¿Reaccionamos a la pandemia a tiempo?
El 11 de marzo de 2020 la OMS reconocía la pandemia provocada por el virus Sars-CoV-2, causante de la Covid-19. ¿Reaccionamos a tiempo? ¿Qué papel han jugado los laboratorios? Las investigadoras Ester Lázaro y María Blasco hacen balance
8 marzo, 2021 09:00Ester Lázaro Lázaro
Investigadora científica en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA)
Ciencia, ciencia y más ciencia
Hace no mucho tiempo pocas personas creían que les tocaría vivir la experiencia de una pandemia. Sin embargo, vivimos en un mundo plagado de virus, algo que puede causar graves problemas si un virus propio de animales consigue transmitirse entre personas, sobre todo si en algunas de ellas no causa síntomas, como sucede con el SARS-CoV-2.
Los coronavirus ya nos habían dado varios avisos. A finales de 2002 asistimos a la propagación del causante del SARS, que pudo contenerse con medidas de cuarentena y aislamiento. Algo más tarde, en 2012, comenzó a circular otro coronavirus, el MERS-CoV, más letal que el anterior, pero que se transmitía peor. Así que nuevamente nos libramos de la temida pandemia. Quizás nos confiamos un poco y cuando se confirmó que el nuevo virus que había comenzado a circular en China a finales de 2019 era un coronavirus las alarmas no se dispararon de la forma que debían.
¿Cómo de duradera será la inmunidad en las personas que han pasado la enfermedad o que han sido vacunadas? Existen todavía grandes incógnitas. Solo el tiempo nos dará la respuesta
De repente todo sucedió muy deprisa: confinamientos, cierre de colegios, contagios descontrolados… y muertos, muchos muertos. En paralelo, en el mundo de la ciencia las cosas también progresaban rápido. Al poco de identificarse el virus ya se conocía su secuencia y cuál era su receptor. En marzo se empezó a sugerir que el virus podría transmitirse por aerosoles, algo muy importante de cara a la prevención. Muy pronto también se desarrollaron tests diagnósticos cada vez más rápidos. Se han ensayado multitud de tratamientos y laboratorios de todo el mundo han compartido las secuencias de miles de genomas del virus que permiten conocer el detalle de su evolución. Y, lo más importante, se ha desarrollado una amplia variedad de vacunas, algunas utilizando metodologías novedosas que supondrán un antes y un después en nuestra forma de afrontar las enfermedades infecciosas.
Actualmente la mayoría de los países desarrollados han iniciado campañas de vacunación frente al SARS-CoV2 y, con ellas, también se ha comenzado a inocular la tan ansiada esperanza. Pero existen todavía grandes incógnitas, para las que solo el tiempo nos dará la respuesta. ¿Cómo de duradera será la inmunidad en las personas que han pasado la enfermedad o han sido vacunadas? ¿Pueden transmitir el virus las personas vacunadas? ¿Cuál es la capacidad del virus para generar variantes que puedan evadir la respuesta inmune? Estamos vacunando mayoritariamente en los países ricos y, mientras tanto, el virus sigue circulando y sigue mutando, con el riesgo que eso supone.
A pesar de estas dudas, a día de hoy hay muchas evidencias de que las vacunas funcionan, al menos para impedir la forma más grave de la Covid-19. Por tanto, con una gran parte de la población vacunada, tenemos que pensar que la situación mejorará notablemente. Los hospitales ya no se saturarán y la Covid-19 se asemejará cada vez más a un catarro. Podremos volver a abrazarnos y a recuperar nuestro mundo. Lo que no podremos es eliminar a los virus. Seguirán estando ahí y algunos podrán causar nuevas pandemias. ¿Cómo defendernos de ellos? Solo hay una manera: ciencia, ciencia y más ciencia.
Maria A. Blasco
Directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO)
El año cero de la pandemia
Tras un año de pandemia de la Covid-19 tenemos algo de perspectiva sobre la respuesta a esta nueva enfermedad. Lawrence Wright en su excelente artículo “El año de la peste” (“The Plague Year”) publicado hace unas semanas en el semanario The New Yorker, repasa algunos de los errores y aciertos sobre la pandemia en EE.UU. Al igual que allí, en nuestro país hubo una percepción distorsionada sobre la gravedad de la enfermedad, producida por el virus SARSCoV-2, hasta entonces desconocido para los humanos. Desde las televisiones y radios de nuestro país se emitieron programas de alta audiencia aventurando que la Covid-19 no era peor que un mal resfriado.
Reputados médicos tranquilizaban a la población en programas de radio matinales diciendo que la gripe era mucho más preocupante que la Covid-19. Recuerdo que mientras escuchaba uno de estos programas en un trayecto en taxi, tal era mi malestar por la superioridad con la que se hablaba de la Covid-19 que llegué a decirle al taxista que no se creyera lo que decían. Los primeros datos de China indicaban que la enfermedad era al menos 5-10 veces más mortal que la gripe. El no transmitir la potencial gravedad de la Covid-19 fue imprudente; prudente hubiese sido mostrar cautela ante un nuevo virus contra el cual carecíamos de defensas. El quitar importancia al virus SARS-CoV-2 indujo a la despreocupación de muchos ciudadanos y, como consecuencia de ello, a una alta tasa de contagios durante los meses de enero, febrero y primera mitad de marzo, que se han traducido en que seamos uno de los países con un mayor aumento del exceso de mortalidad durante 2020, según datos del INE.
No recomendar, incluso desaconsejar, el uso de mascarillas faciales a pesar de que los datos que llegaban de China ya indicaban que el virus se transmitía por partículas y por el aire, también tuvo consecuencias. Wright describe que cuando finalmente se recomendó en abril de 2020 el uso de mascarillas por parte del Centro de Control de Enfermedades (CDC) de EE.UU., Trump dijo (refiriéndose a las mascarillas): “No tienes que llevarlas. Yo no voy a llevarlas”. Cuando el mensaje inicial es que algo no es grave y que no hace falta protección facial, decir lo contrario unos
meses después puede alimentar los delirios negacionistas.
Quitar importancia al virus indujo a la despreocupación de muchos ciudadanos y, como consecuencia, a una alta tasa de contagios durante enero, febrero y primera mitad de marzo
Pero no hay que olvidar los aciertos. En EE.UU. las primeras vacunas contra el virus se empezaron a probar en humanos antes del verano, algunas de ellas, como la de Moderna, apoyadas por la Operación Warp Speed del Gobierno estadounidense, catalizó el proceso. Con estas vacunas ya se ha inmunizado a millones de personas en todo el mundo tan sólo un año después del inicio de la pandemia. Esta respuesta rápida de la ciencia ha sido gracias a que años de estudios e investigaciones por parte de científicos de todo el mundo se han reorientado rápidamente ante el nuevo reto de la humanidad. Ya lo decía Pasteur: “La ciencia no conoce país, porque el conocimiento pertenece a la humanidad, y es la antorcha que ilumina el mundo”.