Luto. Viendo el montaje de La casa de Bernarda Alba, de Alfredo Sanzol, en el María Guerrero, escuchamos sentenciar a Bernarda, recién muerto su segundo marido: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haremos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el ajuar”.
Las cinco jóvenes hijas de la viuda se espantan. El anuncio tajante de ese luto inacabable, mujeres de negro prisioneras entre blancas paredes, será el pórtico de la tragedia que García Lorca desarrolla a continuación.
Al reflexionar sobre la función, me vino a la cabeza la novela Doña Perfecta (1876), de Benito Pérez Galdós, adaptada al teatro veinte años después por el escritor canario. En 2012 vimos en el María Guerrero un muy notable montaje dirigido por Ernesto Caballero, y ya entonces escribí sobre el parecido de la autoritaria matriarca de Orbajosa y la Bernarda de Lorca, perfilada sesenta años después.
La crítica académica tiene muy estudiados los parecidos entre 'Doña Perfecta' y 'La casa de Bernarda Alba'
Doña Perfecta malogra el matrimonio, programado por ella misma, de su hija Rosario con su sobrino, el ingeniero Pepe Rey, al descubrir sus ideas liberales. Doña Perfecta induce el asesinato de Pepe Rey, provocando la locura de su hija, que ingresa en un manicomio.
Bernarda dispara ella misma contra Pepe el Romano –coincidencia en el nombre y en la letra del apellido o apodo del pretendiente–, presunto prometido de su hija Angustias, aunque, en realidad, tiene relaciones con su hija Adela, quien, creyéndole muerto, se ahorca.
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Bernarda, en el terrible final de la obra lorquiana, anuncia: “Nos hundiremos todas en un mar de luto”. Y proclama, contra la evidencia, que Adela ha muerto virgen y decreta, a gritos, como al principio de la obra, ¡silencio! La crítica académica tiene muy estudiados los parecidos entre Doña Perfecta y La casa de Bernarda Alba. Y las diferencias.
Violencia. Sanzol, en sus declaraciones, ha venido a decir que Bernarda aplica a sus hijas la violencia machista de la que ella misma ha sido víctima. Esa interpretación actual no está explicitada en el texto de Lorca ni se percibe con claridad en su montaje. Por el contrario, Poncia, la sirvienta principal de la casa, dice a Magdalena, otra de las hijas de Bernarda: “Yo tengo la escuela de tu madre”. Y lo dice después de haber confirmado que ella misma zurraba a su marido: “…por poco lo dejo tuerto”.
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La visión de Galdós sobre su matriarca viuda y la opresión que ejerce en su entorno está enraizada en otro contexto que fue muy propio de los liberales españoles del XIX y de bien entrado el XX, hasta el punto de que preocupó, no sin polémica, a algunas mujeres republicanas y feministas (Victoria Kent, Margarita Nelken) cuando se opusieron de momento, frente a Clara Campoamor, al voto femenino: esas matriarcas enlutadas y beatas eran las guardianas, sobre todo en los pueblos, de la tradición y de las costumbres religiosas y reaccionarias, inspiradas por los curas en los confesonarios y en los púlpitos.
Esa era la visión del liberal anticlerical Galdós –quien, por cierto, tuvo una madre muy autoritaria–, que en Doña Perfecta coloca a un cura, don Inocencio, como aliado e instigador comecocos de la viuda.
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Pintura. He visto La casa de Bernarda Alba mientras leía, para otros fines, el excelente estudio La imagen de la mujer en la pintura española 1891-1914 (Antonio Machado Libros). Su autora, María López Fernández, que contextualiza magníficamente la pintura con la historia, las ideas y las costumbres de la época, trata la figura y la significación de “la mujer enlutada”, la pone en relación, con los debidos matices, con La España negra de Émile Verhaeren/Darío de Regoyos y José Gutiérrez Solana y convoca repetidas veces el punto de vista de Galdós en sus obras.