Image: Rosario de Velasco

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Opinión

Rosario de Velasco

3 julio, 2003 02:00

Adán y Eva, 1932. Óleo sobre lienzo, 109 x 134 cm.

Adán y Eva" principia por mostrarnos a la pareja completamente vestida, lo cual no es más que una anécdota de un moralismo ingenuo. Adán y Eva son los padres venideros de la raza vasca y la pintora consigue que todo tenga la noble pesantez del pasado

Después de la primera Guerra Mundial, en la que España ni siquiera había participado, se extiende por Europa un movimiento artístico que pudiéramos denominar "retorno al orden". Se aludía claramente, ingenuamente, a las épocas de bonanza que habían de venir. Europa se entregaba, con sencillez impropia de su veteranía, a la ley del péndulo, soñando con un tiempo edificado y venidero en que todo estaría en orden. Dentro de este orden unánime herborizaban movimientos no tan unánimes. Así, Italia hacía su arte para glosar el nacido fascismo, Alemania inicia ya el giro crítico del hitlerismo, que pretende enfrentar a las masas con el renacimiento industrial y económico que aparece después de la derrota germánica.

Considerados estos movimientos globalmente, lo que tenemos es un movimiento reaccionario, una nostalgia nacionalista que los Estados cultivan y protegen como patriotismo, pero que no son sino el germen de nuevos imperios y de nuevos imperialismos. Pronto lo sabría Europa, la Europa bien intencionada y poco eficaz de la Sociedad de Naciones, con nuestro inefable Salvador de Madariaga a la cabeza.

Pero lo que nos interesa aquí es este nuevo arte viejo en sus modalidades más reaccionarias. Lo primero que auspiciamos en ellas es un patriotismo de aldea muy logrado de forma, muy perfecto de culto, pero hecho en nombre del pasado, como un largo y melancólico homenaje a la patria anterior a todas las patrias. Este aldeanismo se hace extensivo a toda Europa, aunque hay países donde el nacionalismo no quiere privarse de la orgía vanguardista, y entonces se hace una pintura dislocada y con diversos puntos de referencia que dificultan su entendimiento y su comunicación.

Pero es interesante el descubrimiento de una vanguardia retrógrada en plena fiesta vanguardista. Por lo que se refiere a España, no había intervenido en la guerra salvo para una fructuosa venta de mulas nacionales a los franceses. Pero si no nos llegó la guerra sí nos llegó la paz y con ella esa escuela pictórica que herboriza principalmente en el País Vasco, con la calidad de pan tierno que ya tuvieron los Zubiaurre y que encontramos en Rosario de Velasco, llena de una perfección de manzana verde entre un arte tan masculino como el vasco.

Su cuadro Adán y Eva principia por mostrarnos a la pareja completamente vestida, lo cual no es más que una anécdota de un moralismo ingenuo. Adán y Eva son los padres venideros de la raza vasca y la pintora ha conseguido aquí, sin apelación a ninguna clase de simbolismo o alegoría, que todo tenga la noble pesantez del pasado, que la aldea gravite intacta en el tiempo y el espacio pintada con una perfección que nos recuerda a Zurbarán por la fiebre humana y templada de la carne, por la majestad de los semblantes aldeanos del hombre y la mujer.

Hay como una energía retrospectiva en lo que pinta Velasco. El cielo y la campana tienen una duración maciza y táctil. A fuerza de patriotismo la autora del cuadro se ha quedado en un aldeanismo realista que tiene la calidad y la sinceridad del pan.

Por este camino no fueron a ningún sitio los pintores vascos, salvo al Museo de Bilbao. Tiene más interés erudito toda aquella contravanguardia de la primera postguerra que verdadero interés artístico o renovador. Las guerras perdidas siempre engendran nostalgias antañonas que no son sino la recuperación del pasado por otros caminos. En Europa hubo de todo, verdadera vanguardia y vanguardia ficticia y esnob. En España hubo un esnobismo inverso que, aparte calidades, se acogió a la grata narratividad del pasado.

Aquel arte fue narrativo porque fue melancólico, elegíaco. La elegía dulce de la aldea no bombardeada. Algo así como una adivinación artística de la aldea bombardeada que sería Guernica. Cabe suponer que Picasso conoció aquellos cuadros y por eso pudo pintarlos a la inversa. La campana y el caballo habían dejado de conocerse para siempre.