'El último telesilla': sexo, secretos y padres ausentes en el último libro de John Irving
Una exigente novela de aprendizaje a la antigua usanza que serpentea más que avanza, con los habituales giros, digresiones y excesos rabelaisianos de su creador.
16 octubre, 2023 02:29A Adam Brewster, el protagonista de la nueva novela de John Irving, El último telesilla, le pasan muchísimas cosas. De hecho, difícilmente sería una novela de Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) si no estuviera llena, a veces demasiado. Pero el acontecimiento principal es seguramente el momento en que la madre de Adam, la atlética y soltera Rachel Little Ray Brewster, se sienta en la cama a horcajadas sobre él, que tiene trece años, le presiona los hombros contra el colchón y le da el tipo de beso “desaforado” que le plantaría a un nuevo novio.
En una o dos páginas, Adam –que toma el nombre del primer hombre según la Biblia y que es el narrador en primera persona– entrevera aleatoriamente todos los sentimientos encontrados de una víctima de incesto: curiosidad, miedo, confusión, indignación, lealtad... A renglón seguido, viene la angustiosa caída en el secretismo. “Cuando guardas secretos, no duermes como un bebé”, asegura Adam, novelista, guionista y casi contemporáneo de Irving, que también nos contó que una mujer abusó sexualmente de él cuando tenía 11 años. “Es entonces cuando sabes que te has hecho mayor, aunque aún tengas que madurar más. Yo, desde luego, sí”.
Este es uno de los momentos más tiernos de una exigente novela de aprendizaje a la antigua usanza que serpentea más que avanza, con los habituales giros, digresiones y excesos rabelaisianos de su creador. Los lectores que aborden sus 900 páginas acompañarán a lo largo de casi ocho décadas, a veces con sensación de claustrofobia, a Adam y su familia, desde Exeter, el escondite de Irving a mediados del siglo pasado, hasta la Nueva York de la era de Reagan y la insensibilidad de la Iglesia católica ante la crisis del sida, pasando por la elección de Trump y Toronto (donde Irving reside desde 2014).
El libro es generosamente intertextual, con alusiones a Moby Dick, Bartleby el escribiente y Grandes esperanzas; a John Updike, Kurt Vonnegut y Graham Greene. También nos ofrece una amena taxonomía del cine negro que incluye el cine negro de terror, el de intriga, el de pistoleros y el pornográfico. “Cuando has cumplido los 30 y sonríes como un niño, tiene algo de cine negro”, afirma Adam. Irving, el otrora niño prodigio, ahora supera en 50 años los 30 y tiene la mortalidad, y quizá el legado, en mente.
Su gran éxito de ventas El mundo según Garp se publicó en 1978; desde entonces ha cosechado varios megaéxitos (Las normas de la casa de la sidra; Una oración por Owen Meany; Una mujer difícil), pero también sufrido algunos batacazos.
El último telesilla, su decimoquinta novela (y, según ha declarado, la última larga), se titulaba al principio La oscuridad como novia. La oscuridad también es un requisito para el cine, y las películas por hacer persiguen a Adam. Entre los dramatis personae hay una pandilla de fantasmas, que empiezan a aparecerse a nuestro héroe poco después del “beso”.
Uno de ellos podría ser el padre ausente de Adam (los padres ausentes son otro clásico de Irving), sobre el que su madre, una monitora de esquí que se refiere a Adam como “el único e inigualable”, se muestra misteriosamente reservada. El nuevo título de la novela insinúa una última oportunidad de ascender a los cielos, o algo más siniestro: otro recorrido accidentado antes de que todo deje de funcionar.
El mundo de Irving evoca la nostalgia por la época en que escribir novelas parecía una actividad más muscular, similar a un deporte incluso, cuando los novelistas eran celebridades que se batían en tertulias televisivas. Pero esta escala sostenida puede asemejarse a una avalancha incesante de palabras de la que uno sale aturdido; no es tanto cuestión de leer el libro como de sobrevivirlo.
Irving lleva mucho tiempo mutilando y matando a personajes de formas sorprendentes e inverosímiles y en El último telesilla la sangre brota tan rápidamente que –quizá porque Adam viaja con su hijo pequeño y su hostil esposa hasta un histórico y aterrador hotel de Colorado– uno puede tener la inquietante sensación de que está haciendo un dueto con otro maestro de la literatura popular: Stephen King.
Es esta una exigente novela de aprendizaje a la antigua usanza que serpentea más que avanza, con los habituales giros de Irving
Adam ve cómo sus familiares son alcanzados por un rayo; cómo quedan atrapados bajo un tren descarrilado; cómo son tiroteados en un club de comedia llamado Gallows Lounge; cómo la furgoneta en que viajan se ve obligada a salirse de la carretera mientras escuchan la canción “No Lucky Star” [No hay estrella de la suerte].
Los Brewster son una banda peculiar, siempre indecisos a la hora de organizarse para dormir, ante la machacona desaprobación de las hermanas de Little Ray. (“Algunos críticos poco amables se han quejado de cómo despacho o me deshago de las tías antipáticas en mis novelas, pero estos críticos nunca conocieron a la tía Abigail o a la tía Martha”, escribe Adam). Como si fueran episodios de Friends, sus novias sangran a causa de los fibromas, caen de cabeza por las escaleras y pierden el control intestinal en la cama de Adam.
Con el que más amable se muestra Irving es con Elliot Barlow, un diminuto maestro de escuela que acaba convirtiéndose en el padrastro de Adam, y con la prima Nora, una lesbiana que actúa en un espectáculo cómico llamado “Dos tortilleras, una que habla” con su novia Em, que hace gestos en lugar de hablar. Lo único que oímos de boca de Em en la primera parte del libro es un orgasmo tan fuerte y sostenido que hace que una camarera deje caer su bandeja. “No había oído nada igual, ni siquiera en películas extranjeras con subtítulos”, escribe Adam.
Irving lleva mucho tiempo defendiendo lo queer en sus novelas, aunque queer en esta se utilice solo en el sentido antiguo, despectivo, de “raro”. La principal pareja de Little Ray resulta ser una cuidadora de senderos llamada Molly. Elliot acaba cambiando de sexo, una transición que provoca el afecto y la protección de Adam. “Chico, hay más de una forma de querer a la gente”, le dice Molly en uno de los apartes admonitorios del libro.
Catequizadora y socarronamente obscena a ratos, El último telesilla tiene tramos placenteros, en los que el aire es puro y el terreno liso. Pero a menos que uno sea un superfan de Irving , tanto más de lo mismo en la novela puede llegar a agobiar.