El tigre en la casa
Eduardo Lizalde
3 enero, 2014 01:00Eduardo Lizalde. Foto: Antonio Nava
Ha recibido el respaldo de Juan Gelman, pero la poesía de Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 1929) estuvo durante décadas refugiada en círculos minoritarios. De repente, dos galardones internacionales (el Premio Alfonso Reyes y el Premio Federico García Lorca) han ayudado a difundir sus páginas en España. Por la violencia brillante de sus versos, a Lizalde se le emparenta con los simbolistas franceses, y en especial con Baudelaire, Rimbaud y Lautréamont.Dos poetas mexicanos, Marco Antonio Campos y el prologuista Mario Bojórquez, explican bien las claves de El tigre en la casa, que leemos cuarenta y tres años después de la primera edición (México, 1970). Dividido en seis partes, contiene una belleza amarga que no ha envejecido. Para definir los ambientes hostiles y las horas marcadas por un "reloj de furia", se describen los comportamientos de diferentes animales: leones, chivos, hidras, perros, tigres. Destaca la segunda composición del poemario, El tigre, sorprendente y difícil de agotar con interpretaciones. En la última sección del libro, La ciudad ha perdido su Beatriz, abundan las paradojas intencionadas. Como ensayo de una despedida, se reduce la extensión de los poemas. En escasos versos, sin disminuir su fogosidad, Eduardo Lizalde concentra el mayor número posible de impresiones opuestas. A menudo lo sentimos cerca de la acidez del español José María Fonollosa.
La palabra 'tigre', que aparece en otros títulos de obras escritas por este poeta, no es aquí una herencia literaria transmitida por Jorge Luis Borges o Rubén Darío. Abarca un significado más amplio. El animal es también el símbolo de las tensiones. Sirve para comunicar el desencanto o ponerle un nombre indirecto al odio, al miedo, a los terrores. El escritor lo ve en todas las experiencias, sin descanso, porque "los ojos de sus víctimas / miran por él cuando se duerme".
En la escritura no pasa inadvertida la formación musical del autor. Eduardo Lizalde opina que el verso, para ser eficaz, ha de tener su porción de prosa, y en todo el libro mantiene la coherencia de esta premisa. Pero tampoco es menos cierto que en sus poemas existen unos ritmos personales. Una respiración distinta. Escasamente previsible, con alguna puntuación peculiar.
Una nota final. Sentimos que Mario Bojórquez no exagera. Afirma que, en los años setenta del siglo pasado, El tigre en la casa renovó la manera de expresar el sentimiento amoroso. Al menos en la poesía hispánica.