de ese tipo. El director y dramaturgo valenciano cuenta a Pablo Caruana Húder (elDiario.es) que cuando va al teatro le “produce una especie de desasosiego la predominancia de un formalismo y una tecnificación vacua donde predomina la imagen. Y, por otro lado, está el contenido, que en cuanto es explícito y predicativo me parece simple teatro para convencidos” ¿Qué hacer, entonces? Intentar que “se produzca en la mente de tu receptor un desasosiego –propone el autor de obras como ¡Ay, Carmela!–, una especie de resquebrajamiento que le obligue a repensar las cosas”.
El actor y director Lluís Homar, que ha tenido un gran éxito con La discreta enamorada, hace hincapié en que “en estos momentos el teatro y todas las artes en vivo suponen un revulsivo”. “Estamos tan acostumbrados a ver a nivel de imágenes esta era virtual que es como si todo lo que hacemos, todo lo que nos imaginamos, todo lo que soñamos… lo pudiéramos crear –relata el director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico a Darío Prieto (El Mundo)–. Pero no: eso no es lo real (...) Tenemos que transmitir vida, porque es lo que, desde el teatro y el arte en vivo, podemos contagiar a nuestros conciudadanos”.
Ocurre que, en esta era virtual, “la atención se ha reducido a extremos históricos”, en opinión del filósofo Jorge Freire. “La gente ya dice que las series de veinte minutos son largas y las ve a doble velocidad –explica el autor de La banalidad del bien a Miguel Manso de Lucas (Tele5)–. Para muchos la atención es la nueva inteligencia o el nuevo medidor de la inteligencia. Una masa adocenada que no puede detenerse a pensar nunca porque está hiperestimulada es una masa fácil de pastorear”.
“La mayoría de las novelas parecen enamoradas de lo sombrío, apenas se habla de lo luminoso”, Pablo D’Ors
Pablo D’Ors observa que, en estos tiempos, “se escribe y se habla demasiado”. Confiesa el autor de Los contemplativos a Ángel Peña (The Objective) que en su obra “hay una mirada benévola, compasiva, no cruel o despiadada, como la de tantos otros narradores, por no decir la inmensa mayoría”. El escritor y sacerdote, que ha vendido 300.000 ejemplares de su ensayo Biografía del silencio, pretende ofrecer “un poco de luz entre una inflación de oscuridad”, porque, según dice, “la mayoría de las novelas parecen enamoradas de lo sombrío, apenas se habla de lo luminoso”.
La poeta valenciana Berta García Faet siente “bastante rechazo” por lo que llama “las religiones estructuradas”. “Detesto que la duda sea algo pecaminoso y detesto el mesianismo”, aclara con rotundidad a Álvaro Devís (culturplaza). Sin embargo, la autora del ensayo El arte de encender las palabras admite que “sí hay escritores religiosos que me interpelan profundamente, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa, y sí hay elementos bellos de mi educación religiosa que siguen conmigo”. ¿Por ejemplo? “En mi poesía es fundamental la estrella de Belén”.
“Detesto que la duda sea algo pecaminoso y detesto el mesianismo”, Berta García Faet
Isabel Coixet escribe un artículo en El País a propósito del manifiesto en defensa de Gérard Depardieu, apoyado por el propio presidente Macron. “Nadie está poniendo en tela de juicio la calidad de Depardieu como actor o como patrimonio de la humanidad o como “gigante del cine” (...) Hablamos –escribe la directora de la reciente Un amor– de cómo el estatus de monstruos sagrados y la veneración que suscitaban han permitido a tantos y tantos artistas no rendir cuentas nunca de sus conductas abusivas. En ningún lugar del mundo. Nosotros, los admiradores, hemos preferido en muchas ocasiones mirar para otro lado porque la idea de que alguien a quien venerábamos y respetábamos fuera un ser deleznable no nos cabía en la cabeza, no encajaba con lo que queríamos creer”.
P. S. El Premio Cervantes Luis Mateo Díez declara en una extensa entrevista con Manuel Llorente (Zenda) que “vivimos un mundo cultural en el que se ha adelgazado casi hasta desaparecer aquello que llamábamos ‘los intelectuales’”. “Eran como grandes cerebros o grandes conciencias que, bueno, analizaban las cosas. Hoy día los hay también, pero ellos marcaban pautas –explica el académico que acaba de publicar El limbo de los cines (Nórdica)–. Marcaban pautas un poco, a veces, discutibles, pero pautas tal vez de ejemplaridad, positivas o negativas. Estaban ahí. Hoy estás como un poco más desabrigado”.