"En un cuento caben menos artificios y es más difícil dar el pego que en una novela; hay que ceñirse limpiamente y de un solo trazo, sin adornos para disimular el temblor del pulso, a la línea que lo contornea, afrontar el riesgo de la concisión, a palo seco. Por eso hay pocos cuentos buenos". Así de rotunda se expresaba la escritora Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) al hablar de un género que conocía bien. Capital en su formación como escritora, cultivó el relato con ciertas intermitencias desde 1948, cuando vio la luz en la revista universitaria Trabajos y Días "Desde el umbral", hasta 1997, cuando está fechado "En un pueblo perdido", publicado en el Magazine dominical de La Vanguardia.
50 años de escritura y casi una treintena de textos que Siruela reúne ahora en Todos los cuentos, una edición a cargo del profesor de Literatura Española de la UAM José Teruel, experto en la obra de Martín Gaite, que defiende la necesidad de esta recopilación. "Las ediciones anteriores de sus Cuentos completos -tanto la editada en Alianza (1978) como en Anagrama (1994)- ofrecían una idea muy parcial de su producción cuentística, ya que en ellas Martín Gaite solo recogió los cuentos que formaron parte de Las ataduras (1960) y de la tercera edición aumentada de El balneario (1977)". Por tanto, faltaban en ellas los escritos en los años 80 y 90, "que abrieron nuevas vías en su forma de narrar y de entender la literatura".
Reconocida como una de las narradoras más importantes del siglo XX español, Martín Gaite no creía que en literatura tuvieran mucha importancia las divisiones en géneros, como demuestra su ecléctica obra. "El cuento respondía a su gusto por todo lo inaprensible, por atender a un trozo de vida irrelevante y por explorarlo demoradamente" , explica Teruel, que afirma que "fue también un formato propicio para recoger el tono menor de la existencia, ese material fragmentario y en continua mudanza al que cuadran mal las nociones de principio y final".
En este sentido, la autora cultivó el relato "a lo largo de toda su singladura literaria y nunca lo consideró, en consonancia con la mayoría de los narradores de su generación, un género menor", apunta el profesor. "La evolución de sus cuentos, que abarcan esas cinco décadas, va desde el ámbito de lo cotidiano a los cuentos de hadas, de la voluntad de dar testimonio a la introspección y a la experimentación. Esta variedad de modalidades también nos advierte de la pluralidad de los intereses literarios y vitales de la autora".
"El cuento respondía al gusto de Martín Gaite por todo lo inaprensible, por explorar el material fragmentario que conforma la existencia". José Teruel
Los comienzos de Martín Gaite en el cuento están ligados a su primera literatura, a ese neorrealismo que cultivó la Generación del 50 -los Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa y tantos otros- y que le hizo ganar el Premio Nadal en 1957 con la novela Entre visillos. Son, además de dos ejemplos de narraciones aparecidas en revistas universitarias que recoge este volumen, los cuentos de sus libros El balneario, publicado por primera vez en 1955, y Las ataduras, donde Martín Gaite combina la narración de la vida cotidiana con la denuncia de ciertos aspectos injustos de la sociedad.
Años de efervescencia
Con el paso de los años, aparecen ya relatos más acordes a sus novelas y ensayos de los años 70, especialmente "Variaciones sobre un tema" (1967), uno de sus favoritos, y "Retirada" (1975). Ambos "van más allá de los intereses estilísticos y literarios de los cuentos de la primera época y anuncian una concepción del cuento, que prevalecerá en sus últimos registros, como la reviviscencia de una imagen fugaz que reclama su derecho a no ser olvidada y que se instala transversalmente en la memoria del narrador", explica Teruel.
En los años 80, la producción cuentística de Martín Gaite sufre una notable efervescencia, auspiciada por su magnífico ensayo El cuento de nunca acabar (1983), "una reflexión sobre la esencia fundamentalmente narrativa de nuestro proyecto existencial y su credibilidad", define el profesor. También en esa década se volcará la escritora en la inagotable piscina de los cuentos de hadas populares, que a juicio de Teruel "le ayudaron a reavivar su ánimo, le proporcionaron amparo frente a la zarpa de la realidad y le sirvieron para formular literariamente sus grandes incógnitas: el miedo a la libertad, las relaciones interpersonales de dominio y dependencia y el castillo de la incomunicación".
Esta etapa, donde destacan sus Dos cuentos maravillosos "El castillo de las tres murallas" y "El pastel del diablo", dominados por la clave autobiográfica pues ambos tratan la relación de un protagonista femenino con la libertad, culminará en dos novelas editadas en la última década de su vida: La Reina de las Nieves y Caperucita en Manhattan, tras cuya entrega Martín Gaite se quejaba a Esther Tusquets de que "la mayoría de mis lectores y estudiosos habituales ignoran que me haya dedicado a otra cosa que al realismo o al ensayo".
"La mayoría de mis lectores y estudiosos habituales ignoran que me haya dedicado a otra cosa que al realismo o al ensayo". Carmen Martín Gaite
También de esta década de los 80 es el cuento más destacado de esta recopilación, "El otoño de Pughkeepsie", escrito en la homónima localidad donde se asienta Vassar College, universidad a la que fue invitada la autora justo después de la muerte de su hija Marta en 1985. Sintiéndose "más sola de lo que he estado nunca en mi vida", y ante el dolor acuciante de la pérdida, escribe una de las piezas más intensas de su obra, "una obra maestra del pulso narrativo de nuestra autora ante la elaboración literaria de la intimidad: de cómo transformar el tiempo inerte en tiempo de escritura, que hasta ahora había quedado un tanto oculta entre los Cuadernos de todo", opina Teruel, que aventura que "la redacción de Caperucita en Manhattan, la novela cuyo origen se encuentra en este cuento autobiográfico, le sirvió para seguir narrando con más distancia el duelo".
Contra el drama de la existencia
La última etapa de Martín Gaite como cuentista, consolidada ya su trayectoria, se caracteriza por la libertad imaginativa y la variedad de registros estilísticos, lo que otorga a sus relatos postreros un carácter experimental y ecléctico. "Ensaya una pluralidad de modalidades narrativas: desde la fábula política al cuento de Navidad, pasando por la escritura poemática del microcuento, donde se deshace cualquier tentación argumental, o el relato concebido como escena o diario de impresiones, que se podría relacionar con la práctica de autoras dilectas en su tradición, como Virginia Woolf, Djuna Barnes o Clarice Lispector".
Este registro innovador, presente en las narraciones de aspecto inconcluso procedentes de la escritura magmática de sus Cuadernos de todo, "se basa fundamentalmente en tanteos que ilustran el ideal abierto de escritura "de un tirón" que formuló en El cuento de nunca acabar". Entre estos relatos, Teruel destaca "Sibyl Vane" y "Flores malva", "que representan la voluntad de investigar más que de contar una historia".
Este último relato, que pone en escena cómo lo importante para un narrador, que quiere salvar del olvido esa llamada acuciante, precisa no solo revivirlo como acontecimiento, sino también reconstruirlo como narración podría ser depositario del legado cuentístico de Martín Gaite, que Teruel afirma que mantiene hoy, a casi 20 años de su muerte, una plena vigencia. "La convivencia entre la escritura del yo y la ficción, entre lo personal y el artefacto literario, sostenida siempre con toda su conciencia formal, disimulando el temblor, es la clave de un uso del lenguaje llamado Carmen Martín Gaite, quien creyó, hasta el final de sus días, en el alivio de la solución poética para el drama de la existencia".