Publicar bajo seudónimo, ¿necesidad o márketing?
El éxito de Elena Ferrante ha incitado a muchas escritoras a embozarse tras nombres supuestos, pero ¿es sólo cuestión de marketing? Eloy Tizón y Greta Alonso nos dan su opinión
29 junio, 2020 08:41Eloy Tizón
Escritor, autor de 'Velocidad de los jardines' (Páginas de Espuma)
Los nombres
En su ensayo Una muy breve introducción a la música, Nicholas Cook nos recuerda que, en las novelas de Jane Austen, la mayoría de los personajes femeninos toca el piano. Y que esto, por tradición, resultaba casi obligatorio en la clase social alta a la que estas jóvenes pertenecían. Su pareja masculina, en cambio, tocaba el violín o la flauta. Cuando los dos novios ofrecían un concierto en público en que interpretaban una melodía a dúo, el varón era el encargado de marcar la voz solista, destacar y lucirse. Mientras tanto, la mujer se limitaba a acompañarlo mediante un discreto fondo sonoro, resignándose a desempeñar un papel subordinado, tal como se esperaba que sucediera en todas las esferas de su vida conyugal.
"Dudo mucho de que las razones estratégicas por las que algunas escritoras actuales deciden emboscarse respondan al acoso y exclusión históricos que padecieron sus antecesoras"
En la pantomima social, trazada con hierro y valses, cada cual tiene su perfil asignado y puede resultar peligroso salirte de él o ponerlo en entredicho. Bovary, Ozores, Karenina: todas las heroínas de ficción que se arriesgaron a contravenir las normas, acabaron pagándolo caro. Cuando Jane Austen publicó Juicio y sentimiento lo firmó como “Una dama”. Las hermanas Brontë inventaron los seudónimos de Currer Bell, Ellis Bell y ActonBell. Aurore Dupin se ocultó bajo el antifaz de George Sand y Cecilia Böhl de Faber apostó por travestirse de Fernán Caballero. ¿Por qué todas ellas velaron su identidad? Se disfrazaron de hombres, como ocurre en tantas comedias del siglo de Oro, en que las muchachas se alistan en el ejército con un bigote postizo. Las razones pueden ser varias, pero la principal parece evidente: evitar riesgos y minimizar los daños. Estas creadoras, al igual que muchas otras, por si acaso, prefirieron adoptar todo tipo de precauciones y máscaras, tales como editar sus novelas de forma anónima o firmarlas con un seudónimo masculino, menos comprometedor. Bigotes postizos. Un cuarto propio.
En un mundo patriarcal, dominado por la ansiedad de protagonismo de la flauta y los violines, negarse a ser la comparsa puede despertar en los demás sentimientos de ofensa, celos, odios y amenazas (o peor incluso: condescendencia), hasta provocarnos fobia a nuestro propio nombre y preferir pixelarlo. Eso era antes. En la actualidad, una editorial ha decidido reimprimir a estas novelistas con sus nombres verdaderos, manteniendo el falso en la cubierta, aunque tachado: un gesto reivindicativo simbólico, pero necesario. Otras autoras, en cambio, optan libremente por seguir manteniendo el anonimato. Las razones por las que algunas escritoras actuales eligen emboscarse, también puede deberse a diversas estrategias, que van desde el retraimiento hasta la ambigüedad –incluyendo, por qué no admitirlo, las del marketing–, pero dudo mucho de que respondan a las razones históricas de acoso y exclusión que padecieron sus antecesoras. Se acabó la timidez. La señora Dalloway compra ella misma sus flores. Quiero pensar que en esto, al menos, algo hemos progresado desde los tiempos de Jane Austen y sus tés danzantes. Y la prueba es que si una novelista actual cambia de nombre –como Elena Ferrante– no escoge uno masculino, sino el de otra mujer. ¿Qué gana con ello? La libertad de tocar su propia partitura .
Greta Alonso
Escritora, autora de 'El cielo de tus días' (Planeta)
Un escudo, una coraza, una guarida
Mi nombre no es Greta Alonso. Mi seudónimo es un escudo, una coraza, una guarida. Porque soy cobarde. Sí, soy cobarde, y quiero lanzar un mensaje a todas aquellas personas que se han hartado de la dictadura del reto, a quienes se han cansado del bombardeo continuo de mensajes de fortaleza, dinamismo, y omnipotencia: la debilidad cotiza a la baja, pero ser débil no es un delito. Yo soy débil. He escrito un libro, pero no me siento capaz de dar la cara, y no me avergüenza admitirlo. El autor bebe de su mundo particular, y yo necesito mi mundo. Y lo necesito intacto, sin perturbaciones. Sufrí un episodio complicado que no supe gestionar, y temo la exposición pública. Amo mi círculo de confort, y lo defiendo. Defiendo la libertad de cada cual para vivir a su manera, para decidir no querer cambiar, para escoger un sueño tan simple como “seguir siempre así”. .
"Un libro. ¿Hace falta algo más? ¿Necesita la obra del autor, de su presencia, su rostro y aclaraciones para ser un trabajo pleno? ¿Es menos obra la obra sin artista?"
Un libro se escribe en la intimidad, y se lee en la intimidad. Al publicar una obra, esta se hace accesible, ¿por qué asumimos que, simultáneamente, debe hacerse accesible el autor y su persona? ¿Por qué ha de pasar su autor a engrosar la nómina de personajes públicos? ¿Por qué ha de cambiar de vida, de rutinas, de trabajo en muchos casos? Es lo habitual, salir a la luz, dar la cara, ofrecer explicaciones; pero no debería existir tal patrón. ¿Qué ocurre con quienes hemos escrito un libro por la simple necesidad de escribir, casi a modo de terapia? ¿Qué hay de los que somos incapaces de dar el siguiente paso?
Un libro. ¿Hace falta algo más? ¿Necesita la obra del autor, de su presencia, su rostro y aclaraciones para ser un trabajo pleno? Firmas, giras. ¿Es menos obra la obra sin artista? Si fuera así, correríamos el riesgo de evaluar un libro desde la más absoluta subjetividad, de valorar una película o dejar de hacerlo por las anotaciones posteriores, por los vicios o virtudes de quien la haya dirigido. El cometido del arte es el de emocionar; y puede hacerlo en sí mismo, de modo atemporal y libre.
¿Qué ocurre con aquellos escritores que no se sienten a la altura de su trabajo? Comencé a escribir, precisamente, porque tenía dificultades para comunicarme de otro modo. ¿Por qué debo confesar cuánto de mí hay en la obra?¿Qué sucede con los autores que ejercen otra labor, alejada del panorama literario? Desarrollo un trabajo que me fascina en el campo de la ingeniería,y lo hago en una entidad que exige un código de conducta. ¿Debía renunciar a ello para poder mantener el final de mi novela, políticamente incorrecto? ¿O debía, por el contrario, censurar el desenlace para conservar mi empleo? No encajaba en ambos lugares, un motivo más parar convertirme en dos personas.
¿Existes? ¿Eres una estrategia de marketing? Existo. Cuesta entender que haya decisiones que no se tomen desde el punto de vista económico, y comprendo el recelo que causa todo lo que es diferente. No puedo mostrar una fortaleza que no poseo. Y creo que a quien de veras le cale El cielo de tus días, le importará bien poco cuál es mi verdadero nombre, mi rostro, o conseguir un ejemplar firmado .