"La literatura española tiende a ser muy narcisista: si a mí me va bien, genial. Y si a ti te va bien, no lo quiero ver". Se lo dice Laura Fernández a Juan Cruz (El Periódico). La novelista percibe que "no hay respeto entre los escritores" y echa de menos "mucha más admiración".
A Marina Perezagua el mundo literario también le parecía "inhóspito" en sus comienzos. "Esperaba que fuera más humano", confiesa a Alejandro Luque (Jot Down). Tal vez tenía demasiadas expectativas: "atribuía a los escritores cierta responsabilidad con el entorno, pero esto no existe... no estamos ni más ni menos comprometidos que los trabajadores de cualquier otro gremio".
"Creo que Vargas Llosa leyó a Galdós demasiado rápido"
A Perezagua le sorprendía que "todo el mundo tuviera un discurso". Ella piensa que "no hace falta un discurso para poder escribir, es más, el discurso sólo propicia una puesta en escena que no tiene nada que ver con la escritura". Y, volviendo al narcisismo, concluye: "El discurso es propaganda de uno mismo, normalmente engañosa".
Hay quien observa cierto elitismo en el mundo literario. María Dueñas se queja a Paloma Barrientos (El Confidencial) de que "a las escritoras que vendemos mucho en sellos comerciales nos tienen menos en cuenta".
Elísabet Benavent, en una entrevista con Sara Polo (El Mundo), también se rebela contra esa discriminación. "A mí la palmadita en la espalda del crítico literario me da un poco igual, yo hago entretenimiento e intento que sea de calidad. No entiendo qué hay de malo". Se pregunta "¿por qué va a ser la novela romántica un género menor?, ¿porque lo consumimos nosotras?" Y se responde: "La literatura no tiene género".
Un gran defensor y estudioso de los superventas es Sergio Vila-Sanjuán. En Diario de Mallorca sentencia tajante que "los best sellers son capaces de dramatizar cuestiones muy complejas".
A propósito de cuestiones complejas, J.J. Armas Marcelo opina abiertamente en Canarias 7 sobre La mirada quieta (de Pérez Galdós). "Vargas Llosa es un lector tardío de Galdós. Y creo que lo leyó todo demasiado rápido. Lo bueno es que se haya atrevido, como suele, con ese gigante". Y aprovecha para explicar sus diferencias con el Nobel. "No estoy de acuerdo con Vargas Llosa, a pesar de mi admiración y mi amistad de 50 años con él. Él es liberal y yo soy socialdemócrata, ideológicamente. A mí me gusta mucho Proust y a él no. Detesto a Sartre, me parece un inteligentísimo vendedor de humo y a él, durante mucho tiempo, le pareció un escritor modélico, para después confluir los dos en Camus".
"La literatura no tiene género"
Al igual que en el literario, en el mundo de la música hay preocupación por el favor del público. Para Teo Cardalda (Efeeme) el éxito es "algo perjudicial para la creatividad y conflictivo, y más en este país". ¿Será porque alimenta el ego? Fito Páez (La Vanguardia) asegura que lo controla: "Lo tengo en un lugar que no me incomoda". Pero reconoce que "todos los que estamos en este mundo tenemos un ego monumental". Y pone como ejemplo a John Lennon, que "siempre escribía sobre él porque era lo único que conocía".
Quien ofrece un análisis más de fondo es Antonio Colinas. Le preguntan en El País "¿qué está socialmente sobrevalorado?" Lo condensa en pocas palabras: "El artificio frente a lo profundo, el ‘producto’ frente al fruto, el ‘todo vale’ frente a los valores".
P.S. En un muy ingenioso artículo en La Nueva España, Manuel Gutiérrez Aragón examina las dotes como actores de cuatro expresidentes. José María Aznar "me recordaba, irremediablemente, a Lola Gaos. Su tono bronco, antipático, era característico. Ambos, Aznar y Lola Gaos, parecían estar siempre regañando a alguien". Felipe González "era más bien del tipo Marlon Brando, un actor del método. Felipe se llegaba a creer todo lo que decía, aunque fuera lo contrario de lo que hubiera asegurado poco o mucho tiempo antes". José Luis Rodríguez Zapatero "no tenía una buena disposición escénica. Su cuerpo siempre aparecía rígido, los hombros agarrotados y los codos mal colocados, un émulo menor de Jim Carrey". Mariano Rajoy "siempre apareció como uno de esos secundarios de película que pueden hacer de cualquier cosa: cruzando una calle o haciendo de cartero o, como mucho, en el papel de peluquero". Sobre Pedro Sánchez no se pronuncia.