Una lección galdosiana
Pérez Galdós fue, en el sentido más amplio y más noble de la palabra, un novelista, y por lo tanto un hombre comprometido con la singularidad irreductible, con la dignidad de cada ser humano
3 enero, 2020 14:47Galdós es tan inmenso que ni nuestra curiosidad ni nuestra admiración alcanzan a abarcarlo. Pérez Galdós es al mismo tiempo el predecesor de toda la novela contemporánea en España y también el protagonista de sus logros máximos. El proceso de su aprendizaje individual como novelista es el desarrollo mismo del género, desde las tentativas más juveniles a la madurez más prodigiosa. Pérez Galdós empezó urdiendo novelas entre folletinescas y fantásticas en las que sin embargo ya pueden encontrarse algunos de los rasgos fundamentales de su estilo y de su visión plena del mundo, y al cabo de solo dos décadas llevó a cabo una de las pocas novelas españolas que están a la altura de lo mejor de la literatura universal en esa edad de oro de las segunda mitad del siglo XIX. En esa época se alzaban por toda Europa novelas ingentes como en la Baja Edad Media se habían alzado las grandes catedrales. En un país sin tradición narrativa cercana y casi sin público lector, Benito Pérez Galdós, sin ayuda casi de nadie, fundó los dos al mismo tiempo, la tradición y el público, y lo hizo basándose en un doble origen, Cervantes y las novelas que se estaban escribiendo en Europa desde Honoré de Balzac y Charles Dickens, dos maestros de los que aprendió por igual.
En un país sin tradición narrativa cercana y casi sin público lector, Benito Pérez Galdós, sin ayuda casi de nadie, fundó los dos al mismo tiempo, la tradición y el público
Pero en el fondo ese doble origen es el mismo, en gran medida. Porque la lección de humanidad, humorismo y libertad de invención que Galdós encontró en Dickens, éste la había aprendido previamente de Cervantes, siguiendo en eso una estela gloriosa de influencia que estaba en la novela cómica y picaresca inglesa del siglo XVIII. Esa es una de las grandes paradojas de la cultura literaria española: su obra máxima, Don Quijote de la Mancha, no deja en ella rastro alguno durante más de dos siglos, justo el período en que esa novela influye y fecunda una parte de lo mejor de la cultura europea. El primer novelista español que establece un diálogo profundo y permanente con Cervantes es Galdós. De Cervantes aprende, con la cercanía de la propia lengua y del propio mundo cercano, lo que también le han enseñado Balzac y Dickens, la ambición de retratar todos los tipos humanos posibles, todas las clases sociales, todos los oficios, todas las hablas. Y a lo largo de toda su vida, desde los Episodios más tempranos, y con mucha frecuencia en las novelas contemporáneas, Galdós le da vueltas sin descanso al tema central del universo cervantino, que es la obstinación de no querer ver el mundo tal como es, sino de proyectar sobre él las propias fantasías, obsesiones, creencias. Muchos personajes centrales o secundarios de Galdós padecen variedades de locura quijotesca, algunas de ellas nobles y generosas y otras megalómanas o simplemente disparatadas, delirantes, dañinas. En Galdós hay locos del integrismo religioso pero también los hay de la racionalidad, y las ofuscaciones ideológicas que retrata pueden ser unas veces progresistas y otras reaccionarias, constitucionalistas o absolutistas.
Una de sus obras capitales, en el sentido literario y también en el político, la segunda serie de los Episodios, tiene como eje el choque no entre el absolutismo vengativo y obtuso de Fernando VII y el liberalismo de los partidarios de la Constitución de Cádiz, sino entre dos formas de irresponsable delirio político, que concluyen en una calamidad universal, la condena de España al atraso y a la pobreza, la imposibilidad de organizar una convivencia razonable, una sociedad civilizada, un país ilustrado y próspero. No hay equivalencia, sin embargo, o equidistancia, por usar una palabra que es de ahora, y no de tiempos de Galdós: en esa desoladora segunda serie, la culpa más grave es la de quienes tienen más poder y por lo tanto más capacidad de causar daño; pero tampoco son inocentes los liberales que triunfan precariamente sobre el absolutismo en 1820 y pasan los tres años siguientes extenuándose en disputas e intrigas sin ningún contacto efectivo con la realidad, dilapidando las ilusiones de una ciudadanía minoritaria y valerosa que se ha atrevido a alzarse contra Fernando VII.
Inquieto políticamente, dotado de una conciencia social aguda, nunca fue un ideólogo: fue, en el sentido más amplio y noble de la palabra, un novelista
La lucidez histórica, la conciencia política, son tan deslumbrantes en Galdós como el talento narrativo: lo nutren, forman parte de él, le marcan una dirección simultánea, muy rara en España, de sentido común y de radicalismo. La revolución de 1868 lo convirtió en un liberal avanzado, consciente de la necesidad de un régimen político que asegurara la vida cívica, las libertades formales, el imperio de la ley, la separación de la iglesia y el Estado. El fracaso de la revolución, el regreso de la dinastía borbónica, y con él el sistema parlamanterio caciquil y fraudulento de la Restauración, lo fueron llevando al republicanismo y por fin a la cercanía con el Partido Socialista de Pablo Iglesias. Con una fecundidad narrativa incomparable, los Episodios y las Novelas contemporáneas fueron surgiendo con un impulso doble, primero el de la reflexión sobre el pasado cercano, segundo el del retrato del mundo tal como era en el momento mismo de escribir. En la Tercera Serie hay una crónica escalofriante del oscurantismo y la crueldad de las sublevaciones carlistas, un retrato desolado del odio fatricida, no nacido de ninguna esencia nacional sanguinaria, sino del puro fanatismo político. Los escritores del 98, que tanto desdeñaron a Galdós, perdieron mucho tiempo en elaborar fantasías retóricas sobre el “ser” de España: Galdós, mucho más pegado a la realidad, y con mucha más agudeza de pensamiento, aunque no se las diera de filósofo, retrató y analizó el peso sofocante de las clases dirigentes tradicionales aliadas a la Iglesia, y también el oportunismo cínico de una burguesía que en vez de comprometerse con la creación de un estado moderno y un sistema liberal prefirió pactar con los poderes arcaicos y hacerse un sitio en la oligarquía.
Pero Galdós, tan inquieto políticamente, dotado de una conciencia social tan aguda, nunca fue un ideólogo: fue, en el sentido más amplio y más noble de la palabra, un novelista, y por lo tanto un hombre comprometido con la singularidad irreductible, con la dignidad de cada ser humano. Su lección es tan actual ahora como hace un siglo. Para retratar este presente convulso y el pasado que nos ha traído a él no tenemos ejemplo más valioso que el de sus novelas.