Premios Nacionales: de cuotas y polémicas
Los galardones que concede el Ministerio de Cultura se han convertido desde hace años en una cuestión política. ¿Es una forma de reparar olvidos o algo interesado que los desvirtúa?
El síndrome del pinganillo
Germán Gullón. Catedrático emérito de Literatura Española, crítico literario y escritor.
Está claro que el puesto de la mujer en la sociedad presente necesita de constante vigilancia para revertir las injusticias históricas y las presentes. Una reivindicación alentada por los ejemplos insignes, pienso en escritoras como Emilia Pardo Bazán, Virginia Woolf y Simone Weil. Ellas afirmaban su valía personal, basada en la voluntad y en la inteligencia, exigiendo el derecho a cambios de actitud hacia la mujer, apoyando sus demandas en el esfuerzo, en la educación adquirida en las grandes obras literarias y de pensamiento. Dejaron así un legado de sentimientos e ideas tejidos mediante el trabajo.
Sin embargo, la tendencia actual de promocionar las diferencias identitarias no avanza la justicia social, pues elige el camino de la división, de la diferencia, sosteniendo de manera implícita que la sociedad está compuesta por bandos opuestos. Actitud que refleja un problema social endémico: el progresivo retroceso de la verdadera educación.
El trasfondo social en el que existen hoy los escolares y estudiantes universitarios aparece difuso, líquido, en buena parte porque se niega la posibilidad de ser objetivos o de que exista una verdad fiable. La sociedad los abandona a su suerte, a que sean ellos mismos, confinándolos al egoísmo absoluto.
Promocionar las diferencias identitarias no avanza la justicia social, pues elige el camino de la división, sosteniendo que la sociedad está compuesta por bandos
Una buena educación consiste en aprender los conocimientos de las diversas ciencias, desde la lengua a la geografía o las matemáticas, que luego se harán saberes específicos aplicados en los oficios o profesiones. Mas, el elemento básico, el que retrocede de manera alarmante es el de la verdadera educación del individuo, la suma de valores que ofrecen el estudio y el ejemplo de los verdaderos profesores, el desarrollo de un sentido moral de la vida que forma al individuo. Los premios actuales otorgados por razones identitarias revelan jurados carentes del elemento esencial de la educación.
El uso de la identidad, sea de género, de la edad o étnica, como medida para rectificar las injusticias sociales falla precisamente porque el individuo en cuestión se pierde en sí mismo. Los que fallan en un jurado a favor de una mujer, por razones de género, descuentan la realidad social de las personas. Los seres humanos necesitamos del otro, del apoyo de la familia, de los colegas, de los amigos, de las instituciones, es decir, de una relación empática con el resto de la sociedad. Los enfrentamientos identitarios generan conflicto, y el ruido tiende a sustituir al asunto que se debate.
Cuando a los políticos de la Transición a la democracia les tachan de viejunos, lo que el insulto consigue es ocultar su oposición a la transgresión de los principios de la Constitución, que se sustituye por la vejación y el cacareo de voces discordes. El criterio de los mayores se quiere sustituir por el de jóvenes que carecen de la formación cognoscitiva e intelectual lo suficientemente fuerte para mantener el rumbo de la discreción, del intercambio social realizado con inteligencia y con un fin concreto.
Tristemente, la finalidad de los premios a las obras en las lenguas periféricas se parece bastante. No celebran su existencia, sino ahondan el abismo de las diferencias identitarias, fomentando el síndrome del pinganillo.
El bosque y el árbol
Luis Antonio de Villena. Poeta y crítico literario. Último libro: Brines, la vida secreta de los versos (Renacimiento, 2023).
En España hay muchos premios literarios, tanto estatales (en las diversas autonomías) como municipales que editan editoriales comerciales. Muchos apenas tienen prestigio –palabra que casi ni suena– sino que hay poetas, por ejemplo, que los utilizan para, vía premio, publicar su libro. De ahí la broma con no escasa verdad: tiene mérito mayor publicar un libro sin premio que con premio… Pero vayamos a los Nacionales. Quedan de lado, más nítidos, los de veras grandes: Cervantes y Reina Sofía de poesía iberoamericana. Aunque el segundo incluye el portugués, son premios básicamente para autores en español y más a una trayectoria que a un libro. Mejor, por tanto.
Cada lengua —aunque a veces se aproximen— comporta una historia y una tradición literaria, por eso cada lengua debe tener sus propios premios, aunque todos sean españoles. Hay Premios Nacionales de Narrativa, Ensayo, Poesía, Literatura Dramática y Literatura Infantil y Juvenil. Aunque estos premios ya unen (no acertadamente) todas las lenguas del Estado, hay además otros premios autonómicos, verbigracia el Premio de las Letras Valencianas. La sensación es que un bosque tupidísimo debe hacer muy difícil apreciar el árbol, cada árbol. El jurado de los Premios Nacionales debe incorporar a miembros de las academias gallega, catalana y vasca. ¿Me parece mal? En absoluto. Mal no, confuso mucho. Pues cabe la pregunta, ¿y qué votará, por ejemplo, el representante de la academia gallega sino a un autor/a gallego? Me resulta muy evidente que cada lengua de España debe tener sus premios correspondientes, y siendo Premio Nacional en catalán, verbigracia, normalmente eclipsará o eliminará los premios meramente autonómicos.
Estos confusos premios nacionales plurilingües tienen un trasfondo o paraguas político mucho más que estrictamente literario
No se escapa a casi nadie que estos confusos premios nacionales plurilingües tienen un trasfondo o paraguas político mucho más que estrictamente literario. Como usar “castellano” por “español” es algo político y no filológico. Hay español y hay lenguas escritas y habladas en España, se diferencia bien. El primero que mencionó lo político en estos premios fue Javier Marías, quien al rechazar en 2012 el Premio Nacional de Narrativa por Los enamoramientos dijo que no le gustaba quedar como “favorecido por este o aquel Gobierno”. Su gran éxito internacional le permitía la renuncia. Sin dejar de representar la España plural, no mezclen lenguas con sus tradiciones y trayectorias respectivas.
Además, se dice (y se ve) que los Premios Nacionales se apuntan al feminismo fuerte. El de poesía lleva seis años consecutivos ganado por mujeres, desde Antònia Vicens, en catalán, a la reciente Yolanda Castaño en gallego. Lenguas y feminismo se entrelazan. El feminismo tiene mucha razón de ser –como debiera cuidarse la premiabilidad de gays y lesbianas visibles– pero estar a favor del feminismo (pienso en Rosa Chacel o María Zambrano, excelsas) no tiene nada que ver con estar a favor de las cuotas –mujeres solo por serlo– ni de un feminismo machista por casi agresivo. La mujer en igualdad y empuje, pero por categoría, no por equilibrio numérico. Replantearse los Premios Nacionales con razón paritaria y sin mezcla de raíz política. Como en la atmósfera, en estos Premios hay cambio climático excesivo.